viernes, 9 de enero de 2009

TAMBIÉN LOS POETAS


¿Buen domingo, querido lector? En reciente conversación con un amigo llegó un comentario sobre el budismo y su respeto irrestricto a la Naturaleza. Sé poco o nada de budismo, pero sí de poetas que, desde una visión panteísta, buscan la harmonía. Enrique González Martínez es uno de ellos. El tema es difícil porque hablar de bondad, de respeto a nuestra Madre Naturaleza, de integración con el Universo, es algo que corre el riesgo de no ser interesante o de recibir el calificativo de anticuado. La obra de González Martínez merece ser recordada no sólo por sus memorias (El hombre del búho, 1944, y La apacible locura, 1951), verdadera delicia para quienes disfrutamos las peripecias de las dos primeras décadas del siglo XX, sino también por dos aspectos de su trabajo artístico: los temas que muestran su preocupación por la vida interior, por la belleza espiritual, por el encuentro con las formas más altas de la creación, y la potencia de su ejercicio retórico. Permítame dos ejemplos admirables. El primero nos lo revela este cuarteto:

A veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las linfas que pasan, un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.

Sabemos de sobra que la idea no es original: estamos frente al tema predilecto de Omar Khayam (“La caída de la hoja de un árbol resuena en el Universo”), pero González Martínez ha vitalizado la misma idea dotándola con una nueva gracilidad aunada al sentimiento sutilísimo que invade este delicado cuarteto apenas sostenido por la levedad de la emoción: el espíritu del poeta estremecido ante el límite de la Vida.

Y en un segundo caso, permítame, caro lector, leer con usted tres estrofas de “Cuando sepas hallar una sonrisa…”, dedicado a su gran amigo Ricardo Arenales, el inolvidable Porfirio Barba Jacob:

Cuando sepas hallar una sonrisa
en la gota sutil que se rezuma
de las porosas piedras, en la bruma,
en el sol, en el ave y en la brisa

. . . . .

sacudirá tu amor el polvo infecto
que macula el blancor de la azucena,
bendecirás las márgenes de arena
y adorarás el vuelo del insecto;ç

y besarás el garfio del espino
y el sedeño ropaje de las dalias…
y quitarás piadoso tus sandalias
por no herir a las piedras del camino.

Me es difícil imaginar siquiera la intangible presencia de un espíritu tan inefable cuya vida transcurre entre luces de delicadeza supina y de inconcebible concreción. Sólo la frase poética es capaz de sugerir tantos elementos en dos versos: y quitarás piadoso tus sandalias / por no herir a las piedras del camino. Pero, vea usted: el gran peso de la idea radica en una humilde letra: la a de no herir a. Como usted sabe, sólo usamos la preposición a cuando nos referimos a los seres vivos y, particularmente, a los humanos: “Visité a mi hermana”, decimos. Y nunca diríamos: “llevé a mi reloj con el relojero”. Pues sucede que esa pequeña a humaniza a las piedras del camino. Y usted y yo sabemos bien quiénes son las piedras del camino, esos humildes terrones polvorientos que forman parte del mundo que se pisa, que no se ve, que se evita, que no se quiere, que sólo sirven para ser pisados, aunque es inevitable recordar aquí que… hubo piedras famosas en hondas más famosas aún. Aquí el poeta ha puesto su mirada en esos pequeños seres y los ha elevado a la más alta categoría. Y es por esa idea que bulle, aparentemente irreverente, en el poema, que nosotros reparamos en ella y nos apoyamos en ella como único asidero que nos explica su belleza: todos somos uno, somos partes de un Todo, no hay ni pobres ni ricos, ni malos ni buenos, sólo somos arenillas de una gran entidad, y lastimar a alguna de ellas es lastimar una parte de nuestro propio ser. Maravilloso panteísmo el de González Martínez. Pero… éste es un tema que sólo en estas fechas se puede comentar.
.
O ¿no lo cree así? ¡Feliz Navidad, queridísimo lector!

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 21 de diciembre de 2008)

No hay comentarios: