lunes, 15 de junio de 2009

CARLOS FUENTES


¡Buen domingo, querido lector! Permítame hoy hacer un brevísimo comentario sobre Cantar de ciegos (1964), la colección de cuentos que abrió a Carlos Fuentes las puertas de la fama continental. Lo integran siete piezas con una visión demoledora de su momento: el escritor asume su responsabilidad de observador nato y cala en las zonas clave de la sociedad: los ídolos caen, la moral se hace pedazos, el amor se evapora, y dejan su sitio, apenas sostenido con alfileres, a la hipocresía, a la falsedad, al desamor, al incesto, al rencor, a la frustración, es decir, a esa realidad que no es grato mencionar. Todo parece recuperar su verdadero nombre. ¿De qué otra manera llamaría usted a las ocultas relaciones entre yerno y suegra (“Las dos Elenas”)?, ¿o al rencor de unos padres hacia la hija contrahecha que los “ha privado” de la felicidad de mostrar ante el mundo una hija “normal”, como lo hacen todas la familias (“La muñeca reina”)?, ¿o a la seducción infligida a un niño por sus propias tías quienes lo han arrancado del hogar de su abuelo escandalizadas por su unión libre con una mujer “del pueblo” (“Vieja moralidad”)?, ¿o al amor que una pareja de hermanos se profesa como respuesta a la soledad que los agosta (“Una alma pura”)?

Los personajes que habitan las páginas de Fuentes naufragan en los límites canonizados por las tradiciones establecidas; su condición de seres en conflicto, conscientes o no de ello, les hace vivir un estatus digno de ser capturado por la pluma del escritor. Estos límites no sólo exponen temáticamente las costumbres centradas en los intereses familiares: aparecen en una distinta manera discursiva donde tiempo y espacio enfrentan el reto de las estructuras novedosas en beneficio de una mayor iluminación contextual. Nuestra sociedad queda expuesta desde dentro y desde fuera. Lentes poderosas la asedian. Nada escapa a la mirada del escritor.

Fuentes, intelectual nato, se ha impuesto un compromiso que se declaró evidente en La nueva novela hispanoamericana (1969). Aquí, en un breve recorrido por la obra de Vargas Llosa, Carpentier, García Márquez y Cortázar, pretende comprender la relación de la literatura de nuestro Continente con “ciertas categorías ausentes en nuestra narrativa: mitificación, alianza de imaginación y crítica, ambigüedad, humor y parodia, personalización”. Desde esta perspectiva, afirma:

nuestro verdadero lenguaje (el que han vislumbrado Darío y Neruda, Reyes y Paz, Borges y Huidobro, Vallejo y Lezama Lima, Cortázar y Carpentier) está en proceso de descubrirse y de crearse y, en el acto mismo de su descubrimiento y creación, pone en jaque, revolucionariamente, toda una estructura económica, política y social fundada en un lenguaje verticalmente falso. Escribir sobre América Latina, desde América Latina, para América Latina, ser testigo de América Latina en la acción o en el lenguaje significa ya, significará cada vez más, un hecho revolucionario. Nuestras sociedades no quieren testigos. No quieren críticos. Y cada escritor, como cada revolucionario, es de algún modo eso: un hombre que ve, escucha, imagina y dice: un hombre que niega que vivimos en el mejor de los mundos.

A partir de su primer libro, Los días enmascarados (cuentos, 1954), la escritura de Fuentes no tuvo límite: La región más transparente (novela, 1958), Las buenas conciencias (novela,1959), La muerte de Artemio Cruz (novela,1962). En estos primeros ocho años de su escritura, encontramos dos colecciones de cuentos (Los días… y Cantar…) y dos novelas (La región… y La muerte de A. C.), absolutamente fundamentales en el camino de las propuestas que han dado lugar a la evolución de la narrativa nacional, tanto en el tema como en el discurso. A su bibliografía ficcional debemos añadir su trabajo como ensayista y prologuista en el que ha asediado al mundo mexicano y conformado una polisémica concepción de nuestra historia y de nuestra cultura. Agudo crítico de la realidad de nuestro país, y particularmente de nuestras letras, Carlos Fuentes se ha erigido en conciencia vigilante de cada uno de nuestros pasos desde que hemos sido capaces de reconocer nuestra mexicanidad.

Anoche, en la Biblioteca Rafael Ramírez Heredia, en el Espacio Cultural Metropolitano, de 19 a 21 h, hemos escuchado y comentado su cuento “Las dos Elenas”, de la colección Cantar de ciegos. El próximo sábado 20, leeremos a otro grande de nuestras letras: José Emilio Pacheco. Lo invito. La entrada y el material no tienen costo.

¿Pero me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí lo espero.
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 14 de junio de 2009)

martes, 9 de junio de 2009

ROSARIO CASTELLANOS


¡Buen domingo, querido lector! Revisar las calendas es recordar a quienes hemos conocido, admirado o, quizá, amado. Mayo y junio traen en su aljaba de días nombres muy ilustres. El día 4 de mayo debimos conmemorar el nacimiento de Agustín Yáñez (1904), maestro, narrador y político; el 17 a don Alfonso Reyes (1889), el mexicano universal; el 25 a Rosario Castellanos (1925), nuestra gran maestra y novelista; el 30 a la inolvidable Pita Amor (1918). Y ya en junio, el 15 a Ramón López Velarde (1888), nuestro poeta nacional por excelencia; el 18 a Efraín Huerta (1914), el gran amante de la Ciudad de México; el 23 a Ignacio Ramírez (1818), quien desde el siglo XIX parece vigilar los procesos educativos de nuestra nación, y el 27 a Julio Torri (1889), el más refinado de los ensayistas mexicanos. ¡Toda una pléyade de escritores distinguidos!

Siguiendo la calenda presentada por el Espacio Cultural Metropolitano, en su segunda serie de conferencias dedicada a los NARRADORES MEXICANOS SIGLO XX, ayer fue leída y comentada Rosario Castellanos. En las voces de More Castillo de Valdiosera, Carlos Domingo y Ana Luisa Verduzco de Legorreta, escuchamos “Cabecita blanca”, cuento procedente de un libro ya clásico de las letras contemporáneas: Álbum de familia (1971), que con Ciudad Real (1960), y Los convidados de agosto (1964) representan tres estadios de la cultura mexicana. En el primero, la gran capital muestra un rostro en el que no se quiere reconocer su clase media; en el segundo, la pequeña ciudad de provincia, conservadora de sus mitos y sus ritos, agobia, acosa y destruye, insensiblemente, a sus propios hijos. Y en el tercero, describe, morosamente, esa inconsútil e infranqueable línea divisoria que no permite la comunicación racial.

Rosario es autora de dos novelas de gran fortuna entre los lectores y entre los aficionados al cine: Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962), ambos con el referente de su ancestral región chiapaneca. También escribió poesía, teatro y ensayo, especialmente de crítica literaria y sobre cultura femenina. Doctora en Filosofía, sirvió a la Universidad Nacional Autónoma de México como maestra en el Colegio de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras, y como Jefa de Información y Prensa, bajo el rectorado del doctor Ignacio Chávez. En 1971 fue nombrada nuestra embajadora de México en Israel. Murió en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974.

Particularmente interesada en el mundo femenino, analiza, desde distintos escorzos, los roles −quizá ninguno de ellos feliz ni afortunado− que las mujeres y los hombres han jugado de manera ancestral a veces ya de manera automática.

Su crítica literaria está enfocada hacia la obra de las escritoras, y para la mejor comprensión de su obra conviene acudir a sus ensayos de temas sociales donde nos ofrece interesantes perspectivas. De su Declaración de fe (1996) elijo dos citas: “Las mujeres en México llegan a unos límites de gusto por la autoinmolación que sobrepasan en mucho las nociones corrientes de la dignidad de la persona humana”. Y, más adelante: “México no podrá ser nunca una nación grande mientras la constituyan niños que no se deciden jamás a dejar de serlo para convertirse en hombres y mujeres con complejo de alfombra. Algo podría hacerse por medio de la educación. Pero hasta ahora la escuela se conforma con ser una prolongación del hogar. Bastaría con mostrar que en el fondo de la actitud femenina aparentemente tan noble no hay más que un atroz egoísmo”.

Pero no nos alarmemos. Éstas citas corresponden a la sociedad de hace 35 años. Ya hemos superado nuestras carencias. Ya hemos madurado. ¿No le parece?

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero. Y también lo espero en las conferencias del METRO, los sábados en la Biblioteca Rafael Ramírez Heredia, a las 19 horas. El próximo 13 leeremos y comentaremos a Carlos Fuentes. ¡Acompáñenos!
J
anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 31 de mayo de 2009)

JUAN RULFO


¡Buen domingo, querido lector! Permítame recordarle que cada sábado, de 19 a 21 h, en la Biblioteca Rafael Ramírez Heredia, el Espacio Cultural Metropolitano está ofreciendo su segunda serie de conferencias sobre “NARRADORES MEXICANOS SIGLO XX”. Anoche hemos escuchado, en las voces de More Castillo de Valdiosera y Cesáreo Castillo González, cuatro textos pertenecientes a El llano en llamas: “Nos han dado la tierra”, ”La cuesta de las comadres”, ”En la madrugada” y “Talpa”.

El llano en llamas apareció en 1953, en la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, su tiraje fue de 2,000 ejemplares. Rulfo tenía en ese momento 35 años. Dos más tarde apareció Pedro Páramo, considerada como la novela mexicana más importante del siglo XX, y una de las “diez mejores novelas del siglo XX universal”. Llegó la fama y a partir de allí las ediciones de ambos libros se multiplicaron. Aquella primera reunía 15 textos, mismos que mantuvo la segunda, de 1955, pero a ésta, en su segunda reimpresión, Rulfo le agregó dos más: “El día del derrumbe” y “La herencia de Matilde Arcángel”. Y desde entonces ése ha sido el contenido de El llano en llamas, si bien, ciertamente, ha recibido algunos ajustes estilísticos. No es el único entre los escritores de su momento; Paz, entre ellos, siempre cedió a la tentación de “corregir” o “modificar” alguna palabra o frase.

Tengo dos ediciones a la vista, la segunda −mi edición estudiantil− y la magnífica edición crítica realizada por el doctor Carlos Blanco Aguinaga para la colección Letras Hispánicas de la editorial española Cátedra. Incluye un buen marco histórico sobre el momento en que aparece Rulfo, una breve reseña sobre sus distintos quehaceres y un excelente comentario relativo a sus textos. Además, las notas sobre el vocabulario rulfiano aclaran algunas dudas para los neófitos en asuntos campiranos o en regionalismos jaliscienses. Es una edición fácil de adquirir y deben de tenerla nuestras bibliotecas locales.

La narrativa de Rulfo pertenece al período en el que empieza a cancelarse la narrativa revolucionaria. Aparece el nuevo México y el nuevo mexicano, más real, menos idealizado, más auténtico, menos fílmico. Sin demagogias, Rulfo, maestro del lenguaje, había capturado en sólo dos pequeños grandes libros, la mejor imagen del país por el que pasó la Revolución y cuyas pérdidas, muy graves, habían venido acompasadas con el ritmo de la ilusión y de la esperanza trastocada en frustraciones y desolación.

Juan Rulfo, el magnífico escritor jalisciense, nos ha dejado en sus obras un catálogo irisado de emociones trituradas por el propio hombre: el campo desolado, las llanuras secas donde no se puede vivir más que con la respiración ahogada por ese fuego subterráneo que va negando, poco a poco, el pan cotidiano y el oxígeno vital. ¿Qué son para nosotros el verde labrantío, los surcos, los retoños, las mieses doradas? La cultura libresca nos rebasa y todo lo contemplamos desde nuestra historia urbana –catálogo pictórico– mientras el llano arde en llamas de abandono y desesperanza.

Pero junto a esas páginas polvorientas, Rulfo nos entrega otras donde las neblinas mañaneras se desperezan, arrebujadas en su sábana tibia, para que la tierra luzca sus verdes y sus ocres, los gallos rindan homenaje al alba madrugadora, y el aire inunde de dulces y ácidos aromas la fecunda tierra novia, y al atardecer, como algo muy lejano, los lamentos del “Alabado” penetren las nubes de polvo, entre las luces de los cocuyos y una luna colgada del cielo nocturno tachonado de ojitos vigilantes.

La plasticidad y la esencialidad poética de la obra rulfiana la ha llevado a su interpretación en otras artes: música, teatro, cine, pintura. En Tampico, Francisco Geada ilustró, con seis cuadros magistrales, la revista Saloma. Letras entre Ríos, en su número de homenaje al narrador. Octavio Paz, quejoso de la ausencia de paisaje en las letras nacionales, considera a Rulfo el “único novelista mexicano que nos ha dado una imagen –no una descripción– de nuestro paisaje”.

¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí lo espero.
d
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 31 de mayo de 2009)