domingo, 17 de enero de 2010

SEGUNDAS LECTURAS


¡Buen domingo, querido lector! ¿Por qué hay ciertos libros que, después de leerlos, no deseamos separarnos de ellos y los guardamos cerca de nosotros, en la mesa de noche o en el escritorio de trabajo? Eso no lo hacemos con todos los libros. Sí, amigo mío, hay libros para releer, para meditar, para detenernos en las ideas, en las palabras: ellos encierran cierta almendra deliciosa que nos llama, que nos atrae.

¿Cuál es el proceso de nuestra lectura? En la primera, por lo general, nos enteramos del contenido; si deseamos apreciar con más justeza algunas ideas que nos han alertado, debemos releer algunas líneas, algunas frases. ¿Cómo sabemos cuáles son? Porque hay líneas o frases que brillan entre los millones de letras que pululan frente a nosotros: sus luces poseen una especial coincidencia con nuestro cerebro, con nuestras emociones, con nuestros sentimientos. A esas páginas, fatalmente, volveremos para aplicarles una segunda lectura, o tercera o cuarta o las necesarias para confirmar nuestra complicidad con ellas, porque no sólo se aposentaron en nuestra inteligencia, sino que cavaron hondamente en nuestro corazón. Así, en la profundidad de ciertos párrafos, comulgamos con el autor.

Cada lectura posterior a la primera nos permitirá avanzar un peldaño más en su comprensión. Cada acercamiento nos conducirá a los distintos niveles que ofrece un escritor. Permítame un ejemplo: Si leemos una novela, lo primero que recibimos es la anécdota y, si hemos sido atentos, se nos manifestará su proclividad temática que, de manera especular, nos ofrece el escritor, si es un buen representante de su época. Una segunda lectura nos adentrará en niveles más recónditos o adláteres: el reflejo del trasfondo social evidente en las interrelaciones de los personajes; el descubrimiento de algunos símbolos, esos en los que, inevitablemente, se transforman los personajes bien diseñados; el reflejo de la critica social que cabalga en cada vocablo, en cada movimiento; el de la inmersión en el gran contexto urbano, eco máximo del palpitar de una ciudad o de la respiración de una sociedad en sus polifacéticos avatares; y, tal vez, podamos escalar un nivel más: el del lenguaje y sus secretos, el de las palabras, el de las voces, el modo del autor al uncir y maridar ideas y sonidos, el de los juegos retóricos y sus efectos, reflejo magnífico del oficio de escritor y de su voluntad de estilo.


Es posible tocar estos niveles en una segunda lectura, o quizá necesitemos otra u otras más: eso dependerá de nuestro interés en la obra, de nuestra experiencia como lectores, de nuestras horas aprendidas en el quehacer del vivir cotidiano. En alguno de estos pasos nos descubriremos confabulados con el autor, y nos hermanaremos con él por nuestra coincidencia ideológica, por nuestras comunes aficiones o, tan sólo, por nuestro placer en la magia del lenguaje.


Noè Jitrik ha dicho: “Me encerré durante los días de la Semana Santa de 1949 y leí las Obras Completas de Dostoiewski de un tirón; salí enfermo y curado al mismo tiempo.” ¡Qué certeza! La lectura, para todo lector honesto, obliga a enfrentar las propias verdades, a hacer el recuento del camino transcurrido, a revisar las metas personales. Cada escritor es el verdadero confesor de los lectores honrados.


Las segundas lecturas, caro amigo, son el encuentro con nosotros mismos: somos el autor, somos sus temas, somos sus palabras. Cada historia contada es nuestra historia. Leer es contemplarnos en otras voces. ¿O no lo cree usted así?


¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.


anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
www.endulcecharla.blogspot.com
www.LaRazon.com.mx
Radio 920 AM, 6.15, 19.45 y 21 h
www.miradio.com.mx

(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 17 de enero de 2010)


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