domingo, 20 de septiembre de 2009

DEL ARTE DE CONVERSAR


¡Buen domingo, querido lector! ¿Disfruta usted de la conversación?, ¿o prefiere quedarse en un oscuro rincón becqueriano leyendo un libro o enjuiciando al mundo? Los extremos no son buenos: eso dijo sesudamente Platón. Yo me atrevería a agregar: tampoco son saludables. Conversar con un solo individuo es tan serio como participar en una dialéctica con varios ponentes. Ambas situaciones requieren de experiencia. Pero, si a usted le parece bien, iniciemos esta charla asumiendo que para platicar, así, de manera general, con una sola persona, hace falta tener un mínimo interés en esa persona o en sus actividades más conocidas. Permítame compartir con usted mi decálogo personal. Primera: si descubrimos que la persona a quien nos dirigimos no desea hablar con nosotros, levemos anclas para no contraer una famita de encimosos cuya consecuencia inmediata sea la animadversión social. Segunda: absolutamente nadie simpatiza con quienes padecen verborrea: ya sabe, esa enfermedad horrible consistente en hablar y hablar y hablar hasta agotar la paciencia de los desdichados escuchas. Huyamos de ellos, pero tampoco nos convirtamos en unos parleros intolerables. Tercera: no conversemos ¡nunca! sobre asuntos religiosos o políticos: estos temas, para que sean provechosos, no se tratan en conversaciones sociales. Cuarta: los problemas personales no son interesantes para nadie: ésos pertenecen al psiquiatra o al médico especialista o al amigo más íntimo, víctima fácil de estos trances. Quinta: saber escuchar; si bien esta norma parece contradecirse con la anterior, no es así: escuchar es atender, interesarse y compartir la palabra con otros, sin convertirnos en estatuas silentes que sólo saben abrir la boca y decir ¡ah! Sexta: encontrar el momento exacto para intervenir en la plática, ya sea para pedir una información más amplia sobre lo dicho o para exponer una duda. Séptima: ser discretos durante el tiempo que hagamos uso de la palabra, para no abusar de la atención de los participantes. Octava: Jamás traer a colación referencias a personas no presentes, ni mencionar experiencias ingratas desconocidas por los demás: la vida privada, propia o ajena, ¡no es motivo de conversación en ningún grupo respetable! Novena: una conversación es un intercambio amistoso de ideas y nunca una polémica que nos lleve a la alteración de nuestros modales. Para eso hay otros medios y cada uno elegirá los que le agraden. Y décima: si estamos iniciando una relación amistosa con una persona, conviene seguir los pasos más conocidos y seguros: ir de lo general a lo particular para, poco a poco, entrar en algún campo que deseemos; esto nos permitirá recibir las señales suficientes sobre las predilecciones de nuestro antagonista.


Toda conversación es más difícil mientras más desconocida nos sea la persona con quien hablamos, a no ser que seamos expertos en sacarle la sopa a todo prójimo con quien nos encontremos por la vida. Si somos respetuosos, seremos cautos y obedeceremos las normas de la buena educación:


En resumen, querido amigo, para conversar necesitamos de una buena contraparte con quien no necesariamente debemos estar de acuerdo, pero sí compartir con ella el gusto por ciertas áreas comunes, sobre todo si cada uno de los participantes sostiene ideas distintas al respecto. Como siempre, es necesario buscar un equilibrio en la alternancia de las palabras y de los silencios, pero sin llegar al extremo de la famosa frase de Plinio el Joven: “Yo hablo sólo conmigo y con mis libros”, ni tampoco guardaremos tan feroz silencio como el que exigía el eximio orador norteamericano, Dale Carnegie (su obra cumbre, Para ganar amigos, fue traducido a 29 idiomas). Él decía: “El talento en la conversación consiste en no hacer ostentación del propio, sino en hacer brillar el de los demás”. Ambas posiciones me parecen un tanto extremas, quizá porque no me es grato hablar con las estatuas. En el arte de conversar cuenta mucho nuestro tipo de personalidad, nuestro oficio, nuestra edad y tantas cosas que nos permiten ejercer nuestro propio estilo. ¿O no lo cree usted así?


Y usted y yo monologaremos la próxima semana? Gracias. Lo espero.


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 20 de septiembre de 2009)



TIEMPO SIN ORILLAS, DE MARISOL VERA



¡Buen domingo, querido lector! El viernes 4 de los corrientes, en la Biblioteca Isaura Calderón (Casa de la Cultura de Tampico), Voces de Barlovento Editores presentó un nuevo libro: Tiempo sin orillas, de la poeta Marisol Vera. Con esta publicación, la editorial porteña concluye su primera etapa de trabajo: ofrecer un espacio gratuito a los poetas tampiqueños cuya obra incipiente fue fruto del Taller de Literatura Argos, así como reconocer la obra ya avalada por la experiencia de algunos de los maestros en el arte de la escritura.


Tiempo sin orillas, paradójicamente, es la opera prima de una poeta que ofrece su canto a la luz pública, pero cuya madurez, obtenida en la presencia constante en publicaciones periódicas y antológicas, deja ver el pulso firme de quien ejerce el oficio de luchar con las emociones, con los sentimientos y, naturalmente, con todos los instrumentos del lenguaje. La riqueza léxica de Tiempo sin orillas abreva en el amor a la tierra, a las raíces atávicas, a los orígenes amados en el color y en la textura, en el sonido y en la lluvia, en el llanto y en la risa.


La presentación del libro estuvo a cargo de Eduardo Uribe, maestro en letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, y por el poeta Arturo Castillo Alva. Dos maneras de penetrar el texto quedaron patentes en dos brillantes ensayos: el maestro Uribe ofreció un texto académico, certero y formal, escrito dentro de los rigurosos cánones que exige la crítica literaria; el poeta Castillo Alva caminó por las líneas de cada poema, escuchó su latido, reconoció sus propias raíces, y abrigó el texto de Marisol con palabra mágicas plenas de poesía conformadas en un hermoso poema en prosa cuya síntesis parecía unirse inevitablemente al texto comentado.


Para concluir la velada, Marisol leyó una breve selección de sus poemas, entre ellos, mi preferido: “Flor y canto para Eusebia”. Debo decirle, querido lector, que Eusebia es la mágica abuela de Marisol, misma que ha dotado a su nieta de ese gran amor a la tierra y al pasado. Permítame traer aquí algunos versos, sólo para que se anime a buscar el libro y a leerlo: está en todas las bibliotecas municipales del puerto. Escuche usted:


Citlali, hembra luminosa,

domesticabas estrellas desde tu ventana,

tus dedos de lumbre amansaban el fogón,

sudor deshojado en la enagua;

el universo era bueno y sobrio

como un sol en rama sideral.

Aliviabas la cirrosis de una tumba

en orfandad de la noche;

en tus pechos colgaban todas las maternidades,

en tu negra trenza crecían todas las promesas,

en tus tibias manos hervían todas las caricias.

[…..]

Eusebia, in xochitl in cuicatl,

renacerás en llamarada de follajes,

en el conejo, en el grillo, en la neblina,

en diáfana espesura de los ríos,

en el rostro de los hijos de tus hijos.

Viajarás con el Señor Sol a su casa resplandeciente

y tu alma danzará por siempre,

corazón habitado de palabras.


Prométame que leerá este libro. ¡Será una experiencia inolvidable!

¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.




(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 13 de septiembre de 2009)

domingo, 6 de septiembre de 2009

BERTOLD BRECHT EN CASA



¡Buen domingo querido lector! Permítame comentar hoy algo verdaderamente singular: el caso de Bertolt Brecht (1898-1956), el dramaturgo alemán que conoció el destierro, pero también la apoteosis. Movido por un espíritu innato de justicia, por una conciencia absoluta de los grandes valores universales, por un espíritu crítico siempre exaltado, creó sus particulares expresiones dramáticas para comunicar, casi de manera obsesiva, el antiguo problema de las infamantes relaciones ofensoras del orden social: opresor y oprimido, explotador y explotado, pero no sólo como situaciones que se dan de manera frecuente y ya casi inadvertida, sino como relaciones avaladas, aceptadas y hasta promulgadas por los códigos jurídicos y morales de la sociedad. Explicablemente, en su momento, esas ideas despertaron intranquilidad a los regímenes establecidos sobre esas bases: de allí la persecución de la que el dramaturgo fue víctima. En su Teatro Didáctico, Brecht, inspirado en los movimientos políticos marxistas, pretende concientizar a los jóvenes de distintas edades: se trata de breves composiciones en un acto −protagonizadas por sus mismos estudiantes−, con una clarísima intención instructora y educadora. Sus representaciones fueron suspendidas demasiadas veces por la policía. Brecht tuvo que llegar al extremo de limitarse a sólo hacer lectura pública de sus textos. En 1933 va al destierro y su obra es prohibida en su patria. Recorre Francia, Dinamarca, Finlandia, la Unión Soviética y, finalmente, los Estados Unidos de Norteamérica donde permaneció hasta 1946. En esos países presentó sus propias piezas, realizó adaptaciones de obras de crítica social, escribió guiones cinematográficos y argumentos para ópera y para ballet. La dialéctica que ofrece su teatro ha precisado los conceptos que nutren su ideología.


Bertolt Brecht representa el movimiento teatral más importante e interesante de toda la escena europea durante la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Sus composiciones líricas han tenido una formidable recepción por el pueblo alemán, apenas comparable con la que, en su tiempo, tuvo la poesía de Heine. Buena parte de su dramática forma parte del repertorio de casi todas las compañías internacionales de teatro.


Recientemente hemos disfrutado de la puesta en escena de La excepcion y la regla, pieza integrante del Teatro Didáctico de Brecht. En el Espacio Cultural Metropolitano, la maestra Leticia Lira y su Grupo 6A8 (Facultad de Música de la Universidad Autónoma de Tamaulipas) siempre atentos a la importancia de los repertorios clásicos, nos han ofrecido seis funciones: 19, 20, 26 y 27 de agosto, 2 y 3 de septiembre. El impecable desempeño de esta compañía logra transmitirnos y convencernos de la ideología de Brecht cuya vigencia es indiscutible hasta nuestros días.


Lástima grande es que aún no hayamos creado el hábito de asistir al teatro. Por su condición de obra representada, este género impulsa al público a mirar los problemas desde una perspectiva individual, a crear ideas propias, a ejercer un criterio personal respecto de los problemas exteriorizados en el escenario: es un atractivo semillero temático sobre la ética, la moral y la estética de nuestra sociedad. Al banquete, colmado de regias fuentes, acudieron muy pocos comensales a pesar de que todos fuimos invitados.


Una lección se cierne de estos hechos: conviene estar pendiente de los espectáculos artísticos que nos obsequian nuestras dos sedes más connotadas: el Espacio Cultural Metropolitano y la Casa de la Cultura de Tampico. No tenemos derecho a desperdiciar los bienes culturales. ¿O no lo cree usted así, querido lector?


¿Me leerá el próximo domingo? Lo espero, aquí estaré.



(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 06 de septiembre de 2009)