lunes, 10 de noviembre de 2008

CONVERSACIONES VIRTUALES


¡Buen domingo, querido lector! ¿Verdad que usted y yo hemos visto muy de cerca el momento en que un amigo enfrenta situaciones difíciles, y hemos guardado silencio a pesar de todas nuestras dudas? ¿Cuántas veces hemos permanecido in albis ante problemas resueltos “extrañamente” frente a nosotros? Bien pudimos saberlo todo si nos hubiéramos atrevido a inquirir, pero la consideración y el respeto debido a la privacidad ajena nos lo impidieron. Estas situaciones producen en nuestro ánimo una cierta desazón que nos obliga a elucubrar y a remover cimientos éticos.

Afortunadamente, en la novelística no sucede lo mismo: ante nuestros ojos se desarrolla una cadena de hechos entretejida con emociones y sentimientos que a veces nos es imposible compartir; presenciamos actos que nunca haríamos ni aprobaríamos; observamos conductas que son totalmente ajenas a nuestro modo de pensar. Pero a los participantes de ese mosaico humano sí podemos asediarlos y cuestionarlos sin límites, y ellos nos explicarán una y otra vez sus motivos, y nos entregarán sus verdades hasta que comprendamos punto por punto el por qué de sus acciones. La única condición es leer cuidadosamente. El texto nos entregará todas las respuestas deseadas porque, como lectores, aceptamos a los habitantes de cada novela como seres auténticos procedentes de la realidad aunque estén insertos en una estructura ficcional y en una circunstancia elegida por su autor para evidenciar con claridad la visión del hombre y del mundo que necesita comunicarnos. Validos de nuestro poder sobre el texto, podemos asaetar a sus personajes sin temor a ofenderlos: ellos están allí para nosotros y yacen en cada página dispuestos a contarnos su historia desde todos los ángulos. Es una oportunidad maravillosa:

Podríamos preguntarle a Medea, esa maga vencida por un amor más fuerte que ella, ¿qué mecanismo emocional se desató en su ser para llegar al extremo de asesinar a sus hijos? Y Emma Bovary, ¿cómo nos explicaría su torpeza esa pobre adúltera provinciana cuya infinita necesidad de “ser” encontró en el suicidio su única solución? ¿Y qué respondería Matías Pascal, de Luigi Pirandello, para explicar la aceptación de un suicidio no cometido, pero asumido para huir de las tiranías sociales y encontrarse con la libertad? Y ¿no acaso nos gustaría conocer las prioridades individuales de Nora, la frágil y mimada esposa de Casa de muñecas, mujer ejemplar de su época, cuya seguridad interior le permitió elevarse por sobre la superficialidad y responsabilizarse de su propia identidad? Y Doña Bárbara, espíritu del mundo supersticioso retratado por Rómulo Gallegos, ¿por qué supeditó su sensualidad a la codicia hasta repudiar su propio don de la maternidad?, ¿qué agresiones sufrió su pobre ser menoscabado por el hombre ancestral hasta convertirlo en una fiera más de la llanura venezolana? Y la pobre Doña Inés, cuya meta fue la salvación del alma pecadora de Don Juan: débil niña presa de la tradición y de la moral de su época, creación romántica asociada al sacrificio y al martirio, ¿qué pudo saber del amor si cuando salió de su casa fue para ingresar en un convento? ¿Y no sería reconfortante una intensa conversación con Michel Strogoff, el incomparable correo del zar en el que Julio Verne deposita y pone a prueba las más altas dotes de la lealtad, ese valor sólo propio de los grandes espíritus? ¿Y qué nos diría del amor Margarita Gautier, la más famosa heroína del siglo XIX, protagonista de una novela convertida en drama y luego en la popularísima ópera de Verdi? Refinada cortesana de vida licenciosa, muestra al mundo, desde su condición de personaje auténticamente real, su capacidad de elevarse hacia el amor puro.

Sí, caro lector, podemos sostener magníficas conversaciones con los personajes de nuestras lecturas, como esas sabrosísimas que, café de por medio, nos enriquecen grandemente cuando platicamos con los amigos íntimos. Ellas nos aportan valiosas lecciones de vida, nos auxilian en una mejor comprensión de la sociedad en que vivimos y, quizá, de nosotros mismos. ¿O no lo cree usted así?

¿Pero me leerá el próximo domingo? Lo espero. Gracias.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 9 de noviembre de 2008)

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