martes, 4 de mayo de 2010

IDENTIDAD


III. COSTUMBRES


¡Buen domingo, querido lector! El Diccionario de la Academia de la Lengua considera al costumbrismo, “en las obras literarias y pictóricas, como la atención que se presta al retrato de las costumbres típicas de un país”. Es obvio, necesitamos precisar a qué llamamos costumbre. El mismo diccionario nos informa: “1: hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto. 2: aquello que por carácter o propensión se hace más comúnmente. 3: conjunto de cualidades o inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de una nación o persona.” Como usted puede verlo claramente, estamos tocando linderos muy delgados por donde transita la moral: esta palabra desciende del latín moralis, derivado de mos, moris: “uso, costumbre, manera de vivir”, según lo registra el Diccionario etimológico de la lengua castellana, de Joan Corominas. Y sin el afán de afirmar bíblicamente “todo es uno y lo mismo”, reconoceremos la íntima relación guardada entre las voces, como si todas condujeran a un mismo cauce, o mejor, como si procedieran de un mismo venero, de una matriz perenne de la que todo mana y en la que todo confluye.


Así pues, llamaremos costumbrismo a lo que trata sobre los signos definitorios de una sociedad por la constancia con que lo vive: si algo es reiterado es porque lo disfrutamos, porque lo encontramos muy a nuestro modo y, por lo mismo, va con nuestra idiosincrasia (rasgos, temperamento, carácter). Nuestras costumbres reflejan, de manera incontestable, nuestra moral.


En términos literarios, tenemos textos clásicos dentro de esta rama del costumbrismo, sobre todo en el siglo XIX español donde floreció de manera magnifica en la pluma de Serafín Estébanez Calderón, Mariano José de Larra y Ramón de Mesonero Romanos, cuya capacidad de observación fundó un estilo peculiar pleno de sentido del humor, dueño de una gran objetividad en la descripción y en la observación crítica y satírica de su entorno, siempre con el ánimo de fomentar la conciencia cívica y moral y apuntar con precisión hacia los defectos sociales: la mala educación, la indolencia, el falso patriotismo, el esnobismo y tantas actitudes de sobra conocidas. Los costumbristas hicieron gala de un espléndido lenguaje, poseedor de una gran riqueza léxica y retórica, gran apoyatura que les permitió diseñar el enfrentamiento del hombre con el hombre sin ofenderlo, sin lastimarlo, pero si creándole la necesidad de reflexionar sobre su propia conducta, ese modus cotidiano que vamos estratificando y luego… pues luego nos es ya muy propio y nos enceguece hasta el extremo de no advertir los propios errores.


Excepto Guillermo Prieto, que frecuentó este género con verdadera fruición, México no ha tenido un “costumbrista de cabecera”, si bien nuestros grandes escritores decimonónicos bebieron en esas aguas: Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, José T. de Cuéllar y, por supuesto, Manuel Gutiérrez Nájera, para sólo hablar de los más connotados. Ellos supieron observar el modo de ser de la sociedad mexicana, su manera de actuar, de vivir, de pensar, de escribir, de responder, de gozar, de sufrir y de resolver cada una de los sucesos, buenos o malos, conformadores de eso que llamamos “lo mexicano”, representado por nuestro folclore, por nuestra historia, por nuestra ideología, por nuestra arquitectura, por nuestro arte, por nuestros bienes y por el lugar que ocupan en nuestra vida social y por la manera de respetarlos, porque todo eso es la imagen de “lo nuestro”, y eso “nuestro” trascenderá al futuro e identificará a nuestro país, a nuestro estado, a nuestra región, a nuestra localidad. La destrucción de nuestros bienes siempre será reveladora de una conducta apátrida. ¿O no lo cree usted así?


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(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 07 de marzo de 2010).



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