viernes, 7 de mayo de 2010

DIEZMO



Para Beatriz Caballero Collado, ciudadana ejemplar.



¡Buen domingo, querido lector! ¿Conoce usted la palabra diezmo? Consiste, según nos dice el Diccionario, en el “derecho del diez por ciento que se pagaba al rey sobre el valor de las mercaderías que se traficaban y llegaban a los puertos, o entraban y pasaban de un reino a otro.” Se trataba, pues, de una comisión por servicios prestados por una dependencia real. El diccionario también nos ofrece una segunda acepción: “Parte de los frutos, regularmente la décima, que pagaban los fieles a la Iglesia”. Vea usted, dice claramente: “pagaban”, es decir: ya no lo pagan, si bien la Iglesia lo sigue solicitando, y hay fieles (“cristiano que acata las normas de la Iglesia”) muy cumplidores de ese mandato.


No pertenezco a ninguna iglesia, pero si he asistido algunas veces a ellas en calidad de invitada. Allí he observado el momento de la ofrenda, cuando las canastillas se disponen a la recepción de las monedas. Según la ubicación de la iglesia es el tipo de monedas: en algunas, sólo tristes monedas sonantes; en otras, humildes y silenciosos billetes, por lo general de baja denominación aun en los recintos domiciliados en zonas de alto poder económico. Como consecuencia de estas visitas esporádicas he percibido una falta de amor al no ofrecer cantidades más altas a la iglesia: he visto a damas y caballeros muy distinguidos que se visten de disimulo cuando pasa la canastilla.


Me es inevitable reflexionar: ¿qué se obtiene al asistir a la iglesia? Presenciar una misa es disfrutar, dicho con todo respeto, de una ceremonia en la que, se participa de distintas maneras; se goza de un lugar cómodo, con buena iluminación, con aire acondicionado, con música, y cuando el sacerdote pronuncia el Ite missa est viene la parte social: allí se encuentra a los amigos, se comentan los últimos sucesos, se lucen las ropas elegantes, se deja ver el estatus, etc. Y todo esto, pienso yo, ¿es gratis?, ¿no es acaso una variante de las actividades que se realizan en los clubes sociales o deportivos? Allí también se participa de un espectáculo, se está cómodo con todos los beneficios de la vida elegante y cuando ha concluido el evento del día, hay quienes se encaminan hacia el bar o al comedor para socializar. Sólo veo una diferencia. En el club se paga una cuota; en la iglesia, no. En la iglesia se recibe todo gratuitamente, y no hay una oficina que reclame el costo. En el club se debe pagar o se suspende la membresía. El club es una empresa comercial; la iglesia es una empresa espiritual.


Independientemente de todo concepto religioso, permítame recurrir a este hecho como símil de otros en los que, con religión o sin religión, todos participamos:


Nuestra ciudad nos ofrece todo, y si bien pagamos impuestos por servicios especiales, la ciudad, en cuanto parques, edificios, rincones, plazas, calles, jardines, espacios, toda ella, la ciudad entera, se nos da gratuitamente, con amor: podemos salir todos los días a pisar sus baldosas; a pasear a nuestros perros; a columpiar a los niños en los balancines del parque; a sentarnos en las bancas y buscar la paz en nuestras reconditeces; a disfrutar de algún espectáculo público; a escuchar música; a encontrarnos con los amigos o, tan sólo, a darle las buenas tardes a la algarabía pajarera. Sí, caro lector, al igual que la iglesia, la ciudad no nos exige un diezmo. ¿Verdad que es feo eso de darnos por bien servidos sin que seamos capaces de corresponder? Actualmente, el diezmo significa, para los creyentes, un día de trabajo. Y ¿no podríamos hacer lo mismo con nuestra ciudad?, ¿no podríamos trabajar para ella un día, tan sólo un día, con amor? ¿No sentimos la necesidad de entregarle ese diezmo para su mejor lucimiento, para su limpieza, para su belleza, para su integridad? Sé de ciudadanos que sí lo hacen. Loados sean.


anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

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(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tams., el 18 de abril de 2010).



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