lunes, 1 de marzo de 2010

IDENTIDAD


II. XAVIER MINA EN TAMAULIPAS


¡Buen domingo, querido lector! En su interesantísimo libro La primera imprenta en las Provincias Internas de Oriente. Texas, Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila (Librería Robredo, de José Porrúa e Hijos, 1939), Vito Alessio Robles, en su capítulo “La primera imprenta tamaulipeca”, nos informa de un hecho histórico de múltiples facetas: la primera es uno de los hitos de nuestra Independencia: la llegada a Soto la Marina, en abril de 1817, del liberal español que había luchado contra los franceses y después contra Fernando VII, Francisco Xavier Mina. La segunda es la presencia, en este convoy, del gran ideólogo de la independencia americana, fray Servando Teresa de Mier. Y tercera, sobre la primera prensa en tierras tamaulipecas y su primera impresión por el impresor Bangs. Dice Alessio Robles:


Obra en mi poder un pliego de cuatro páginas de 23 por 20.6 centímetros, impreso en tres de sus caras, y la cuarta en blanco, que tiene por título Boletín I de la Division ausiliar de la República Mexicana, fechado en Soto la Marina el 25 de abril de 1817 y firmado por Xavier Mina, con el pie: Cuartel general de Soto la Marina a 26 de abril de 1817. En dicho boletín se explican los motivos por los cuales Mina se decidió a pelear por la causa de la independencia mexicana, inserta la proclama expedida en el río Bravo del Norte y termina con una larga exposición encabezada: “A los Españoles y Americanos”


De este boletín hubo que hacer reimpresiones porque su demanda fue enorme. El historiador Hernández y Dávalos afirmó que el boletín citado había sido impreso “en el desembarcadero o sea en la desembocadura del río de Santander, que ahora se llama generalmente de Soto la Marina”. Alessio Robles no cree que la prensa haya sido desembarcada, sino que, dadas las dificultades para el desembarque y el hecho de que los barcos enarbolaban bandera española, la impresión fue realizada a bordo. Por otra parte, se trata de una proclama dirigida únicamente a los soldados que integraban la expedición de Mina. Permítame ofrecer a usted, querido lector, este documento histórico:


Compañeros de armas:

Vosotros os habéis reunido bajo mis órdenes á fin de trabajar por la libertad e independencia de México. Ha siete años que este pueblo lucha con sus opresores para obtener tan noble objeto. Hasta ahora no ha sido protegido; y a las almas generosas toca mezclarse en la contienda. Así vosotros siguiéndome habeis emprendido la mejor que pueda suscitarse sobre la tierra.

Hemos tenido que vencer muchas dificultades. Yo soy testigo de vuestra constancia y sufrimiento. Los hombres de bien sabrán apreciar vuestra virtud y ahora vais a recibir su premio, es decir, el triunfo y el honor que de él resulta.

Vosotros sabéis que al pisar el suelo mexicano no vamos á conquistar, sino á auxiliar á los ilustres defensores de los más sagrados derechos del hombre en sociedad. Hagamos, pues, que sus esfuerzos sean coronados, tomando una parte activa en la carrera gloriosa en que entienden.

Os recomiendo el respeto a la religión, a las personas y a las propiedades; y espero que no olvidareis de que no es tanto el valor como una severa disciplina lo que proporciona el éxito de las grandes empresas.

Río Bravo del Norte á 12 de abril de 1817.

Xavier Mina


Alessio Robles nos avisa que la lectura de este boletín “fue severamente prohibida por el obispo de Durango, en pastoral fechada el 5 de julio de 1817”. Como bien sabemos, Mina fue fusilado el 11 de noviembre de ese año. Su generosa expedición, dice Luis Villoro, fue “la última acción importante en la insurrección popular”.


Este pliego de cuatro páginas ha cumplido su deber histórico: nos ha entregado un momento de nuestro pasado, de nuestra cultura, de nuestra Patria, de nosotros mismos.


¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.


anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

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(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 28 de febrero de 2010).

IDENTIDAD


I. los signos


¡Buen domingo, querido lector! Qué le parece si hoy hablamos de esa palabra tan traída y llevada, cuyo significado esencial nos representa. Me refiero a la palabra identidad. Tomo del Diccionario sus tres primeras acepciones:


1. Cualidad de idéntico.

2. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.

3. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás.


Todas las comunidades conservan lo que las signifique en su devenir, y las defina en cualquier tipo de expresión: arquitectura, pintura, música. Ciertamente, estos hitos (en el sentido de “persona, cosa o hecho clave y fundamental dentro de un ámbito o contexto”) llevan consigo las contaminaciones propias de la evolución que los va enriqueciendo y, por ello mismo, se van arraigando material e idealmente como señal de su paso en un proceso, y como hecho fehaciente y comprobatorio que reclama su sitio en la historia. Respetar, mantener, restaurar estos elementos define la cultura de una comunidad. Destruirlos muestra el desamor por el pasado, sugiere que ese bien avergüenza, refleja el repudio de lo propio; en resumen, es el mejor ejemplo del desconocimiento de los valores más acendrados, es la maligna capacidad de nulificar nuestro futuro por cuanto se niega a las nuevas generaciones el sagrado derecho a la asunción de su origen, a la comprensión de su paisaje.


Los historiadores y los cronistas lo saben: es su materia de trabajo. Cada objeto, cada papel, cada edificio, cada mapa es un testigo: conforma e ilustra los hechos en los que ha participado una comunidad. En ellos, si se les sabe leer o interpretar, “constan datos fidedignos o susceptibles de ser empleados como tales para probar algo”.


¿Por qué conservamos y hasta defendemos con denuedo los últimos restos de una construcción pretérita, pero representativa de nuestro ser histórico? La respuesta es obvia: ellos constituyen nuestra identidad, la que nos hace únicos, distintos.


Los gobiernos preservan nuestros bienes culturales en cualquiera de sus expresiones y dictan leyes para su cuidado. Nadie puede nulificar un signo de identidad aunque enarbole argumentos de índole estética o política. Y, por supuesto, su preservación no está a decisión popular o centralista.


Vayamos a los extremos: ¿qué calificativo nos merecería Grecia si demoliera o reubicara los monumentos de su Acrópolis para agregar otros más “de moda”? ¿Y París, si derribara su Torre Eifeel para ocupar su espacio con algún edificio de mayor interés actual? ¿Y Nueva York, si echara abajo su estatua de La Libertad para sustituirla por un edificio más acorde con el mundo de la tecnología? ¿Y el Distrito Federal, si por resabios nacionalistas destruyera la estatua ecuestre de Carlos IV, nuestro famoso “Caballito”, para dejar allí sólo un recuerdo de él mismo?


No, caro lector, No me responda. Usted y yo estamos de acuerdo: coincidimos con los principios que sostienen la tarea de cronistas e historiadores, esos vigilantes de cada paso que damos en el tránsito vital de nuestra ciudad, siempre a la salvaguarda de nuestro pasado, de nuestros bienes, de nuestra cultura.


¿Me leerá el próximo domingo? Espero no fatigarlo porque pienso continuar dándole vuelta a estas ideas. Estoy segura de que las compartiremos. Lo espero.


anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

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(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 21 de febrero de 2010).