sábado, 29 de agosto de 2009

DE LOS RICOS DE ESPÍRITU


¡Buen domingo, querido lector! Definitivamente, estoy de plácemes. Tengo lectores muy activos: han seguido esta columna dominical y desean comentarla. Gracias, amigos, por este privilegio encaminado hacia una saludable dialéctica. Los periodistas culturales pretendemos hacer llegar nuestra voz a todos los ámbitos, dar a conocer nuestras perspectivas, transmitir nuestros juicios y encontrar una respuesta, a favor o en contra, pero indicadora de un oído atento del otro lado de la página. Esto mismo le sucede ahora a mi “dulce charla” dominical y,

En mi columna del 2 de agosto (“Acuerdos y desacuerdos”) emití un juicio que, fuera de contexto, puede provocar un eco injusto y hasta despectivo. Permítame usted, caro lector, traer aquí esa afirmación, pero dentro de su marco contextual:


Cada espíritu alcanzará su propio vuelo según desarrolle sus potencias. El que se ha informado mucho, el que se ha atrevido a penetrar las aguas profundas del Saber, el que ha sido capaz de sobrevolar los espacios infinitos en busca de las grandes verdades, ése tendrá una mayor posibilidad de acercarse al Conocimiento, a la Verdad. Y digo ¡acercarse! porque, hasta hoy, no sé de nadie que haya alcanzado tales bienes. Si usted, amigo don Jorge, desea creer que esa Verdad es enviada por una fuerza divina, es usted muy dueño de ensoñarlo, pero le puedo asegurar que no hay persona sensata en el planeta que pueda aceptar que un alguien ignorante, y cuyo espíritu sólo expele asperezas, pueda, ni siquiera, interesarse por la Verdad o por el Conocimiento.


Pues bien, este juicio, aquí subrayado, ha sido motivo de un nuevo comentario de don Álvaro Garmendia, quien ya en otra ocasión me ha hecho el honor de no estar de acuerdo con mi charla del 19 de julio (“Doña Inspiración”). Gracias por leerme, distinguido señor, y por permitirme disfrutar de la finura y elegancia de su prosa, indudablemente cultivada en páginas teológicas. Si es así, me alegra tratar con un hombre culto de iglesia. Y espero, por esta afirmación, no desencadenar algunas iras, aunque si todas vienen engalanadas en prosa paladina, como la del señor Garmendia, ¡bienvenidas!

Pero vayamos a su queja, don Álvaro. Me considera usted “muy aristocratizante” y “olvidadiza” porque “los ignorantes que por falta de bienes materiales no han llegado a tocar las cimas de la alta cultura también son hijos de Dios”. Amigo mío, en ningún momento he puesto en duda la paternidad ni la filiación de nadie. Mis intereses no se remiten a los orígenes de la humanidad. Créame: ni siquiera he pensado en Darwin. ¡Definitivamente!, don Álvaro, usted me ha malinterpretado. ¡Por Dios! (acépteme esta interjección con valor estrictamente retórico), ¿usted cree que los espíritus ásperos, ignorantes, insensibles, sólo se dan en quienes no han podido disponer de bienes materiales en abundancia? Afirmo, absolutamente convencida, que la dotación espiritual de cada sujeto no depende de la clase social, la raza, la cuenta bancaria o la edad. Usted y yo, don Álvaro, estoy segura, hemos conocido, a pesar nuestro, a personas de alto nivel económico y social cuyo comportamiento en una conferencia o en un concierto es imperdonable: ¡se duermen y roncan! Usted y yo, don Álvaro, hemos soportado con valentía y paciencia digna de Job el comentario lamentable que les merecen los libros a algunos capitanes de industria. Usted y yo, don Álvaro, hemos escuchado, inevitablemente, la parlería, sí, ¡la parlería! de opulentos y ”religiosos caballeros” sobre la muerte asestada a un toro en una tarde de arena. Y también, don Álvaro, usted y yo (eso espero) hemos disfrutado, gozosamente, la palabra de un humilde pescador arrobado ante la belleza del despertar del Sol o frente a la maravilla de los horizontes vesperales. Pues este pescador es, para mí, y quiero creer que para usted también, un espíritu refinado; los otros son los ásperos absolutamente desinteresados en la Verdad o en el Conocimiento.

Don Álvaro, por favor, con todo respeto, amigo mío, se lo ruego, tenga la bondad de volver a leer mi texto: mi formación académica no me permite ser ese tipo de elitista.

Y usted, querido lector, ¿está de acuerdo conmigo? No sabe cómo me gustaría saberlo. ¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 16 de agosto de 2009)

No hay comentarios: