lunes, 24 de noviembre de 2008

SIEMPRE GALLINA AMARGA LA COCINA


¡Buen domingo, querido lector! Don Miguel de Unamuno, en su famosa “nivola” Nada menos que todo un hombre, nos habla de las desdichas de Julia, la joven y hermosa “belleza oficial” de su pueblo a quien sus padres casaron con un hombre poderoso para saldar la deuda económica familiar. Y en este tradicional matrimonio cada miembro de esa sociedad reclamó sus derechos, él la posesión y el respeto; ella la devoción y la fidelidad, además de todo lo que no se dice, pero se entiende: la provisión de los gastos, la solución de los problemas, los convencionalismos religiosos, la respetabilidad. etc. Posesión, respeto, devoción, fidelidad, ¡dios, qué palabras! Traídas a la semántica contemporánea, casi suenan exóticas. Pues bien, un día, la pobre Julia pilló a su devoto y fiel marido con la porqueriza en la degustación de la voluptuosidad del pringue. La ingenua Julia, cuya inalterable convicción era la perfección de su belleza, se sintió ofendida, pero no por la falta obvia que usted y yo, querido lector, hemos identificado de inmediato. No, su pobre cabecita de mujer respetada y posesa del espíritu del Matrimonio se devanó los sesos ante algo superior: ¡¿su marido era capaz de probar platillos de baja estofa, a pesar de tener en casa a la mujer más bella de la comarca?! Y la natural respuesta le llegó de manera abrupta: “Siempre gallina, amarga la cocina. Eres demasiado hermosa para diario”. Después de estas contundentes premisas el final es obvio: ella muere, pero él también porque había descubierto que la amaba… y tiene que seguirla.

La historia está organizada para revelar ciertos matices sociales, y Unamuno deja asentadas varias propuestas: la Belleza, como otros tantos valores, es un bien lujoso ante cuya contemplación se corre el riesgo de caer en la monotonía; las “bellezas oficiales” son muñequitas ignorantes que pueden ser victimadas con facilidad, especialmente por su familia; la Belleza es un don comercial con muy buen precio si se sabe jugar con él a la bolsa; las mujeres adoradas por su belleza se convierten en un bibelot presumible y… las mujeres oficialmente bellas son siempre desdichadas.

Esta colección de afirmaciones es muy agresiva y no del todo ficticia. Me interesa la primera porque puede ser aplicada en otros niveles: la monotonía puede causar daño aun a bienes y valores tan altos como la Belleza y, quizá, a otros más importantes aunque igualmente universales. De aquí podemos desprender que todos los bienes deben ser alternados con otros bienes… o con otros males. Y si la Belleza puede fatigar nuestros ojos cuando es nuestro único panorama, así mismo debemos pensar respecto de otras situaciones: así el trabajo, así el descanso, así los paseos, así las relaciones humanas. Y mucha verdad hay en esto. La Felicidad misma podemos valorarla mejor cuando hemos sufrido algunas peripecias ingratas. Pienso que la opulencia ha de disfrutarse mayormente cuando se ha conocido la escasez. Y la Paz debe ser un don inapreciable y casi mágico para quien ha vivido momentos de guerra. Y el Amor. Y la Harmonía. Y la Naturaleza. Y la salud. Y el Hogar… Siempre dicha, siempre triunfo, siempre perfección debe ser, indudablemente, monótono.

Convenimos, pues, con Unamuno, en que debemos estar dispuestos a probar toda experiencia para enriquecer nuestra capacidad receptiva, que no debemos confiarnos en alguna virtud que poseamos y, mucho menos, apostarle nuestra seguridad, que es necesario mantener una gimnasia constante en nuestro cerebro para que no se oxide: en fin, cada uno tendrá sus propias proclividades según su condición física, según su historia.

La bella Julia fue una mujer anquilosada en el autoconvencimiento de que, mientras ella fuera hermosa, su marido le sería fiel sin el menor esfuerzo. Su quietismo en la parte intelectual de su relación matrimonial, fundado en principios tradicionales, la condujo hacia una vida infeliz y a la muerte.

Unamuno sostiene la urdimbre de su obra en un eje tan sólido que los elementos ficcionales pueden ser sustituidos por otro tipo de relaciones: éticas y estéticas, familiares y cívicas, comerciales e intelectuales, políticas y religiosas, sociales y empresariales. Y en todos los casos la interacción de los elementos de su estructura es impresionantemente válida: puede funcionar. ¿O no lo cree usted así?

¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

(Columna publicada el 23 de noviembre de 2008)

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PERIODISMO Y LITERATURA


¡Buen domingo, querido lector! Cuando citamos este aparentemente imposible binomio, periodismo y literatura, es inevitable traer aquí el nombre del escritor que lo representa: Manuel Gutiérrez Nájera. Justo Sierra lo llamó “forzado del periodismo”; firmó sus escritos al amparo de veintiséis seudónimos que aparecieron en treinta y seis publicaciones periódicas de 1876 a 1895. Su obra fue sinónimo de distinción, de atrevimiento, de juicio certero, deobjetividad y de reflexión propositiva en busca de un futuro mejor para nuestro país.

Gutiérrez Nájera se acercó a todos los géneros: poesía, narrativa, crónica, ensayo. Diariamente ramificó su quehacer periodístico en tres o cuatro periódicos y lo dotó de distintas personalidades hasta parecer de plumas diferentes. Como periodista nato, ejerció la palabra informadora de los sucesos diarios al público en general, pero esa palabra estuvo vestida de precisión y de exactitud en la transmisión de los hechos y nunca le faltó el matiz crítico y la perspectiva exacta. Como cronista, desempeñó su oficio comentando espectáculos: teatro, circo, bailes y saraos de la alta sociedad, paseos, deportes, sesiones en la Cámara de Diputados, pero también todo lo que reflejaba el hacer cotidiano del México finisecular. Como cuentista, ilustró una realidad insoslayable y ofreció a sus lectores una aguda visión de su ciudad, verdadero personaje de su narrativa. Como ensayista, meditó sobre los problemas políticos y sociales del país, enjuició costumbres, cuestionó instituciones, removió ideas. Y como poeta formado en la retórica clásica, se sometió a cánones estrictos, pero también se asomó a las pulcritudes parnasianas, penetró las imágenes simbolistas y brindó a la métrica del momento algunas propuestas importantes.

Pero su reino era la prosa. Su maestría como escritor procedía del lujo de su lenguaje innovador y del opulento léxico en el que vehiculaba sus ideas fundamentales: la consideración del intelectual como conciencia vigilante de la sociedad; el deber periodístico de ejercer la escritura con base en la verdad; la defensa inalienable de la libertad de expresión; la importancia de la especialización en la profesión periodística; la necesidad de una solidez cultural en quienes escriben en la prensa; el respeto irrestricto a la vida privada; la importancia de la propiedad literaria. Escuchémoslo:


=QUIERO UN ORDEN SOCIAL VIGOROSO Y UN GOBIERNO FUERTE, Y NO HAY VIGOR NI FORTALEZA COMPATIBLES CON ESA OPOSICIÓN QUE OFENDE Y DESPRESTIGIA.

=
LA PRENSA NO DEBE SER LA CORTESANA DEL PÚBLICO NI HALAGAR SUS PASIONES Y BAJEZAS. LA PRENSA DEBE COMATIR HORA TRAS HORA PARA VENCER EL APOCAMIENTO Y LA APATÍA DE LOS LECTORES. NO ESPEREMOS A QUE EL AMODORRADO SE DESPIERTE: HAY QUE SACUDIRLE ENÉRGICAMETNE PARA QUE DEJE LA TORPEZA QUE EMBARGA SUS MÚSCULOS Y SU INTELIGENCIA. ES NECESARIO HABLARLE DE LIBROS Y DE SABIOS Y POETAS; OBLIGARLE A QUE LEA; HACER QUE POCO A POCO SE INTERESE, NO SÓLO EN NUESTRAS CUESTIONES POLÍTICAS Y SOCIALES, SINO TAMBIÉN EN TODAS LAS QUE AGITAN EL MUNDO.


=
TODO EL QUE PUEDE IMPRIMIR LO QUE ESCRIBE, ¿ES, POR ESTE SOLO HECHO, PERIODISTA? TODO EL QUE DUELA O DESLIZA EN UN PERIÓDICO CUALQUIER PÁRRAFO O GACETILLA, AUNQUE EN ÉL SE CALUMNIE O SE DIFAME A ALGUIEN, ¿ES DESDE ESE MOMENTO SACERDOTE DE LA PRENSA Y DISFRUTA DE SUS PRIVILEGIOS?


Y respecto de la literatura, una cita será suficiente:

=EL ARTISTA SE FLAGELA CON VARAS DE ROSAL, PORQUE SIQUIERA LO PERFUMAN. QUIERE QUE VIBREN SUS NERVIOS COMO LAS CUERDAS DE UNA HARPA HERIDAS POR UNA MANO HERMOSA. O BUSCA LO TERRIBLE, LO DIVINO, LO SATÁNICO, LO SUPERIOR A ÉL, LO QUE LE OBLIGA A ARRODILLARSE. LA TEMPESTAD O LA TRAGEDIA.


A Manuel Gutiérrez Nájera, periodista y poeta, poeta y periodista, debemos la liberación de fórmulas anquilosadas, la ruptura con los viejos cánones heredados de tradiciones muy gastadas y ya muy empobrecidas, la riqueza imaginativa en el juego verbal, el uso de las distintas acepciones de las voces, el atrevimiento sonoro, la exuberancia cromática, la elegancia en la construcción gramatical, la maestría en el uso de las figuras retóricas, el apoyo en las formas clásicas como modelos del discurso y, sobre todo, la creación de términos nuevos y de estructuras inesperadas.

Gutiérrez Nájera sólo publicó un libro: Cuentos frágiles, en 1883. No tuvo ni el tiempo ni el dinero suficientes para editar su obra. En los treinta y cinco años de su vida, veinte estuvo dedicado al periodismo y, entre paso y paso, a la poesía. Murió el 3 de febrero de 1895. Eran las tres de la tarde.

¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.
(Columna publicada el 16 de noviembre de 2008)
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lunes, 10 de noviembre de 2008

CONVERSACIONES VIRTUALES


¡Buen domingo, querido lector! ¿Verdad que usted y yo hemos visto muy de cerca el momento en que un amigo enfrenta situaciones difíciles, y hemos guardado silencio a pesar de todas nuestras dudas? ¿Cuántas veces hemos permanecido in albis ante problemas resueltos “extrañamente” frente a nosotros? Bien pudimos saberlo todo si nos hubiéramos atrevido a inquirir, pero la consideración y el respeto debido a la privacidad ajena nos lo impidieron. Estas situaciones producen en nuestro ánimo una cierta desazón que nos obliga a elucubrar y a remover cimientos éticos.

Afortunadamente, en la novelística no sucede lo mismo: ante nuestros ojos se desarrolla una cadena de hechos entretejida con emociones y sentimientos que a veces nos es imposible compartir; presenciamos actos que nunca haríamos ni aprobaríamos; observamos conductas que son totalmente ajenas a nuestro modo de pensar. Pero a los participantes de ese mosaico humano sí podemos asediarlos y cuestionarlos sin límites, y ellos nos explicarán una y otra vez sus motivos, y nos entregarán sus verdades hasta que comprendamos punto por punto el por qué de sus acciones. La única condición es leer cuidadosamente. El texto nos entregará todas las respuestas deseadas porque, como lectores, aceptamos a los habitantes de cada novela como seres auténticos procedentes de la realidad aunque estén insertos en una estructura ficcional y en una circunstancia elegida por su autor para evidenciar con claridad la visión del hombre y del mundo que necesita comunicarnos. Validos de nuestro poder sobre el texto, podemos asaetar a sus personajes sin temor a ofenderlos: ellos están allí para nosotros y yacen en cada página dispuestos a contarnos su historia desde todos los ángulos. Es una oportunidad maravillosa:

Podríamos preguntarle a Medea, esa maga vencida por un amor más fuerte que ella, ¿qué mecanismo emocional se desató en su ser para llegar al extremo de asesinar a sus hijos? Y Emma Bovary, ¿cómo nos explicaría su torpeza esa pobre adúltera provinciana cuya infinita necesidad de “ser” encontró en el suicidio su única solución? ¿Y qué respondería Matías Pascal, de Luigi Pirandello, para explicar la aceptación de un suicidio no cometido, pero asumido para huir de las tiranías sociales y encontrarse con la libertad? Y ¿no acaso nos gustaría conocer las prioridades individuales de Nora, la frágil y mimada esposa de Casa de muñecas, mujer ejemplar de su época, cuya seguridad interior le permitió elevarse por sobre la superficialidad y responsabilizarse de su propia identidad? Y Doña Bárbara, espíritu del mundo supersticioso retratado por Rómulo Gallegos, ¿por qué supeditó su sensualidad a la codicia hasta repudiar su propio don de la maternidad?, ¿qué agresiones sufrió su pobre ser menoscabado por el hombre ancestral hasta convertirlo en una fiera más de la llanura venezolana? Y la pobre Doña Inés, cuya meta fue la salvación del alma pecadora de Don Juan: débil niña presa de la tradición y de la moral de su época, creación romántica asociada al sacrificio y al martirio, ¿qué pudo saber del amor si cuando salió de su casa fue para ingresar en un convento? ¿Y no sería reconfortante una intensa conversación con Michel Strogoff, el incomparable correo del zar en el que Julio Verne deposita y pone a prueba las más altas dotes de la lealtad, ese valor sólo propio de los grandes espíritus? ¿Y qué nos diría del amor Margarita Gautier, la más famosa heroína del siglo XIX, protagonista de una novela convertida en drama y luego en la popularísima ópera de Verdi? Refinada cortesana de vida licenciosa, muestra al mundo, desde su condición de personaje auténticamente real, su capacidad de elevarse hacia el amor puro.

Sí, caro lector, podemos sostener magníficas conversaciones con los personajes de nuestras lecturas, como esas sabrosísimas que, café de por medio, nos enriquecen grandemente cuando platicamos con los amigos íntimos. Ellas nos aportan valiosas lecciones de vida, nos auxilian en una mejor comprensión de la sociedad en que vivimos y, quizá, de nosotros mismos. ¿O no lo cree usted así?

¿Pero me leerá el próximo domingo? Lo espero. Gracias.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 9 de noviembre de 2008)

martes, 4 de noviembre de 2008

¡DON JUAN! ¡DON JUAN!


¡Buen domingo, querido lector! Es inevitable hablar de Don Juan, de José Zorrilla y de Tirso de Molina, origen de la figura más perversa de los galanes de la literatura, si bien da un poco de trabajo llamar galán a quien seduce mujeres sólo para ingresarlas en su estadística de victorias eróticas. Es indudable, Tirso lo odiaba: le dio todos los defectos posibles, pero le dejó una gran virtud aunque también fue pervertida: maravilloso espadachín. Sin moral, sin religión, sin respeto a la sociedad, negado por su propio padre, Don Juan, desde su nacimiento de la pluma de Tirso en el siglo XVII, ha sido trasunto de secretos ideales masculinos, de esos que se callan en público y se practican en lo privado: la seducción. ¿Por qué un joven veinteañero de hermosa y magnífica apariencia (lamentablemente travestido por el actual teatro de burlesque) es elevado a la categoría de héroe antisocial? ¿Por qué este espectacular libertino es admirado por sus actos indudablemente delincuentes?

Gregorio Marañón, en su Don Juan. Ensayos sobre el origen de su leyenda, intenta “resaltar la importancia de los factores psicológicos en la formación de esa leyenda” que, ya sabemos, antes de aposentarse en el Siglo de Oro, había recorrido toda Europa, y aún más, su abolengo se origina en ilustres mitologías. Dice el doctor Marañón:

La mente de los grandes creadores, es decir, el pueblo y los genios, obedece siempre, sin saberlo, a razones espirituales profundas cuya trama y mecanismo no perciben los contemporáneos; y sólo al cabo de los siglos, cuando cien años se ven como si fueran una hora y la humanidad como una compañía de actores, y el mundo como un escenario, sólo entonces, esos hilos invisibles que mueven la génesis de cada cosa, sólo entonces, se empiezan a entrever.

Marañón, caritativamente piadoso frente a los enfermos sociales, llama a Don Juan “varón constantemente amado y perdurablemente incapacitado para amar”. Estoy segura de que nosotros, los que no somos psiquiatras, llamaríamos a este blasfemador irreverente con una frase un mucho más enérgica.

Ramiro de Maeztu, el prolífico ensayista de la Generación del 98, afirma que la sombra de don Juan ha recorrido Europa, y

cada nación y aun cada artista ha concebido el suyo, lo que no es obstáculo para que todos ellos puedan dividirse en dos grandes clases: el Don Juan de los pueblos del Norte, y aun Italia, que es el Don Juan enamorado, y el don Juan de España, el de Tirso y el de Zorrilla, que es el Burlador.

Maeztu considera que el Don Juan de Zorrilla está mejor escrito que el de Tirso. Y yo me permito agregar: es más real, menos ingenuo, más coherente en su indiscutible incoherencia. Así mismo, los versos de Zorrilla son más “atractivos” por su donosura verbal, por su musicalidad (Inés, alma de mi alma, / perpetuo imán de mi vida, / perla sin concha escondida / entre las algas del mar; / garza que nunca del nido / tender osasteis el vuelo / al diáfano azul del cielo / para aprender a cruzar), o por su eficacia impactante (Llamé al Cielo y no me oyó; / y pues sus puertas me cierra, / de mis pasos en la Tierra / responda el cielo y no yo), si bien carecen de la profundidad a la que Tirso sí supo llegar.

Llevado y traído por todos los escenarios del mundo, la figura de Don Juan se arraiga más como símbolo de una época ya lejana de los ideales renacentistas que como representante de “lo masculino” en imaginarios populares por demás llamativas y complejas. En México, José Zorrilla leyó su Don Juan Tenorio, ante Maximiliano de Habsburgo, en su teatro particular como lector de cámara. Y desde ese día, hace casi ciento cincuenta años, Don Juan se quedó en México, primero como figura retadora, luego como sombra idealizada, después como personaje trágico, para luego, en los últimos treinta años, sostenerse en la escena del teatro de más baja estofa, ridiculizado, recortado, sobajado a gañán de plazuela. Perdida ya su esencia, ajeno a su origen mítico, Don Juan representa ahora a la chusma ebria que grita un torpe reto a la Muerte y a la Vida. El público actual ya no conoce ni siquiera el nombre de José Zorrilla, mucho menos el de Tirso de Molina: Don Juan es sólo un fantoche de aparición cíclica que divierte malamente a los necesitados de las risotadas.

¿Y me leerá la próxima semana? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(columna publidada el 2 de noviembre de 2008)

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