miércoles, 5 de agosto de 2009

LÍNEA ABIERTA


¡Buen domingo, querido lector! Sí, caro amigo, no siempre se comparten las ideas, y ésta es una de esas veces: debo detener el paso para hacer aclaraciones. Definitivamente, no logré la debida claridad en mi charla del domingo anterior a éste. Así me lo hace ver don Álvaro Garmendia, cuyo correo respondo agradeciéndole la gentileza de su envío: por ello le ofrezco todas mis disculpas. Afirma usted, un tanto molesto, que “mi ateísmo” “atenta contra las leyes divinas porque la Inspiración nos la ha regalado el Señor para que hagamos poesía en su honor”. ¡Don Álvaro! ¡Don Álvaro! Ni por un minuto, mientras escribía mi “charla”, tuve en mente excluir al Señor (alcanzo a columbrar que se trata de la figura divina tradicionalmente llamada Dios). Le propongo, de inmediato, hacer un paréntesis muy elemental y no involucrar a tan Alta Persona en asuntos tan mundanos. Yo sólo he hablado sobre la importancia del estudio y del ejercicio intelectual ineludibles para quien desea profesionalizar su escritura: el poeta contemporáneo, don Álvaro, debe ser una persona culta, y no puede ir por el mundo sin haber leído a san Juan de la Cruz, a Neruda, a Vallejo, entre otras cien cumbres imposibles de ignorar.

Le aseguro, don Álvaro, mi agnosticismo –mi soberbia no es tanta como para considerarme atea− no se relaciona con la recomendación permanente que he hecho y haré siempre a los jóvenes y no jóvenes a quienes he dirigido mi voz: leer, leer, leer y después… leer. No hay mejor consejo para escribir, para alternar, para corregir, para comprender, para enseñar, para disfrutar, y, quizá, hasta para saber… Y si después de las lecturas, usted, siguiendo el destino de los místicos, es elegido por la divinidad para ser depositario de su Gracia y concibe una idea, aunque sea sólo una, alégrese, don Álvaro, alégrese de haber leído y de haberse adiestrado en el manejo de la palabra: gracias a esa instrucción, gracias a esas lecturas, usted podrá asumir el mensaje enviado y… algo mejor… tendrá los instrumentos necesarios para, a su vez, transmitirlo a otros. ¿Qué le parece?, ¿no cree que esos envíos divinos bien pueden compartirse?, ¿y qué tal si es usted el feliz transmisor de ese bien maravilloso? Sería magnífico, ¿o no? Pero tenga en cuenta mi propuesta: con Mensaje o sin él, con Gracia o sin ella, si usted lee y se ejercita en el trabajo literario, siempre tendrá la capacidad de expresarse bien. Y es a esta parte del oficio de escritor a la que me he referido, porque es la única que conozco. Sé de mis límites: soy incapaz de sentirme señalada por ninguna divinidad para escucharla y emprender una tarea de magnitud infinita. Pero si usted tiene línea abierta con Dios, pues ¡adelante! ¡Esto será miel sobre hojuelas! Le deseo un buen éxito en su escritura… si se disciplina en el oficio.

Y usted y yo, querido lector, tan lejanos de las alturas inefables, ¿platicaremos el próximo domingo? Gracias. Lo esperaré con gran ilusión.


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 26 de julio de 2009)

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