viernes, 9 de enero de 2009

DE LA INMACULADA PUREZA


¡Buen domingo, querido lector! Estará usted de acuerdo conmigo en que hay palabras con un pesado fardo semántico en sus pobres espaldas. Dos de ellas, amaridadas, encabezan esta primera columna de nuestro joven 2009 cuyo gratísimo deber es saludar a usted cada domingo.

He indagado mucho para llegar al origen de ese inexplicable ensalzamiento a todo lo virginal, a lo impoluto, a lo inmaculado. Esta extraña devoción puede alcanzar alturas divinas. Pero no nos atrevamos a tanto y meditemos al respecto. Veamos algunos hechos… seamos casuistas y, sobre todo, pragmáticos.

¿Qué sucede cuando vamos a una biblioteca y descubrimos algunos libros intonsos que se esconden en sus entrepaños, sin siquiera haber sido tocados por una mano catalogadora?, ¿no acaso sentimos tristeza por ellos? La virginidad bibliográfica es, no cabe duda, infamante.

¿Y qué le sucede a la “chica” de “cierta edad” que, supuestamente, ya debe poseer “ciertas experiencias” pero da claras muestras de no haber pasado por ellas?, ¿no es cierto que se siente muy, pero muy incómoda ante amigos y familiares por no estar “a la altura de las circunstancias”? Esta clase de pureza, ¡vive Dios!, no es para andarla publicando y, mucho menos, para vanagloriarse de ella.

¿Y qué me dice usted del más sencillo de los casos por el que todos hemos pasado? Sí, el del joven o la señorita recién egresados de la educación superior a quienes se les niega un empleo a pesar de todos los títulos, premios y medallas que abonan su inmejorable historia académica, y sólo se les da una respuesta humillante: “no tiene experiencia”. Esta virginidad es un verdadero engorro.

¿Qué pasó, pues, con las frases avaladas por la sabiduría popular y repetidas cien veces por nuestros antepasados? ¿Recuerda?... “la experiencia hace al maestro”, “el error de ayer es el maestro de hoy”, “fabricando aprenderás a fabricar”, “la experiencia enseña a soportar con valor el infortunio”, “el que más practica, más aprende y más sabe”, “la experiencia es la madre de todas las habilidades”, “bendita mil veces la experiencias y benditos también los desengaños”, “la experiencia es el pasado que habla al presente”. Y aún más: nos podemos apoyar en los clásicos: CREED EN EL EXPERTO, ha dicho el eterno Virgilio. Y Ovidio afirma, en su inolvidable Arte de amar: ES LA EXPERIENCIA LA QUE HACE A LOS ARTISTAS. ¿Acaso ellos están equivocados?

Bien puedo llenar esta columna, y todas las necesarias, con resabios de elogios a la experiencia como madre de todo conocimiento y de todo aprendizaje. Pero, ¿por qué, en absoluta contradicción, caemos de rodillas ante lo puro, ante la tábula rasa, ante la ignorancia total?, ¿por qué no tenemos empacho en degradar y despreciar a quienes han enfrentado al mundo y no se han quedado cruzados de brazos ni muertos de miedo temiendo que la más leve mácula toque su blanco plumaje o, algo peor, esperando “que les cuenten”?

Creo entender: se trata, como siempre, de nuestra infinita capacidad para hacer elásticos algunos conceptos. Cuando hablamos de experiencias, no nos referimos a todas, sino sólo a “algunas”. Cuando hablamos de pureza, nos referimos a “cierta” pureza y no a todas las demás. Pero, caro amigo, ¿usted podría decirme en dónde podemos adquirir el catálogo de lo permitido y la relación de lo que ni siquiera podemos imaginar? Creo que a usted y a mí nos encantaría saber quién y con qué autoridad ha dictado tamañas normas y, por supuesto, quién o quiénes nombraron a ese juez como el árbitro moral de la sociedad. Le ofrezco, amigo mío, que en cuanto tenga alguna información al respecto, se la haré llegar, pero le ruego que me prometa lo mismo. ¿Verdad que hay mucho que pensar sobre esto?

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 4 de enero de 2009)

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