miércoles, 10 de diciembre de 2008

PORFIRIO BARBA JACOB


¡Buen domingo, querido lector! Estoy de plácemes. Al fin he hallado (y digo hallado porque sí la he buscado) la Poesía completa de Porfirio Barba Jacob, el taciturno colombiano que vivió en la Ciudad de México donde murió en 1942. Se trata de la primera reimpresión que el Fondo de Cultura Económica (Colombia) hace de su edición de 2006. Pertenece a la colección Tierra Firme. El prólogo, la recopilación y las notas son del gran novelista y filólogo Fernando Vallejo, a quien usted recordará indudablemente por dos obras inolvidables: la biografía de otro gran poeta colombiano: José Asunción Silva (¿recuerda sus “nocturnos”), y el volumen indispensable en la mesa de trabajo de todo escritor: Logoi. Una gramática del lenguaje literario (FCE, 1983. Col. Lengua y Estudios Literarios), libro maravilloso del que me declaro deudora. Me quejo de la parquedad del prólogo porque me hubiera gustado escuchar más a Vallejo, el más cercano de sus lectores. A cambio, he disfrutado de setenta y cinco páginas de deliciosísimas notas fundamentales sobre su poesía, que, siguiendo el ejemplo de Guillén con su amada Cuba, ¡me he bebido de un trago!

El verdadero nombre de Barba Jacob fue Miguel Ángel Osorio, pero también escribió con los seudónimos de Maín Ximénez y Ricardo Arenales. Recorrió América y fue dejando en cada país huellas imperecederas en periódicos, revistas, diarios, amigos. Como todo poeta, Barba Jacob deseó publicar su obra y, desde luego, pensó en el título. Fueron varios: El corazón iluminado, El jardín de las afrentas, Rosas Negras, La diadema, Guirnaldas de la noche, La vida profunda, Antorchas contra el viento y Poemas intemporales, entre otros tantos que, al fin, nunca cobraron realidad. Inconforme con su propio trabajo, su propósito editorial sólo fue uno de tantos sueños de poeta. El libro idealizado reuniría –dice Vallejo– sus treinta años de trabajo artístico. Durante su vida se hicieron tres recopilaciones de sus versos, siempre por iniciativa ajena: en Guatemala, en México y en Colombia. La edición mexicana, que me enorgullece poseer, es de 1957 y la realizó la Cía. General de Ediciones con el título de Poemas intemporales. Este volumen fue reunido por sus amigos “con base en los papeles que dejó Barba Jacob al morir”.

El poeta, siempre dispuesto a modificar imágenes y metáforas, palabras y versos y conceptos, vivió en un hacer perpetuo que no lograba concluir nunca. ¿Perfeccionismo?, ¿dudas?, ¿renovación de ideas? Todo puede ser, pero esa actitud dañó la posible realización de una obra más concreta, más asible. Vallejo ha recogido su obra y la ha ordenado cronológicamente para que los amantes de su poesía la disfrutemos y apreciemos en ella su evolución estética, estilística y temática. Así mismo nos deja ver la difícil tarea de fijar los textos, especialmente porque no tuvo a la mano un apoyo documental que lo auxiliara con certeza, y nos transmite esa sensación de evanescencia ante el enorme reto de no precisar lo que hubiera querido editar el poeta, quizá porque el mismo poeta no lo sabía. No es un caso único, si bien el de Barba Jacob sí tocó extremos perturbadores, sobre todo para el aspecto editorial.

De su “Canción de la vida profunda” (Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles…), el poema que le dio celebridad, y que fue escrito en La Habana en 1915, tampoco estuvo muy satisfecho y, naturalmente, fue victimado con interminables correcciones.

¿Cómo agradecer esta labor de rescate cultural que hace Vallejo? Sólo conozco una manera: leyendo la obra del poeta que, gracias a esta edición, conservará por siempre un sitio en el mapa literario de nuestro Continente, y degustando las notas que nos han permitido acercarnos al origen de cada texto para comprender mejor al artista. Por favor, amigo mío, no deje de rendir este mínimo homenaje a Barba Jacob y a su editor. Mire que se lo han ganado por su amor a Colombia y a Nuestra América.

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero
(Columna publicada el 7 de diciembre de 2008)
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martes, 2 de diciembre de 2008

JUANA INÉS DE LA CRUZ


¡Buen domingo, querido lector! Hoy debemos recordar a una de las figuras más prominentes de nuestro siglo XVII, sor Juana Inés de la Cruz. La acompaña en tan señalado sitio otro mexicano ilustre, don Carlos de Sigüenza y Góngora, su amigo, su hermano en las letras y en el amor a la incipiente México.

Conocemos la imagen de sor Juana por sus retratos más famosos: el más antiguo, el del español Juan de Miranda, la presenta de pie, con la mano izquierda en la portentosa camándula; no parece que vaya a escribir, sólo nos dice que lo hace. En el del oaxaqueño Miguel Cabrera, aparece sentada, menos tensa, y repasa elegantemente las páginas de un enorme libro mientras acaricia con detenimiento las inevitables cuentas. Ambas imágenes ostentan una cierta afectación y una morbosa sensualidad (resabio dieciochesco), sin faltar los obligados signos de oficio: la biblioteca como fondo y la péñola dispuesta a la escritura: Juana Inés fue contadora de su convento, así como hacedora de pastorelas y de poemas circunstanciales para festividades religiosas solicitadas periódicamente por otras comunidades, labores artesanales-comerciales que le permitieron un capital suficiente para adquirir la propiedad de su celda donde, entre instrumentos artísticos y científicos, recibía la cotidiana visita de don Carlos de Sigüenza.
Los retratos de la monja coinciden en presentarnos a una mujer de notoria hermosura: óvalo perfecto, grandes ojos inquisidores con cierto aire rencoroso, labios carnosos de buena conversadora, indudable señorío y una cierta timidez que no puede guarecerse entre las seguridades que engalanan a la religiosa: ella sabe quién es, conoce su obra y la de sus pares en la España de Felipe IV, Carlos II y Felipe V. En sus manos se intuye la suavidad de quienes no tienen cercanía con labores domésticas: poseía servidumbre encargada de los quehaceres ingratos. Los infolios y el reloj que enmarcan su persona muestran sus actividades diarias que -parece decirnos- ha debido interrumpir para posar ante el mundo.

La ascendencia peninsular y criolla dejó en el rostro de la poeta cierta fineza de rasgos: don Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, el padre, era un caballero vizcaíno y sólo eso sabemos de él. Doña Isabel Ramírez de Santillana, la madre, criolla, declara haber tenido seis hijos antes del advenimiento de Juana Inés, todos, como Juana, naturales, es decir, sin padre con responsabilidad oficial.
Don Julio Jiménez Rueda sugiere que sus cabellos debieron de ser “ensortijados, finos, de un castaño elegante y tal vez un poco sensual”. Don Marcelino Menéndez y Pelayo, más atrevido, afirma. “Sin dar asenso a ridículas invenciones, ni forjar novela alguna ofensiva a su decoro, difícil era que, con tales condiciones, dejase de amar y ser amada”. No lo creo: el amor en aquel siglo era más bien una fórmula ritual cuyo ejercicio requería de una destreza casi coreográfica, como la de un minué, y dudo mucho que el espíritu superior de la escritora cayese en esa clase de debilidades: el amor, indudablemente conocido por la artista, representó para ella algo más que la frivolidad de los salones. Y visto de manera convencional, ella sólo podía ofrecer un linaje impuro, ninguna dote y una inteligencia superior, pobres bienes en una sociedad de intercambio económico de alto calibre. Pero del juego social llamado “amor” Juana Inés llegó a conclusiones nada gratas y de ellas dejó constancia en sus famosas redondillas.
Su primer biógrafo, el jesuita Diego Calleja, no la conoció, pero sí trató a algunos de sus contemporáneos. Él ubicó su nacimiento el 12 de noviembre de 1651, y se ha conservado esta fecha para rendirle homenaje. Octavio Paz afirma, de acuerdo con la fe de bautismo encontrada por Alberto G. Salceda y Guillermo Ramírez España, que Juana Inés nació el 2 de diciembre de 1648, como “hija de la Iglesia”, eufemismo que significa: hija natural. Murió el 17 de abril de 1695, a los cuarenta y seis años y cinco meses.
Sor Juana no innovó en el juego poético, sólo fue seguidora. Su mérito mayor fue su don reflexivo, su capacidad crítica, su comprensión del mundo, su independencia, su nacionalismo, su mexicanidad. Con Carlos de Sigüenza, es la primera en avizorar para México una realidad propia; de ella proceden nuestras prístinas voces libertarias. Leámosla en su honor.
¿Y usted me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.
(columna publicada el 30 de noviembre de 2008)

lunes, 24 de noviembre de 2008

SIEMPRE GALLINA AMARGA LA COCINA


¡Buen domingo, querido lector! Don Miguel de Unamuno, en su famosa “nivola” Nada menos que todo un hombre, nos habla de las desdichas de Julia, la joven y hermosa “belleza oficial” de su pueblo a quien sus padres casaron con un hombre poderoso para saldar la deuda económica familiar. Y en este tradicional matrimonio cada miembro de esa sociedad reclamó sus derechos, él la posesión y el respeto; ella la devoción y la fidelidad, además de todo lo que no se dice, pero se entiende: la provisión de los gastos, la solución de los problemas, los convencionalismos religiosos, la respetabilidad. etc. Posesión, respeto, devoción, fidelidad, ¡dios, qué palabras! Traídas a la semántica contemporánea, casi suenan exóticas. Pues bien, un día, la pobre Julia pilló a su devoto y fiel marido con la porqueriza en la degustación de la voluptuosidad del pringue. La ingenua Julia, cuya inalterable convicción era la perfección de su belleza, se sintió ofendida, pero no por la falta obvia que usted y yo, querido lector, hemos identificado de inmediato. No, su pobre cabecita de mujer respetada y posesa del espíritu del Matrimonio se devanó los sesos ante algo superior: ¡¿su marido era capaz de probar platillos de baja estofa, a pesar de tener en casa a la mujer más bella de la comarca?! Y la natural respuesta le llegó de manera abrupta: “Siempre gallina, amarga la cocina. Eres demasiado hermosa para diario”. Después de estas contundentes premisas el final es obvio: ella muere, pero él también porque había descubierto que la amaba… y tiene que seguirla.

La historia está organizada para revelar ciertos matices sociales, y Unamuno deja asentadas varias propuestas: la Belleza, como otros tantos valores, es un bien lujoso ante cuya contemplación se corre el riesgo de caer en la monotonía; las “bellezas oficiales” son muñequitas ignorantes que pueden ser victimadas con facilidad, especialmente por su familia; la Belleza es un don comercial con muy buen precio si se sabe jugar con él a la bolsa; las mujeres adoradas por su belleza se convierten en un bibelot presumible y… las mujeres oficialmente bellas son siempre desdichadas.

Esta colección de afirmaciones es muy agresiva y no del todo ficticia. Me interesa la primera porque puede ser aplicada en otros niveles: la monotonía puede causar daño aun a bienes y valores tan altos como la Belleza y, quizá, a otros más importantes aunque igualmente universales. De aquí podemos desprender que todos los bienes deben ser alternados con otros bienes… o con otros males. Y si la Belleza puede fatigar nuestros ojos cuando es nuestro único panorama, así mismo debemos pensar respecto de otras situaciones: así el trabajo, así el descanso, así los paseos, así las relaciones humanas. Y mucha verdad hay en esto. La Felicidad misma podemos valorarla mejor cuando hemos sufrido algunas peripecias ingratas. Pienso que la opulencia ha de disfrutarse mayormente cuando se ha conocido la escasez. Y la Paz debe ser un don inapreciable y casi mágico para quien ha vivido momentos de guerra. Y el Amor. Y la Harmonía. Y la Naturaleza. Y la salud. Y el Hogar… Siempre dicha, siempre triunfo, siempre perfección debe ser, indudablemente, monótono.

Convenimos, pues, con Unamuno, en que debemos estar dispuestos a probar toda experiencia para enriquecer nuestra capacidad receptiva, que no debemos confiarnos en alguna virtud que poseamos y, mucho menos, apostarle nuestra seguridad, que es necesario mantener una gimnasia constante en nuestro cerebro para que no se oxide: en fin, cada uno tendrá sus propias proclividades según su condición física, según su historia.

La bella Julia fue una mujer anquilosada en el autoconvencimiento de que, mientras ella fuera hermosa, su marido le sería fiel sin el menor esfuerzo. Su quietismo en la parte intelectual de su relación matrimonial, fundado en principios tradicionales, la condujo hacia una vida infeliz y a la muerte.

Unamuno sostiene la urdimbre de su obra en un eje tan sólido que los elementos ficcionales pueden ser sustituidos por otro tipo de relaciones: éticas y estéticas, familiares y cívicas, comerciales e intelectuales, políticas y religiosas, sociales y empresariales. Y en todos los casos la interacción de los elementos de su estructura es impresionantemente válida: puede funcionar. ¿O no lo cree usted así?

¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

(Columna publicada el 23 de noviembre de 2008)

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PERIODISMO Y LITERATURA


¡Buen domingo, querido lector! Cuando citamos este aparentemente imposible binomio, periodismo y literatura, es inevitable traer aquí el nombre del escritor que lo representa: Manuel Gutiérrez Nájera. Justo Sierra lo llamó “forzado del periodismo”; firmó sus escritos al amparo de veintiséis seudónimos que aparecieron en treinta y seis publicaciones periódicas de 1876 a 1895. Su obra fue sinónimo de distinción, de atrevimiento, de juicio certero, deobjetividad y de reflexión propositiva en busca de un futuro mejor para nuestro país.

Gutiérrez Nájera se acercó a todos los géneros: poesía, narrativa, crónica, ensayo. Diariamente ramificó su quehacer periodístico en tres o cuatro periódicos y lo dotó de distintas personalidades hasta parecer de plumas diferentes. Como periodista nato, ejerció la palabra informadora de los sucesos diarios al público en general, pero esa palabra estuvo vestida de precisión y de exactitud en la transmisión de los hechos y nunca le faltó el matiz crítico y la perspectiva exacta. Como cronista, desempeñó su oficio comentando espectáculos: teatro, circo, bailes y saraos de la alta sociedad, paseos, deportes, sesiones en la Cámara de Diputados, pero también todo lo que reflejaba el hacer cotidiano del México finisecular. Como cuentista, ilustró una realidad insoslayable y ofreció a sus lectores una aguda visión de su ciudad, verdadero personaje de su narrativa. Como ensayista, meditó sobre los problemas políticos y sociales del país, enjuició costumbres, cuestionó instituciones, removió ideas. Y como poeta formado en la retórica clásica, se sometió a cánones estrictos, pero también se asomó a las pulcritudes parnasianas, penetró las imágenes simbolistas y brindó a la métrica del momento algunas propuestas importantes.

Pero su reino era la prosa. Su maestría como escritor procedía del lujo de su lenguaje innovador y del opulento léxico en el que vehiculaba sus ideas fundamentales: la consideración del intelectual como conciencia vigilante de la sociedad; el deber periodístico de ejercer la escritura con base en la verdad; la defensa inalienable de la libertad de expresión; la importancia de la especialización en la profesión periodística; la necesidad de una solidez cultural en quienes escriben en la prensa; el respeto irrestricto a la vida privada; la importancia de la propiedad literaria. Escuchémoslo:


=QUIERO UN ORDEN SOCIAL VIGOROSO Y UN GOBIERNO FUERTE, Y NO HAY VIGOR NI FORTALEZA COMPATIBLES CON ESA OPOSICIÓN QUE OFENDE Y DESPRESTIGIA.

=
LA PRENSA NO DEBE SER LA CORTESANA DEL PÚBLICO NI HALAGAR SUS PASIONES Y BAJEZAS. LA PRENSA DEBE COMATIR HORA TRAS HORA PARA VENCER EL APOCAMIENTO Y LA APATÍA DE LOS LECTORES. NO ESPEREMOS A QUE EL AMODORRADO SE DESPIERTE: HAY QUE SACUDIRLE ENÉRGICAMETNE PARA QUE DEJE LA TORPEZA QUE EMBARGA SUS MÚSCULOS Y SU INTELIGENCIA. ES NECESARIO HABLARLE DE LIBROS Y DE SABIOS Y POETAS; OBLIGARLE A QUE LEA; HACER QUE POCO A POCO SE INTERESE, NO SÓLO EN NUESTRAS CUESTIONES POLÍTICAS Y SOCIALES, SINO TAMBIÉN EN TODAS LAS QUE AGITAN EL MUNDO.


=
TODO EL QUE PUEDE IMPRIMIR LO QUE ESCRIBE, ¿ES, POR ESTE SOLO HECHO, PERIODISTA? TODO EL QUE DUELA O DESLIZA EN UN PERIÓDICO CUALQUIER PÁRRAFO O GACETILLA, AUNQUE EN ÉL SE CALUMNIE O SE DIFAME A ALGUIEN, ¿ES DESDE ESE MOMENTO SACERDOTE DE LA PRENSA Y DISFRUTA DE SUS PRIVILEGIOS?


Y respecto de la literatura, una cita será suficiente:

=EL ARTISTA SE FLAGELA CON VARAS DE ROSAL, PORQUE SIQUIERA LO PERFUMAN. QUIERE QUE VIBREN SUS NERVIOS COMO LAS CUERDAS DE UNA HARPA HERIDAS POR UNA MANO HERMOSA. O BUSCA LO TERRIBLE, LO DIVINO, LO SATÁNICO, LO SUPERIOR A ÉL, LO QUE LE OBLIGA A ARRODILLARSE. LA TEMPESTAD O LA TRAGEDIA.


A Manuel Gutiérrez Nájera, periodista y poeta, poeta y periodista, debemos la liberación de fórmulas anquilosadas, la ruptura con los viejos cánones heredados de tradiciones muy gastadas y ya muy empobrecidas, la riqueza imaginativa en el juego verbal, el uso de las distintas acepciones de las voces, el atrevimiento sonoro, la exuberancia cromática, la elegancia en la construcción gramatical, la maestría en el uso de las figuras retóricas, el apoyo en las formas clásicas como modelos del discurso y, sobre todo, la creación de términos nuevos y de estructuras inesperadas.

Gutiérrez Nájera sólo publicó un libro: Cuentos frágiles, en 1883. No tuvo ni el tiempo ni el dinero suficientes para editar su obra. En los treinta y cinco años de su vida, veinte estuvo dedicado al periodismo y, entre paso y paso, a la poesía. Murió el 3 de febrero de 1895. Eran las tres de la tarde.

¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.
(Columna publicada el 16 de noviembre de 2008)
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lunes, 10 de noviembre de 2008

CONVERSACIONES VIRTUALES


¡Buen domingo, querido lector! ¿Verdad que usted y yo hemos visto muy de cerca el momento en que un amigo enfrenta situaciones difíciles, y hemos guardado silencio a pesar de todas nuestras dudas? ¿Cuántas veces hemos permanecido in albis ante problemas resueltos “extrañamente” frente a nosotros? Bien pudimos saberlo todo si nos hubiéramos atrevido a inquirir, pero la consideración y el respeto debido a la privacidad ajena nos lo impidieron. Estas situaciones producen en nuestro ánimo una cierta desazón que nos obliga a elucubrar y a remover cimientos éticos.

Afortunadamente, en la novelística no sucede lo mismo: ante nuestros ojos se desarrolla una cadena de hechos entretejida con emociones y sentimientos que a veces nos es imposible compartir; presenciamos actos que nunca haríamos ni aprobaríamos; observamos conductas que son totalmente ajenas a nuestro modo de pensar. Pero a los participantes de ese mosaico humano sí podemos asediarlos y cuestionarlos sin límites, y ellos nos explicarán una y otra vez sus motivos, y nos entregarán sus verdades hasta que comprendamos punto por punto el por qué de sus acciones. La única condición es leer cuidadosamente. El texto nos entregará todas las respuestas deseadas porque, como lectores, aceptamos a los habitantes de cada novela como seres auténticos procedentes de la realidad aunque estén insertos en una estructura ficcional y en una circunstancia elegida por su autor para evidenciar con claridad la visión del hombre y del mundo que necesita comunicarnos. Validos de nuestro poder sobre el texto, podemos asaetar a sus personajes sin temor a ofenderlos: ellos están allí para nosotros y yacen en cada página dispuestos a contarnos su historia desde todos los ángulos. Es una oportunidad maravillosa:

Podríamos preguntarle a Medea, esa maga vencida por un amor más fuerte que ella, ¿qué mecanismo emocional se desató en su ser para llegar al extremo de asesinar a sus hijos? Y Emma Bovary, ¿cómo nos explicaría su torpeza esa pobre adúltera provinciana cuya infinita necesidad de “ser” encontró en el suicidio su única solución? ¿Y qué respondería Matías Pascal, de Luigi Pirandello, para explicar la aceptación de un suicidio no cometido, pero asumido para huir de las tiranías sociales y encontrarse con la libertad? Y ¿no acaso nos gustaría conocer las prioridades individuales de Nora, la frágil y mimada esposa de Casa de muñecas, mujer ejemplar de su época, cuya seguridad interior le permitió elevarse por sobre la superficialidad y responsabilizarse de su propia identidad? Y Doña Bárbara, espíritu del mundo supersticioso retratado por Rómulo Gallegos, ¿por qué supeditó su sensualidad a la codicia hasta repudiar su propio don de la maternidad?, ¿qué agresiones sufrió su pobre ser menoscabado por el hombre ancestral hasta convertirlo en una fiera más de la llanura venezolana? Y la pobre Doña Inés, cuya meta fue la salvación del alma pecadora de Don Juan: débil niña presa de la tradición y de la moral de su época, creación romántica asociada al sacrificio y al martirio, ¿qué pudo saber del amor si cuando salió de su casa fue para ingresar en un convento? ¿Y no sería reconfortante una intensa conversación con Michel Strogoff, el incomparable correo del zar en el que Julio Verne deposita y pone a prueba las más altas dotes de la lealtad, ese valor sólo propio de los grandes espíritus? ¿Y qué nos diría del amor Margarita Gautier, la más famosa heroína del siglo XIX, protagonista de una novela convertida en drama y luego en la popularísima ópera de Verdi? Refinada cortesana de vida licenciosa, muestra al mundo, desde su condición de personaje auténticamente real, su capacidad de elevarse hacia el amor puro.

Sí, caro lector, podemos sostener magníficas conversaciones con los personajes de nuestras lecturas, como esas sabrosísimas que, café de por medio, nos enriquecen grandemente cuando platicamos con los amigos íntimos. Ellas nos aportan valiosas lecciones de vida, nos auxilian en una mejor comprensión de la sociedad en que vivimos y, quizá, de nosotros mismos. ¿O no lo cree usted así?

¿Pero me leerá el próximo domingo? Lo espero. Gracias.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 9 de noviembre de 2008)

martes, 4 de noviembre de 2008

¡DON JUAN! ¡DON JUAN!


¡Buen domingo, querido lector! Es inevitable hablar de Don Juan, de José Zorrilla y de Tirso de Molina, origen de la figura más perversa de los galanes de la literatura, si bien da un poco de trabajo llamar galán a quien seduce mujeres sólo para ingresarlas en su estadística de victorias eróticas. Es indudable, Tirso lo odiaba: le dio todos los defectos posibles, pero le dejó una gran virtud aunque también fue pervertida: maravilloso espadachín. Sin moral, sin religión, sin respeto a la sociedad, negado por su propio padre, Don Juan, desde su nacimiento de la pluma de Tirso en el siglo XVII, ha sido trasunto de secretos ideales masculinos, de esos que se callan en público y se practican en lo privado: la seducción. ¿Por qué un joven veinteañero de hermosa y magnífica apariencia (lamentablemente travestido por el actual teatro de burlesque) es elevado a la categoría de héroe antisocial? ¿Por qué este espectacular libertino es admirado por sus actos indudablemente delincuentes?

Gregorio Marañón, en su Don Juan. Ensayos sobre el origen de su leyenda, intenta “resaltar la importancia de los factores psicológicos en la formación de esa leyenda” que, ya sabemos, antes de aposentarse en el Siglo de Oro, había recorrido toda Europa, y aún más, su abolengo se origina en ilustres mitologías. Dice el doctor Marañón:

La mente de los grandes creadores, es decir, el pueblo y los genios, obedece siempre, sin saberlo, a razones espirituales profundas cuya trama y mecanismo no perciben los contemporáneos; y sólo al cabo de los siglos, cuando cien años se ven como si fueran una hora y la humanidad como una compañía de actores, y el mundo como un escenario, sólo entonces, esos hilos invisibles que mueven la génesis de cada cosa, sólo entonces, se empiezan a entrever.

Marañón, caritativamente piadoso frente a los enfermos sociales, llama a Don Juan “varón constantemente amado y perdurablemente incapacitado para amar”. Estoy segura de que nosotros, los que no somos psiquiatras, llamaríamos a este blasfemador irreverente con una frase un mucho más enérgica.

Ramiro de Maeztu, el prolífico ensayista de la Generación del 98, afirma que la sombra de don Juan ha recorrido Europa, y

cada nación y aun cada artista ha concebido el suyo, lo que no es obstáculo para que todos ellos puedan dividirse en dos grandes clases: el Don Juan de los pueblos del Norte, y aun Italia, que es el Don Juan enamorado, y el don Juan de España, el de Tirso y el de Zorrilla, que es el Burlador.

Maeztu considera que el Don Juan de Zorrilla está mejor escrito que el de Tirso. Y yo me permito agregar: es más real, menos ingenuo, más coherente en su indiscutible incoherencia. Así mismo, los versos de Zorrilla son más “atractivos” por su donosura verbal, por su musicalidad (Inés, alma de mi alma, / perpetuo imán de mi vida, / perla sin concha escondida / entre las algas del mar; / garza que nunca del nido / tender osasteis el vuelo / al diáfano azul del cielo / para aprender a cruzar), o por su eficacia impactante (Llamé al Cielo y no me oyó; / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la Tierra / responda el cielo y no yo), si bien carecen de la profundidad a la que Tirso sí supo llegar.

Llevado y traído por todos los escenarios del mundo, la figura de Don Juan se arraiga más como símbolo de una época ya lejana de los ideales renacentistas que como representante de “lo masculino” en imaginarios populares por demás llamativas y complejas. En México, José Zorrilla leyó su Don Juan Tenorio, ante Maximiliano de Habsburgo, en su teatro particular como lector de cámara. Y desde ese día, hace casi ciento cincuenta años, Don Juan se quedó en México, primero como figura retadora, luego como sombra idealizada, después como personaje trágico, para luego, en los últimos treinta años, sostenerse en la escena del teatro de más baja estofa, ridiculizado, recortado, sobajado a gañán de plazuela. Perdida ya su esencia, ajeno a su origen mítico, Don Juan representa ahora a la chusma ebria que grita un torpe reto a la Muerte y a la Vida. El público actual ya no conoce ni siquiera el nombre de José Zorrilla, mucho menos el de Tirso de Molina: Don Juan es sólo un fantoche de aparición cíclica que divierte malamente a los necesitados de las risotadas.

¿Y me leerá la próxima semana? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(columna publidada el 2 de noviembre de 2008)

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lunes, 27 de octubre de 2008

VISITAR A LOS CLÁSICOS

¡Buen domingo, querido lector! “Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: ‘Estoy releyendo…’ y nunca ‘Estoy leyendo.’” Así inicia Ítalo Calvino su ensayo “Por qué leer a los clásicos”. Quizá, se responde Calvino, lo hacemos para encubrir la grave falta de no haber leído algunos libros reconocidos como obligatorios en la “cultura universal”. Es obvio: siempre habrá un número enorme de “obras fundamentales” cuyo nombre será inalcanzable. “Quien haya leído todo Herodoto y todo Tucídides que levante la mano”, dice Calvino, y luego nos ofrece algunas de sus definiciones relativas a los clásicos. Una de ellas, me parece, incluye puntos que a todos nos incumben: “Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual”.

Ciertamente: si bien cada país, cada lengua, tiene sus propios deberes de lectura, hay voces que, por encima de toda nacionalidad o prejuicio racial o radicalismo histórico, integran el pensamiento ecuménico por haber rescatado aquello, particularmente tan individual, que revela los linderos de la universalidad. Estos “clásicos” propician el descubrimiento de ineludibles verdades incontrastables que habremos de asumir para no autonegarnos. De aquí surge la importancia del trato impecable con las lecturas clásicas: sólo mediante la exactitud de su encuentro recibiremos los conceptos precisos que un autor, fuera del tiempo, nos envía como llave mágica hacia nosotros mismos. De este hecho cardinal parten algunos requisitos que debemos cumplir para llegar a esas voces maestras por el mejor de los caminos:

Primeramente, la edición manejada debe ser la más pulcra, sin alteraciones, y cuya procedencia sea una editorial con experiencia en el trato con los clásicos. Debemos preferir las ediciones anotadas y prologadas por los expertos para, con sus luces, obtener el máximo provecho de nuestra lectura. Si se trata de traducciones, elegiremos las avaladas por una institución de renombre en la especialidad. Seleccionar un libro es un acto muy serio, no sólo por ser un hecho costoso, sino porque abriremos nuestro hogar a un autor que será recibido por nuestra familia y ocupará un sitio importante en nuestra biblioteca.

Si somos espectadores, en el caso de escuchar a los dramaturgos clásicos (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Cervantes, Shakespeare, Molière, entre los más frecuentados), importa informarnos sobre la compañía que los pone en escena, quién es su director, quiénes sus actores, qué obras integran su repertorio. Acudir al teatro es un acto trascendental, como lo es elegir un buen restorán; ambos nos alimentarán: el espíritu y el cuerpo. Una mala elección puede causarnos un serio disgusto o infligirnos mucho daño.

Por su universalidad, los clásicos suelen ser vilipendiados, lastimados, recortados, adaptados, ofendidos, esto es: abajados al nivel de la estética masificada por la chusma degustadora de morcillas y de expresiones soeces. Este “público” pertenece tanto a las altas esferas económicas como a las que hacen un gran esfuerzo para adquirir una luneta; este “público” se da en todos los niveles sociales de una comunidad. Su falta de calidad como receptor de arte concierne a ciertos deberes sociales y políticos: a la educación del gusto que una familia debe proporcionar a sus hijos, a la instrucción recibida en las aulas escolares, a la preocupación de una ciudad por aportar los beneficios de la alta cultura a sus ciudadanos. Pero éste es un tema para otra página.

¡Pobre Shakespeare! ¡Pobre Moliére! ¡Pobre Zorrilla! Sus dardos certeros se han vuelto contra ellos. Han sido llevados y traídos de mala manera por el cine y por la escena vulgar. Ya son irreconocibles: apenas se percibe su agónico gemido envuelto en versos abaratados por los escenarios de plazuela aficionados a la ramplonería que ha carcomido la intención original. Pero, ¿qué ha de hacerse? ¿Será que el público actual ya no está dotado para recibir el clasicismo, y sólo aprecia la bisutería teatral? Es indudable. Pero, obviamente, los actores deben sobrevivir. ¡Pan y circo!, queridos amigos, ¡pan y circo!

¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

(Columna publicada el 26 de octubre de 2008)

lunes, 20 de octubre de 2008

LEER PARA ESCRIBIR


¡Buen domingo, querido lector! Las palabras nacen de las palabras y los pensamientos de los pensamientos. Una idea, un concepto, una sensación, pueden generar, con sólo rozar nuestras fibras sensibles, el desencadenamiento de una dialéctica inevitable y creadora. Pero, ¿cuándo surgen estos encuentros, estas circunstancias emisoras de dardos que aguijonean nuestro pensamiento? Aunque parezca una afirmación extremosa, cada acto en el que participamos es un venero permanente de situaciones riquísimas, de infinitas propuestas, de mil posibilidades de reflexión. Algunas de ellas amaran en las superficies y son muy accesibles, casi evidentes; otras yacen bajo pesados escombros verbales a las que sólo se puede arribar si se vadean las aguas, y quizá muy pocas, muy pocas, gracias a la agudeza de su estilete, pueden penetrar hasta las raíces abisales de nuestras oscuridades más recónditas y tocar núcleos, por algún motivo ocultos hasta para nosotros mismos, y cimbrarnos en diferentes tonos.

Una presencia provocadora de ideas es, indudablemente, la lectura: de ella parte el reverbero proveniente de otras inteligencias, y se contacta por los maravillosos vasos comunicantes que nos unen a todos los seres sobre el planeta. Las circunstancias motivadoras de la cercanía con el fluido que corre por estos vasos dependen de un delicado percutor, irrelevante en cualquier otra situación, pero que, al darse en puntuales coincidencias (preferencias, debilidades, gozos, repudios, desprecios), provoca destellos inesperados, luces no previstas, intensidades desconocidas. Ésos son los segundos preciosos conductores hacia universos de contingencias maravillosas.

Cada uno de esos “segundos” es poliédrico y expone el filo de sus aristas, y cada uno de nosotros responderá ante ellos con su bagaje particular, con sus personales acervos, con lo guardado en su bodega, con su escarcela personal: lecturas, visitas, conversaciones, relaciones, y todas las conocencias dables. El resultado debe ser excelente: quien está en alerta lleva, siempre dispuestas, armas suficientes en su faltriquera. Pero ese resultado brinda distintos grados de riqueza: desde las cavilaciones mesuradas y prolijas hasta la carga opulenta que hace baza con toda nuestra gama de recursos. Algunos versos remiten hacia una experiencia individual, determinados personajes de ficción sugieren intensas introversiones, ciertas historias abren vía hacia hechos reveladores, hay situaciones que obligan a enfrentar las propias verdades, más de una metáfora envía a paraísos insospechados, e incuestionables afirmaciones ponen en jaque todos los esquemas éticos o estéticos. Sí, querido lector, la lectura es la más sagaz sediciosa contra la rutina y la mediocridad, es la más refinada constancia de nuestra capacidad para comprender el cosmos, es el método más develador del mundo emposado en nuestros abismos.

Pero hagamos una prueba. Lea usted lo que guste, y luego, cuando haya concluido la lectura, verá cómo se van elevando desde sus adentros unas ganas enormes de contradecir, de afirmar, de abundar en ejemplos, de recordar experiencias, de hablar… y si no tiene a nadie delante, sentirá la necesidad enorme de comunicar sus impresiones y, aún más, puede llegarle una sed tan agobiante de comentar lo leído –recordatorio de naturales vivencias– que escribirá, sí amigo mío, estoy segura, escribirá, tal vez apuntes, quizá notas, pero escribirá, o, de no ser así, se sentirá poseído por una necesidad enorme de escribir. ¿Hacemos la prueba?

¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.
(Columna publicada el 19 de octubre de 2008)
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martes, 14 de octubre de 2008

CRONISTAS

¡Buen domingo querido lector! Hoy 12 de Octubre el calendario dice: Día de la Raza. Y se refiere a esa nueva raza que nace de la unión de dos historias, de dos culturas, de dos sangres derramadas y madres del México de hoy. Es el día de 1492 en que la mar salobre trae a mexicanas tierras al Navegante Ilustre. ¡La Pinta! ¡La Niña! ¡La Santa María! ¡Sus velámenes señeros hendiendo nuestro Golfo! ¡El Descubridor descendiendo de la Santa María, su nave capitana, y plantando sus blasones en nuestras vírgenes arenas! Sí, todos los mexicanos de hoy, los mestizos de ambas razas, vivimos en aquel seno sagrado el horizonte inolvidable de ese otoño con los cielos tintos en sanguina y bermellón. El Aguerrido Genovés, ahíto de fatiga y desesperanza, logra avizorar un nuevo mundo. Todo está por venir. La Muerte, la Gloria, la Envidia, la Indisciplina, el Hambre, la Batalla, el Futuro. Todo está frente a él: descubrir conquistar, fundar, grandes metas de héroes y de santos, como Teresa, la doctora de Ávila, como Felipe de Jesús, el intrépido mexicano. Pero los instrumentos del Gran Cartógrafo pronto serán sustituidos. Ha llegado la hora de preparar las armas para tomar posesión del botín.

No simpatizo con la Conquista ni con los ominosos años coloniales. Creo en los hechos ineluctables y en la crónica, rama de las letras que logró pulsar los graves momentos plasmados por la certera visión de quienes habrían de participar en el juicio de la Historia. Bernal Díaz del Castillo, el soldado que acompañó al Conquistador, recoge en sus memorias −redactadas en sus años viejos en Guatemala− cada gota de los instantes sufridos y nos los entrega, desmenuzados, en cromáticos pliegos animados por los fatales instantes en que nuestra nación indígena se desarticula. Pero de la sangre derramada, Bernal recupera nuestro paisaje magnífico, nuestra riqueza codiciada, nuestra maravillosa arquitectura, nuestra espléndida gastronomía, nuestra ética y nuestra estética en el estertor de ese pasado que aún recorre orgullosamente nuestras arterias.

¿En qué consisten las historias narradas por Bernal? Invocarlo es sobrevolar sobre casi quinientos años y admirar la oriflama de una techumbre laminada en oro, extasiarse ante el centelleo exquisito de sus trajes policromos y escuchar el harmonioso canto de sus voces agoreras.

Ésa es la función de los cronistas: detener el tiempo; participar del minuto reseñado; involucrarse en cada latido de una ciudad, de un estado, de una república y, pendientes de cada hilo vital, comprehender el mundo, contextualizarlo, explicárselo para luego explicarlo a quienes un día sólo tendrán sus palabras como referente apodíctico para interpretarlo.

El cronista nato es el amante fiel de una urbe, es su enamorado perpetuo: se envuelve en ella y se arropa con su aliento, conoce palmo a palmo sus emociones, recorre gozosamente sus sentimientos, padece en sus propios huesos cada instante trágico y llora de alegría ante cada triunfo. Cada acto estelar, cada inauguración portentosa, es una victoria personal. Cada desdicha, cada fractura, es un infortunio propio. El cronista es el único que puede predecir su futuro: ella es su hija, es su madre, es su hermana, es su amada.

La mirada polifacética de Bernal −mirada de cronista− intuyó en las tierras sometidas la nobleza agraviada; bebió en la sangre del sacrificio su propia sangre de batallador; sufrió en la lumbre de sus heridas el sacro pedernal de los primeros defensores de nuestro Continente; admiró en la épica grandeza de sus reyes la belleza heroica del valor y la hidalguía; escuchó en sus cantos los míticos recuerdos vallisoletanos de su nativa Medina del Campo; amó a sus propios hijos en los hijos de la tierra mexica y fue el primero en solicitar para ellos la anulación de la esclavitud, máximo ejemplo de su amor de cronista.

Leer las páginas inmortales de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es deber de todo mexicano. Nadie más habló con mayor conocimiento de aquel aciago período. Nadie más recordó la Conquista como pasión de los mártires. Nadie más perpetuó agónicamente los hechos ofensores de nuestra amada México de 1519 a 1521, trienio fatal de nuestra historia. Nadie, nadie más, sólo Bernal Díaz del Castillo, modelo de cronistas, de palabra directa y poética, agresiva y dulce, informada y volandera. ¡Nadie más! ¡Nadie más! ¡Hagamos homenaje a Bernal! ¡Leamos su obra! ¡Para nosotros la escribió!

¿Y usted, me leerá la próxima semana? Gracias. Lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

lunes, 6 de octubre de 2008

DETENER LA AGONÍA


¡Buen domingo, querido lector! ¿Ha recibido alguna vez como obsequio una flor agonizante? Me ha llegado una noticia muy ingrata, y me alegra saberla en este ahora en el que ya puedo resistir casi todo: hay un “método” para detener el momento exacto en el que las flores, a punto de abandonar su urente verano, inician el inevitable caimiento que abatirá de su hermoso rostro los pétalos de la muerte. El tal “método” consiste en “laquear” a la flor en el instante preciso de su agonía. Los tejidos se endurecen y la Muerte se aleja.

¿Cuál es la razón de esa nefanda necrofilia que desea momificar a una hermosa criatura y transformarla en un monstruo incapaz de morir? ¡Ah!, ¡pero eso no es todo! Esas “creaciones”, engarzadas por manos jardineras, retienen la angustiosa belleza florida y la convierten en sujeto de regalo. ¡Aunque con fineza, eso es regalar un despojo! ¿Qué estética contrahecha da lugar a este cruel modo de mirar el mundo? Recuerdo de inmediato los productos bonsai, cuyo sólo nombre me subleva por la inconcebible injuria a Nuestra Madre.

Permítame, caro lector, externar algunas preguntas que me acosan: ¿quién ha otorgado al hombre el derecho de alterar a la Naturaleza?, ¿es el mismo derecho que se toman los cazadores cuando asesinan a tantas especies del planeta?, ¿qué extraño placer siente el hombre cuando mata a sus hermanos?, ¿qué clase de malignidad decadente gusta de contemplar la vida a punto de extinguirse?, ¿qué leyes autorizan esta conducta impía?, ¿de qué poderes nos sentimos dueños como para impedir el derecho a la muerte? Y después de esta cadena de horrores, ¿quién se atreve a ofrecer esta infamia como obsequio?

Es indudable, el hombre guarda rencor hacia su Origen. ¿Ha visto usted esos jardines con árboles transformados en cisnes, en canastas y en no sé cuántas figuras ajenas a su genética? ¿Por qué ese urgente deseo de enmendarle la plana a la Naturaleza?, ¿por qué esa sádica necesidad de destruirla como si se quisiera decirle: “Mira, no has sabido crear. Este árbol debe tener forma de perro, este otro, de rombo. Yo voy a enseñarte.” ¡Dios! ¡Qué soberbia tan merecedora de castigo!

Permítame, amigo lector, recordar con usted algunos versos de “Pedigree”, ese terrible poema de León Felipe:

¿Por qué ha de ser piadoso nuestro dios?
¿Quién tiene piedad entre los hombres?
Además… ¿no es la vida una cadena de mandíbulas abiertas y devoradoras?
Y si la lombriz se traga la simiente,
la gallina a la lombriz
y el hombre a la gallina…
¿por qué Dios no se ha de tragar también al Hombre?
¡Gran manjar es el Hombre!


Una Pregunta se acerca y exige respuesta: ¿quién vendrá un día y nos torcerá los brazos y nos mesará los cabellos o los trenzará a su antojo y nos dará apariencia de asnos o de cerdos, simplemente porque es más fuerte que nosotros y en ello sustenta su soberbia para enfrentar a la Naturaleza? ¿Qué figura tendremos destinada? ¿Habrá un catálogo disponible para conocer nuestro futuro?

Me resta algo más: Quien disfruta al demorar la muerte ajena, ¿estará seguro de que no padecerá una agonía larga, larga, muy, pero muy larga?

¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.



(Columna publicada el 5 de octubre de 2008)

martes, 30 de septiembre de 2008

DE LO SUPERFLUO


¡Buen domingo, querido lector? Alguna vez ha atendido usted a su contexto personal? ¿Ha pensado cuántas cosas lo rodean y si verdaderamente le son útiles o tan sólo las conserva por costumbre? ¿Está seguro de lo que en realidad necesita para vivir de manera cómoda? Víctor Hugo dijo: “Antes de los cuarenta años el hombre es como la urraca: gusta de la viciosa posesión de objetos coloridos y brillantes.” Sí, exactamente como esas hermosamente negras e ingenuas criaturas. Y después de los cuarenta –digo yo–, empieza a desfilar hacia el exilio todo lo que alguna vez disfrutó del amor y hasta de la codicia de sus adquirentes. Y me permito añadir aún: ese desfile hacia el exilio se realiza a la inversa del de algunas festividades del calendario cívico: abren la marcha los menos relevantes, los nimios, como algunos adornillos frívolos e insulsos. Le siguen los de más peso: quizá el abrigo de regia piel, siempre y cuando se le intuya un inútil futuro. Irán en seguida las joyas: esos amados orientes, esos colores abrumantes, esos brillos de ya imposible presencia en cuellos añejos. Y más tarde… bueno, sólo dios sabe de qué se pueda uno desprender más tarde. Si, amigo mío, la vida es un acumular para luego despedir. No me parece mal si en ese lapso se ha disfrutado y vivido placenteramente con tantas posesiones que concedieron generosamente muchos momentos de felicidad y deben cerrar su ciclo fatal permitiendo la dicha de decir: “Oye, ¿te gustaría tener este libro?, lo he amado mucho y en tus manos estará muy bien.”

Y, a propósito, ¿qué hicimos usted y yo con la cortadora de pasto que nunca supimos ni siquiera armar?, y ¿qué con la caminadora que terminamos por considerar un estorbo?, ¿y dónde abandonamos aquella escultura de la que fuimos víctimas en una hora de debilidad estética a pesar de que no sentíamos por ella ningún entusiasmo?, ¿y la prenda destinada para una sola ocasión que, cumplido su efímero destino, pasó al desván del olvido?

Sí, es obvio, no tenemos buen ojo para atender la caducidad de lo que obtenemos. Acumulamos morbosamente, como la urraca, lo que no muy tarde habrá de ingresar, de manera irremediable, en el ático del pasado. Si nos dejamos guiar por las doctrinas cenobitas, deberíamos vivir con mesura, pero sin llegar al ejemplo calderoniano del sabio que sólo se sustentaba de las hierbas que cogía y … “habrá otro –entre sí decía– más pobre y triste que yo” Y cuando el rostro volvió halló la respuesta viendo que otro sabio iba comiendo las sobras que el arrojó. ¡Cuidado!, los límites de la frugalidad colindan con los de la ruindad y con los de la avaricia. Sólo creo, salvo su mejor opinión, en las ventajas de meditar y sopesar si nuestras compras son necesarias. ¿O no lo cree usted así? Bueno, pero, ¿por qué no nos ponemos más exigentes?, ¿por qué no vamos más allá de los organismos materiales? Sí, como esos recuerdos ya tan desgastados que apenas podemos precisar, ¿no le parece?; o los rencores innecesarios ocupantes de un espacio precioso más digno de atesorar algo mejor, ¿verdad?; o los fracasos amargos retenidos quién sabe para qué, ¿o no?; ¿y por qué no agregar aquí las omisiones, las deudas morales, las promesas incumplidas, las metas no logradas y no sé cuántas “relaciones” más que conforman nuestra vida, y algunas hasta van cubiertas de carne y hueso?
Sé que está de acuerdo conmigo, ¿no es cierto?, ¿podríamos afirmar que gran parte del entorno que nos hemos construido es perfectamente prescindible? Sí, quizá porque sólo ha cubierto esos huecos cuyo vacío nos intranquilizaba, y no supimos llenar con “cosas de verdadera importancia”, como dijera León Felipe. ¿No cree usted conveniente meditar algunos minutos sobre lo que verdaderamente deseamos tener junto a nosotros para los instantes más nuestros? Podríamos empezar con la tradicional visita al mercado: es un buen principio. ¿O no lo cree usted así?

¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

(Columna publicada el 28 de septiembre de 2008)

lunes, 22 de septiembre de 2008

¿MÁS DICCIONARIOS?


¡Buen domingo, querido lector! He recibido muestras de gran interés por los diccionarios, así que aprovecharé tan áurea oportunidad para responder gustosamente algunas preguntas.

Sí, caro amigo, sí hay un diccionario que reúne toda la terminología relativa a la LINGÜÍSTICA pero, como usted sabe, ésta es una disciplina muy especializada que dispone de una bibliografía también muy especializada cuyos principales consultantes son lingüistas profesionales. Teniendo en cuenta esta circunstancia, tres reconocidas expertas (Elizabeth Luna Traill, Alejandra Vigueras Ávila y Gloria Estela Baez Pinal) han publicado un Diccionario básico de Lingüística “concebido en función de las necesidades de los alumnos que cursan los primeros años de las licenciaturas en Letras, Comunicación, Periodismo o áreas afines”. Este libro, espléndido, ha sido editado por el Centro de Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas (UNAM, 2005, 1ª. reimpresión, 2007, 283 pp.) Aquí encontrará palabras como: habla, léxico, lenguaje, nombre o vocablo.

Y para usted a quien le preocupa de manera especial el buen manejo verbal, le recomiendo el Diccionario de verbos, de Hilda Basulto, de la Editorial Trillas. Dispongo de la edición de 1991 (883 pp.). Ofrece interesantes apéndices sobre: Acentuación, Verbos anticuados (segurar por asegurar), Verbos desusados (aprometer por prometer), Verbos defectivos (soler), Verbos homófonos (rehusar / reusar), Verbos parónimos (airar / airear), Verbos antónimos (aglutinar / separar), Redundancias verbales (bucear “bajo el agua”), y Voces de los animales ( aullar / lobo, barritar / elefante).

Y en el caso de usted que gusta de las opulencias de la Retórica, le propongo vivamente el Diccionario de retórica y poética publicado por la Editorial Porrúa (1ª edición, 1985, 8ª edición, 5ª reimpresión, 2004, 520 pp.). Aporta, además, una riquísima bibliografía sobre ambos temas. Esta labor insuperable fue realizada por la doctora Helena Beristáin en el Instituto de Investigaciones Filológicas. Allí están las definiciones que tanto se necesitan para resolver esas dudas que asaltan los talleres de Escritura, de Lectura, de Poesía o de Narrativa. Descubrirá la amplitud de voces tan aparentemente sencillas como descripción u oyente, y tan complejas como metáfora o ironía.

Y, por último, a usted que disfruta los conceptos propiamente literarios, debo decirle que hay varios e importantísimos títulos. Por su fácil comprensión y por su riqueza de ejemplos que mucho pueden auxiliarlo en su trabajo, me gustaría invitarlo a conocer el Diccionario de términos literarios de Demetrio Estébanez Calderón. Tengo a la vista la edición de Alianza Editorial (Madrid, 1996, 1134 pp.). Allí deslindará definiciones como género literario, novela policiaca o seudónimo.

No quiero concluir esta pequeña lista de auxiliares sin compartir con usted los imperecederos consejos que recibí, en mis años estudiantiles, de mis siempre recordados profesores de Lengua y de Literatura. Son siete pasos: 1. No ir de inmediato a buscar la palabra que se necesita. 2. Leer cuidadosamente las instrucciones de manejo. 3. Revisar atentamente las secciones que incluye. 4. Consultar los apéndices: reúnen información inesperada. 5. Observar con detenimiento y registrar en la memoria las abreviaturas que maneja el diccionario que se está leyendo. 6. Ya sobre terreno conocido, sin prisas, con serenidad de espíritu, leer algún ítem (definición) que parezca novedoso. Y 7. Con la confianza que inspira un buen amigo, solicitarle el término deseado. La respuesta será inmediata. Si no se sigue este procedimiento, lo inevitable será perderse entre alfabetos y columnas, y usted, querido amigo, desilusionado, arrinconará la obra en un lugar olvidado del librero. ¡No! ¡Eso jamás! Cada obra de consulta tiene su propia metodología y hay que acatarla para obtener el máximo rendimiento. ¡Inténtelo! Ellas son nuestras mejores compañeras.

Lo invito, caro lector, a unirse al grupo de Adictos a los Diccionarios. Esté usted seguro de que formamos legión.

¿Y me leerá la próxima semana? Gracias, Aquí lo espero.

(Columna publicada el 21 de septiembre de 2008)
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lunes, 15 de septiembre de 2008

EN EL MES DE LA PATRIA


¡Buen domingo, querido lector! Hemos llegado al Mes de la Patria, la fecha tan esperada para festejar a este suelo nuestro, para tener el honor de llamarnos mexicanos, para escudar orgullosamente nuestros hogares y nuestros automóviles con los símbolos patrios. ¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Estamos en septiembre! Pero, ¿cuántos mexicanos recuerdan con exactitud qué sucedió en un septiembre como éste?, ¿cuántos mexicanos asumen el significado de esta fecha, aunque sólo sea como algo difuso que escucharon hace ya mucho tiempo en la escuela primaria?, ¿cuántos mexicanos que adornan sus empresas en septiembre con los colores de nuestra bandera están informados de por qué lo hacen? Estoy segura de que todos podrían afirmar que fue en un 15 de septiembre, pero de 1810, cuando en la parroquia de Dolores un sacerdote ilustrado, Miguel Hidalgo y Costilla, convocó a su pueblo cuyos arreos de guerra eran sólo una pobre provisión de piedras, palos, hondas y machetes. Que fue aquel valiente cura quien amasó la cólera de los desposeídos y dio forma a la primera gran revolución de esta América Nuestra. Que él abrogó los tributos que pesaban sobre el pueblo, que suprimió la distinción de “castas”, que declaró abolida la esclavitud. Que este suceso fue no sólo un ejemplo para América sino también una lección para Europa. ¡La Independencia de México! ¡La liberación de las opresiones! ¡El respeto ciudadano ante el mundo! Aquellos primeros mexicanos lucharon a sangre y fuego para que este México nuestro viviera en plenitud. ¡Abandonaron sus hogares, sus tierras! ¡No volvieron a ver a sus familias! ¡Dejaron la vida en el campo de batalla.

Aquellos hombres son nuestros padres cívicos, y nosotros somos sus herederos. Y todos, absolutamente todos, conocemos y no olvidamos los hechos que conmemora este mes heroico. Y por ello luchamos día con día para honrar las libertades que a nuestros antepasados les costó la vida. Y nos esforzamos para venerar a la Patria que nos legaron los mejores hombres de su historia. ¡Y que nadie nos ofenda preguntándonos qué sucedió en aquel septiembre de 1810! Todos lo sabemos: porque las altas autoridades del país han puesto énfasis en su conocimiento para que cada hombre y cada mujer que viven en esta tierra respiren la atmósfera de devoción que la Patria merece; porque en cada plan escolar esta información tiene un sitio primordial; porque nuestra constitución es enseñada con toda puntualidad a cada estudiante para que no haya ni un solo resquicio por donde se trasmine la corrupción; porque desde el síndico hasta el presidente de la República han dado primacía a la historia de México como base de la cultura nacional; porque los planes sociales acuerdan con los educativos los mejores instrumentos para que no haya un solo mexicano que no sepa leer y escribir; porque nuestras leyes de protección jurídica, insertas en el gran orden institucional, velan místicamente por el bienestar del pueblo, por la consideración a su integridad individual; porque la salud física de la sociedad es punto básico de preocupación política del gobierno; porque el estado fomenta la investigación científica y humanística en beneficio del alto espíritu patrio… y por tantas razones más que usted, querido lector, atesora mejor que yo, ¡pero tantas! que es imposible no recordar la gesta heroica de aquel mes de septiembre de 1810, que es imposible que los sagrados nombres de nuestros héroes sean preteridos en cualquier acto cívico, que es imposible que sólo sea en cada mes de septiembre cuando la ciudadanía rinda homenaje a la nación, porque éstos son deberes para cada uno de los momentos de nuestra vida. ¿Verdad, querido lector?

Gracias por decirme que está de acuerdo conmigo.
¿Y me leerá la próxima semana? Gracias. Lo espero.



(Columna publicada el 14 de septiembre de 2008)

martes, 9 de septiembre de 2008

DUDAS GRAMATICALES


¡Buen domingo, querido lector! Usted y yo nos hemos preguntado con alguna frecuencia cuál es la expresión correcta o la acentuación exacta o la preposición que le corresponde a alguna frase. Esto nos sucede desde los años en los que los profesores calificaban teniendo en cuenta no sólo la organización del trabajo, la investigación realizada y los conceptos expuestos, sino también la ortografía como requisito sine qua non para obtener una buena nota. Esos tiempos han pasado, y a usted y a mí nos siguen preocupando los regímenes verbales, los anglicismos, los galicismos y tantos aspectos que, estamos seguros, contribuyen al buen escribir de quienes hemos recibido, mínimamente, la instrucción secundaria.

Las dudas relativas a la estructura lingüística son infinitas, y es en la pulcritud de estas aparentes pequeñeces donde la brillantez de nuestro idioma tiene su mayor lucimiento. Por ejemplo: ¿cómo debo decir: “me levanté en pantuflas… de pantuflas… o con pantuflas?, ¿cómo debo escribir: así mismo o asimismo?, ¿qué diferencia hay entre “deben ser las dos de la tarde” y “deben de ser las dos de la tarde?”, ¿cómo se escribe: couplet o cuplé, en el caso del género de canción popular española?, ¿cuándo se usa cualquier y cuándo cualquiera?

Hoy día, los asuntos normativos de nuestra lengua serpean por veredas muy riesgosas, dada la gran infiltración de terminología tecnológica y científica que ha enriquecido nuestro léxico con los correspondientes giros lingüísticos de su origen. Pero tenemos auxilios bibliográficos inigualables. ¿Me permite recordar con usted las utilísimas recomendaciones tradicionales? En primer lugar, un buen asedio a la gramática; luego, frecuentar el Diccionario de la Real Academia y la Ortografía de la lengua española (ambos pueden ser instalados en la computadora); después, revisar concienzudamente un diccionario de sinónimos y antónimos. Y para vencer las incertidumbres que suelen asaltarnos malignamente, no hay mejor compañía que la del Diccionario de dudas de la lengua española: le recomiendo, de manera muy entusiasta, el de Manuel Seco, de cuya obra, plenamente autorizada por la Academia, hay ediciones económicas que aspiran a viajar en el bolsillo. Pero, además, me gustaría proponerle que, sin costo alguno, instale en su computadora el Diccionario panhispánico de dudas, editado por la Real Academia Española: contiene un diccionario de voces; cinco apéndices con modelos de conjugación verbal, abreviaturas, símbolos alfabetizables, particularmente útiles; un glosario de términos lingüísticos, y una nómina de obras y publicaciones periódicas citadas allí mismo. Por supuesto, es bueno revisar la bibliografía que, vía internet, puede incrementar nuestra biblioteca.

Este apoyo básico dará seguridad en la temible hora de la redacción de un texto, sin olvidar que la mejor lección de escritura nos la ofrecen, obviamente, los escritores (no quiero decir los buenos escritores porque los escritores son siempre buenos, de no ser así, no podemos llamarlos escritores).

Si deseamos perfeccionar nuestra escritura, pulirla e higienizarla de toda alimaña malsana, es necesario adquirir el buen hábito de visitar la sección de obras de consulta de la biblioteca más próxima. La “Jesús Quintana”, ubicada en el Palacio del Ayuntamiento, y la del Espacio Cultural Metropolitano tienen un abundante acervo en esta área.

Como es sabido, las bibliotecas poseen varios niveles de consulta. Acudir a la sección de diccionarios afina los instrumentos de trabajo, y si se saben usar (revisarlos ampliamente y aprovechar lo que ofrecen), se obtendrá la respuesta a toda inquietud gramatical y se encontrará en sus páginas no sólo un venero de información léxica sino también enciclopédica. En este último caso, la más reciente edición del Larousse es indispensable en la mesa de trabajo: auxiliará en la mejor comprensión de un texto, en el disfrute de su lectura y, por supuesto, mejorará el habla de quien lo maneje. Pero deseo añadir algo más: la cercanía de un diccionario fomenta la adicción a la búsqueda de voces que luego florecerán en la enciclopedia personal, esa que va conformando el gusto y el estilo propios. ¿No le parece interesante?

¿Y usted me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 7 de septiembre de 2008)

lunes, 1 de septiembre de 2008

POETAS EN CONCIERTO SARA URIBE


¡Buen domingo, querido lector! ¿Ha sido usted invitado a escuchar a un poeta en concierto? Es un momento en el que todo es importantísimo: desde la comodidad de las luces en el sitio en que habrá de realizarse la lectura, hasta el silencio necesario para su adecuada audición. Pero, ¿cuáles serán las inquietudes del artista?, quizá le preocupe saber quiénes habrán aceptado su invitación, o qué esperan de él los amigos cercanos que ya conocen sus textos, o quiénes acudirán sólo por curiosidad o tal vez por compromiso social. El poeta necesita de un espacio y debe enfrentar estos instantes indudablemente no muy gratos.

El momento esperado llega: poeta y anfitrión ocupan sus sitios. Se acerca el recuento de imágenes y se aposenta la atmósfera mágica en la que el artista y su público podrán disfrutar de la idealidad requerida para el encuentro deseado. Se impone la voz señera, enriquecida por la emoción, por la nostalgia, por pasadas agonías, por tristezas lejanas, por alegrías olvidadas. La página impresa convoca los motivos de aquella escritura, y el tiempo y el espacio y el lenguaje y los versos se hacen uno en las modulaciones de su autor.

Un poeta en concierto ofrece al público el resultado que va desde ese “algo” que gestó un poema hasta su totalidad gráfica debidamente presentada en un libro. El camino entre estos extremos nunca se ve: sólo lo conoce su creador.

El jueves 14 de agosto en el Espacio Cultural Metropolitano, he escuchado a Sara Uribe. Ella ha obtenido el PREMIO DE LITERATURA DEL NORESTE CARMEN ALARDÍN 2004, el PREMIO NACINOAL DE POESÍA TIJUANA 2005 y el PREMIO NACIONAL DE POESÌA CLEMENTE LÓPEZ TRUJILLO DENTRO DE LA BIENAL DE LITERATURA DE YUCATÁN 2004-2005. Ha publicado: LO QUE NO IMAGINAS (CONARTE, 2005), PALABRAS MÁS PALABRAS MENOS (IMAC, 2006) y NUNCA QUISE DETENER EL TIEMPO (ITCA, 2008).

Sara presentó una retrospectiva salpimentada con briznas juveniles, con inquisiciones rumbo a la madurez, con posiciones muy claras relativas a la poética que ha regido su quehacer artístico hasta este momento, porque los poetas acuñan instantes que luego devanan y modifican y confirman y rehacen hasta que un día, que es nunca, desean concluir su contemplación del mundo, pero no pueden, pero no quieren.

Sara hizo gala de su dominio escénico y de sus dotes de excelente conversadora. Con voz serena comentó su obra, intercambió ideas con el público, y nos transmitió la convicción de que su escritura había sido realizada con gran facilidad, aunque sabemos bien que detrás de cada línea hubo mil obstáculos por vencer, infinitos fantasmas por identificar. La presencia de Sara fue inmejorable: de ella emanaba la seguridad que le ha otorgado su formación académica: profesora de Filosofía, poeta en constante ejercicio intelectual, editora, responsable de talleres formadores de posibles futuros escritores, y directora del Archivo Histórico de Tampico. Y he descrito sus actividades porque éstas son fundamentales en todo profesional de la escritura. Los poetas no surgen por generación espontánea: son producto del estudio tenaz, de las lecturas perseverantes, de la escritura persistente, de su participación en el entorno. Ése es el oficio de un intelectual, ése es el campo en el que se desenvuelve un artista.

Los temas que gustan a Sara están matizados por su natural capacidad reflexiva. A su catálogo acuden, en inesperada amalgama, el Amor y el Tiempo: "HE CAMINADO DURANTE LARGAS HORAS SIN DESPEGAR LOS PIES DE LA MISMA VIGA. HE VUELTO UNA VEZ MÁS AL LUGAR DEL QUE TE HAS IDO.", dice Sara, y esas líneas bastan para que huyamos en compañía de nuestras propias añoranzas, porque los poetas tienen el poder de uncirnos a su estela y hacernos viajar en esa esencia adventicia que es la poesía. Gracias a ese poder ellos no sólo apresan sus memorias, sino también las nuestras.

Lo invito, querido lector, a escuchar poesía en la propia voz de sus autores: es una experiencia fascinante.

Y usted, ¿me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí lo espero.


(Columna publicada el 31 de agosto de 2008)

lunes, 25 de agosto de 2008

BORGES


¡Buen domingo, querido lector! Hoy, 24 de agosto, pero de 1899, nació en Buenos Aires, Jorge Luis Borges. Más conocido como narrador que como poeta, a él debemos el retorno del cuento fantástico a las letras de Hispanoamérica. Hablar de su obra es intentar detener un poliedro en movimiento. Es difícil, muy difícil, apresar las ideas que han motivado cada una de sus líneas, cada uno de sus versos. Tengo a la vista su NUEVA ANTOLOGÍA PERSONAL, a la que me he acostumbrado a pesar de que disfruto de eso que, editorialmente, se ha dado en llamar “obras completas”.

“Ojalá las páginas que he elegido prosigan su intrincado destino en la conciencia del lector”, dice Borges en su “Prólogo”, y dice bien. La obra de un artista es un apretado nudo de propuestas que el lector habrá de ir desmadejando según se lo permita su sensibilidad. En el caso de Borges, varios temas me seducen, pero, con su venia, caro lector, elijo uno: el de la inmortalidad de nuestros antepasados, cuya presencia, transverberada en un interminable presente, pervive por los Siglos de los Siglos:


SOY, PERO SOY TAMBIÉN EL OTRO, EL MUERTO,
EL OTRO DE MI SANGRE Y DE MI NOMBRE;
SOY UN VAGO SEÑOR Y SOY EL HOMBRE
QUE DETUVO LAS LANZAS DEL DESIERTO.
VUELVO A JUNÍN, DONDE NO ESTUVE NUNCA,
A TU JUNÍN, ABUELO BORGES. ¿ME OYES,
SOMBRA O CENIZA ÚLTIMA, O DESOYES
EN TU SUEÑO DE BRONCE ESTA VOZ TRUNCA?


Grave carga conducimos: el ayer subsumido en el ahora nos enriquece y nos dota de aquello que hoy no podríamos poseer ni en experiencia ni en instrucción ni en tiempo ni en espacio. Esta manera de entender la vida como consecuencia diacrónica física –muy ajena a la idea de reencarnaciones y karmas–; este modo de aceptar que somos parte de un proceso biológico en el que la vida celular va siendo transmitida en cada generación con toda su potencia vital; esta concepción de la existencia que guarda los esquemas de todos los siglos, esta manera, nos une a un origen adormecido en las reconditeces abisales del inconsciente –latente en los pulsos de nuestro ser–, nos ilumina desde remotos instantes y nos permite conocer el universo de hoy y nombrar –en otro marco de intuiciones– a los mismos Elementos que atormentaron a los primeros hombres y luego recibieron el bautizo en la física aristotélica: Aire, Agua, Fuego, Tierra, unigénitos dioses ante quienes, azorados, conmovidos y medrosos, nuestros primeros padres hincaron su rodilla por primera vez.

Aceptar la vida como un proceso evolutivo amplifica la comprensión del mundo: explica las dudas sobre hombres y hechos, da luces al pasado individual como suceso inserto en los ciclos de la Historia, y permite asumir la responsabilidad de la que somos depositarios no sólo ante el planeta sino ante el Cosmos:

DONDE ESTARÁN LOS SIGLOS, DÓNDE EL SUEÑO
DE ESPADAS QUE LOS TÁRTAROS SOÑARON,
DÓNDE LOS FUERTES MUROS QUE ALLANARON,
DÓNDE EL ÁRBOL DE ADÁN Y EL OTRO LEÑO?
EL PRESENTE ESTÁ SOLO. LA MEMORIA
ERIGE TIEMPO. SUCESIÓN Y ENGAÑO
ES LA RUTINA DEL RELOJ. EL AÑO
NO ES MENOS VANO QUE LA VANA HISTORIA
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
EL HOY FUGAZ ES TENUE Y ES ETERNO;
OTRO CIELO NO ESPERES, NI OTRO INFIERNO.


Jorge Luis Borges murió en la ciudad de Ginebra el 14 de junio de 1986. Se distinguió por no haber recibido el premio Nobel.

Y usted, amigo en el Tiempo, ¿me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

(Columna publicada el 24 de agosto de 2008)

martes, 19 de agosto de 2008

BIZARRO

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¡Buen domingo, querido lector! He recibido un correo con una duda que, desde hace ya rato, deseo comentar. Esa duda procede del libre uso que se hace de las palabras cuando éstas tienen orígenes comunes con otras lenguas, y sus significados son, aparentemente, diferentes. El ejemplo es el adjetivo BIZARRO, de familia italiana. Veamos que nos dicen los diccionarios:
=El CUYÁS ITALIANO-ESPAÑOL define bizzarro como “extravagante, raro, caprichoso, extraño // valeroso // iracundo, arrebatado”.
=Nuestro DICCIONARIO DE LA ACADEMIA, sólo reconoce, de su procedencia italiana, el concepto de “iracundo”, y le otorga dos acepciones: “1. Valiente (esforzado), y 2. Generoso, lucido, espléndido”.
=Pero la misma Academia, en la voz BIZARRÍA, dice: “1. Gallardía, valor. 2. Generosidad, lucimiento, esplendor. 3. Pintura: Colorido o adorno exagerado”.
=El FRANÇAIS-ESPAGNOL de Martínez Amador (bizarre): “raro, extravagante; extraño, singular, incomprensible, inexplicable, estrambótico excéntrico, heteróclito”.
=Y el CUYÁS DICTIONARY ENGLISH-SPANISH (bizarre) dice solamente: “grotesco, caprichoso, fantástico”.


Son evidentes los vasos comunicantes del lenguaje. Los límites, no sólo fonéticos sino también conceptuales, tocan líneas fronterizas que parecen diluirse y modificar sutilmente las ideas hasta llevarlas a reinos casi opuestos. En el caso de BIZARRO estamos ante una gama colorida que va desde el muy preciso concepto castellano, relativo al valor y al lucimiento de las virtudes un tanto caballerescas, hasta los extremos de la lengua inglesa que se ubican muy específicamente en el ámbito de la irrealidad. Y ¿por qué no habría de ser así? ¿Quién le ha puesto coto a la imaginación? La “iracundia” bien puede tocar extremos “estrambóticos”. La “generosidad” es capaz de llegar al confín de lo “fantástico”. Y el “esplendor” puede ascender hasta la cima de lo “grotesco”.

En el devenir de la Naturaleza, y obviamente en el del pensamiento, la evolución es el eje primordial, y es tentadora la elección de veredas con ramajes inesperados cuyos brotes, de manera aparencial, sugieren principios distantes aunque su matriz sea, como siempre, la misma. El lenguaje no es ajeno a esta ley. Y nosotros, lectores, debemos asumir las infinitas posibilidades que las voces nos obsequian desde cada una de sus versiones en tantas lenguas que habitan el planeta. Pero también habremos de reconocer que los diccionarios autorizados marcan normas curadoras que salvaguardan con esmerada meticulosidad los usos con que cada habla ha ido conformando a las mismas palabras en sus diferentes sedes. Así, en el caso de BIZARRO, los herederos de la lengua castellana debemos usarlo en su sentido de “gallardía, valor, generosidad, lucimiento, esplendor”, y sólo en los asuntos relativos a la pintura, lo aplicaremos como “colorido o adorno exagerado”.

Si no respetamos este canon y damos a la palabra BIZARRO un equivalente a “grotesco, caprichoso o fantástico”, como lo propone la lengua inglesa, caeremos, de manera irremediable, en un anglicismo que fractura la acepción castellana.

Compartimos otros casos: en castellano, historia tiene dos significados: 1. “sucesión de hechos” y 2. “fábula, cuento, anécdota”. En inglés, el primero equivale a history, y el segundo a story. ¿Otro ejemplo? Contestar, para nosotros, es responder a una pregunta; en inglés, contest sugiere debate, contienda. Si se desea usarlo como responder, se usará el verbo to answer.

La geografía, confabulada con la historia, suele jugarnos malas pasadas, de allí la conveniencia de echar mano del DICCIONARIO y evitarnos falsas interpretaciones, o ¿no lo cree usted así?

¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.


(Columna publicada el 17 de agosto de 2008)

lunes, 11 de agosto de 2008

DE EXILIOS


¡Buen domingo, querido lector! ¡Qué terrible palabra encabeza esta columna! ¡Exilio! Y me ha llegado a estos renglones a raíz de haber escuchado algunos versos de un poema que usted indudablemente ha leído, sobre todo si conoció a su autor. Me refiero a Pedro Garfias quien, hará ya muchos años, visitó estas tierras porteñas y la pasaba mal, muy mal, como todos aquellos poetas que, lejos de sus lares patrios, lloraron la ausencia del cobijo materno, el recuerdo de la amada “piel de toro” y el desgajamiento de las propias raíces. “Primavera en Eaton Hastings. Poema bucólico con intermedios de llanto” narra la epopeya emocional vivida durante una estación en tierras británicas, mirando y mirando y recordando y recordando el horizonte abandonado. En 1939 lo publicó el Fondo de Cultura Económica en su Colección Tezontle. La edición que tengo a la vista es la segunda y pertenece a era (1962).

Garfias consideró a Osuna, Sevilla, su lugar de origen, si bien nació en Salamanca, España, el 20 de mayo de 1901. En abril de 1939 va desterrado a Inglaterra:

AUNQUE EL SILENCIO CRUJA Y SE DESPIERTE EL CISNE
–QUE ES PROPIEDAD DEL REY– Y QUIEBRE ALETEANDO
LAS AGUAS IMPASIBLES; AUNQUE LAS AGUAS CORRAN
A GOLPEAR LA ORILLA CON SUS TIERNOS NUDILLOS
Y EL RUMOR SE PROPAGUE POR EL BOSQUE CURIOSO
Y LLEGUE A DESPERTAR LA BRISA, QUE DORMÍA
TRAS LA COLINA CURVA; AUNQUE LA BRISA VUELE
A SACUDIR LOS PRADOS Y PULSAR LAS VENTANAS;
AUNQUE EL TEMBLOR SONORO SE EXTIENDA A LAS ESTRELLAS
Y PERTURBE UN MOMENTO SU FORMACIÓN TRANQUILA
MIENTRAS DUERME INGLATERRA, YO HE DE SEGUIR GRITANDO
MI LLANTO DE BECERRO QUE HA PERDIDO SU MADRE.


En ese mismo 1939 Garfias marcha hacia tierras mexicanas donde, trasterrado, residió hasta su muerte. Fue docente de la Universidad de Nuevo León. Después de una activísima vida cultural murió en la ciudad de Monterrey el 9 de agosto de 1967.

LA TIERRA DANDO VUELTAS VA ALEJÁNDOSE
CON LA SOGA DEL TIEMPO A LA CINTURA.
FUERA DEL TIEMPO Y EL ESPACIO ESTOY
CON LA VIDA ENLAZADA POR SUS PUNTAS.


Entre otros poetas exiliados que ya no regresaron a España, son inolvidables: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa, Pedro Salinas, Emilio Prados, todos ellos con obra imperecedera en revistas de gran calidad, nacionales y peninsulares. Recuerdo con gran afecto a Luis Cernuda, sevillano de incomparable voz elegíaca, y al malagueño Manuel Altolaguirre, editor y tipógrafo impecable, maestro único en estos menesteres, ambos con la mirada triste, agobiada, nostálgica, plena de añoranza por la tierra a la que, bien lo sabían, no habrían de volver.

Expatriado, exiliado, desterrado, trasterrado, adjetivos malsanos, crueles, ingratísimos, llevan en su aljaba negra el dolor y la amargura, el resentimiento por la injusticia, y la impotencia amarga ante el futuro. Quien haya conversado con alguien cobijado por este herrumbroso fardo habrá visto en sus ojos la necesidad de un encuentro, a sabiendas fallido. Y lo comprendemos porque quizá todos guardamos en nuestra historia la congoja del exilio en tantas de sus formas, desde el útero sagrado hasta la fundación de un nuevo hogar, no se diga la lejanía de una ciudad amada, los amigos perdidos, las ausencias inevitables. Pero digamos con Garfias:

ANDAR ES LO ORDENADO.
SEGUIR NUESTRO CAMINO
LLEVANDO A LOS COSTADOS
EL CÉSPED SATISFECHO
Y EL ALTO PINO, DEMASIADO ALTO.
ASÍ NUESTRA PALABRA
VA BIEN CON NUESTRO PASO SOLITARIO.


¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias, lo espero.


(Columna publicada el 10 de agosto de 2008)

martes, 5 de agosto de 2008

INFRINGIR E INFLIGIR


¡Buen domingo, querido lector! Usted y yo hemos escuchado el uso indebido de la palabra INFRINGIR, misma que suele ser aplicada con el sentido de INFLIGIR. Quizá este error sea cometido hasta por algunos profesionales de la oratoria, dado el peso fortísimo de su significado: el Diccionario de la Lengua nos ofrece una sola acepción: “Quebrantar leyes, órdenes, etc.” Y eso es todo. El DICCIONARIO LATÍN-ESPAÑOL ESPAÑOL-LATÍN, de Julio Pimentel Álvarez (Porrúa, 1999) dice que procede del latín infringere, cuyo significado es el de “romper, quebrar, hacer castañetear los dedos, dar contra algo, chocar, abatir, disminuir, menguar, desalentar”, ideas que confirman la única acepción del DICCIONARIO. Estamos hablando de un delito muy grave porque afecta la sintaxis social: el quebrantamiento de las leyes, y en este renglón quedan inscritas las ordenadas por nuestras normas jurídicas, políticas, morales, y todas las que permitan la mejor convivencia. Así pues, INFRINGIR significa incumplir. Y nada más. De esta manera, son correctas las siguientes frases: infringir la ley, infringir las normas sociales, infringir la moral establecida.

En el caso de INFLIGIR, el DICCIONARIO DE LA LENGUA nos dice: “Del latín infligere: herir, golpear. 1. Causar daño. 2. Imponer un castigo”. Obviamente, es una voz que no tiene nada que ver con INFRINGIR. Por ello, es correcta la expresión: “Juan le infligió a Jorge un severo castigo”. O bien, si quiere usted jugar un poco, podemos decir: “Si INFRINGES la Constitución, se te INFLIGIRÁ el castigo que impone la ley.” Como usted comprende, esto es tan sólo un mero ejemplo retórico.

Ambas palabras, INFRINGIR e INFLIGIR, pertenecen al grupo de las PARÓNIMAS, que el diccionario define así: “Del griego parónomos. [semejante] 1. Se dice de cada uno de dos o más vocablos que tienen entre sí relación o semejanza, por su etimología o solamente por su forma o sonido”. En el caso que comento, se trata de una coincidencia fonética.

Como ejemplo de palabras parónimas, permítame traer aquí el famoso cuarteto del ilustre don Juan de Tarsis y Peralta, más conocido en el mundo de las letras como Conde de Villamediana (1582-1622), y que usted recordará en la voz de su maestro de secundaria, justamente para ilustrar un caso de palabras parónimas por motivos fonéticos:

¡QUÉ GALÁN QUE ENTRÓ VERGEL
CON CINTILLO DE DIAMANTES
DIAMANTES QUE FUERON ANTES
DIAMANTES [DE AMANTES] DE SU MUJER!!

El ingenio del famoso conde, no siempre de buena fe, le valió algunos descalabros, particularmente en su juventud tan llena de agitaciones extraordinarias. Sus amoríos, casi todos inconfesables, lo condujeron a la muerte violenta: fue asesinado un 21 de agosto, y se dijo que en tal hecho no fue del todo ajeno el propio Felipe IV quien, apenas ascendido al trono en 1621, ya le guardaba al poeta rencores muy profundos. ¿No le parece fascinante, caro lector, este venero inagotable de historias, picantes y misteriosas, entretejidas en las letras peninsulares? Permítame evocar aquí a don Julio Torri, mi insuperable profesor de Literatura Española del Siglo XVIII.

Pero volvamos a la gramática: tenemos, pues, dos fenómenos: uno relativo a la semejanza formal entre dos palabras, y otro a la figura retórica que se crea al unirse dos voces y crear, en el efecto de su pronunciación, un sonido semejante. Ambos hechos lingüísticos entran en una sola nominación: PARONOMASIA. ¿Otros ejemplos? ESPIAR y EXPIAR, ESPIRAR y EXPIRAR, ESTIRPE y EXTIRPE, ESOTÉRICO y EXOTÉRICO, INTIMAR e INTIMIDAR, FACTURA y FRACTURA, FLAGRANTE y FRAGANTE, GARITO y GARLITO, PARÁFRASIS y PERÍFRASIS, VAGIDO y VAHÍDO, entre otros mil que podríamos agregar en esta nómina y que son ignorados cotidianamente.

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Pero deseo invitarlo a la plática que con el título “Los libros sí muerden” ofreceré en el Teatro Experimental del ESPACIO CULTURAL METROPOLITANO el próximo viernes 8 de agosto a las 20 hs. ¿Lo espero? Gracias, allí estaré.

(Columna publicada el 3 de agosto de 2008)