miércoles, 5 de agosto de 2009

ACUERDOS Y DESACUERDOS


¡Buen domingo, querido lector! No cabe duda: hay ciertos términos un tanto abstractos que deben quedarse en el inefable mundo de las quimeras. Esto es justamente lo que sucede ante la equivocidad de palabras cuya referencia es sumamente nebulosa. Me dice don Jorge del Campo que “desea terciar en este asunto de la inspiración”. Muy, pero muy bienvenido don Jorge. Alude usted al “momento sublime en el que el hombre, por obra de Dios, recibe un conocimiento que no es para todos”. Permítame, don Jorge, respetuosamente, y sólo en términos de teoría poética, alejarnos de la palabra Dios. Y así, ya más en tierra firme y, tristemente, más pragmáticos, podremos entrar en una materia en la que yo puedo manejarme mejor y… usted también. Estoy de acuerdo: hay “verdades” y “certezas” que no están ni deben estar en el reservorio de todos. Así mismo, no todos poseen la virtud de allegarse a esas verdades o a esas certezas. Creo que hay un momento, especialísimo, en el que un artista reúne las condiciones precisas para entrever −descubrir, apercibir, comprender− un “secreto” del Universo, es decir, algo que sólo puede ser contemplado por un espíritu en particular, en un estado específico y en un momento único e irrepetible. Pero aceptemos: para que se den estas condiciones, se necesitan algunos requerimientos que no están a la mano de cualquier hijo de vecino, pero sí a la de algunos seres particularmente dotados: los artistas. No pretendo sublimar a los “poetas materialistas”, como usted los llama. No, amigo mío, no, simplemente estoy delimitando su campo de acción, porque cada ser humano ha recibido ciertos dones que lo distinguen de los demás. Veamos algunos casos.

No todos los habitantes del planeta tienen las condiciones requeridas para, por ejemplo, ser médicos. Estará usted de acuerdo conmigo en que esta profesión no sólo consiste en poseer la fortaleza de no desmayarse frente a un cadáver: hace falta que por las arterias de esos seres que visten de blanco fluya una extraña mezcla de espíritu guerrero y de alma compasiva para enfrentar, cada día, a los Grandes e Implacables Enemigos: la Enfermedad, la Ignorancia, el Vicio, y aceptar a la Muerte algunas veces como enemiga, y otras como aliada.

No, no todos los habitantes del planeta pueden ser arquitectos: ellos poseen una particular conciencia del espacio y la distancia, un saber estar en el mundo, un tener el sentido exacto de las medidas y sus consecuencias, de los colores y sus efectos, de las texturas y sus circunstancias.

No, no todos los habitantes del planeta pueden ser abogados: ellos deben ser dueños de una conciencia del espíritu de las leyes, un innato don de justicia platónica, un equilibrio entre ética y estética, una comprensión exacta entre el ser y el deber ser.

No, no todos los habitantes del planeta… no, no todos han sido investidos de los mismos dones, y así en todos los oficios, así en todas las profesiones, así en todas las actitudes ante la vida.

Pero volvamos a los poetas. Dice usted que hay “un conocimiento que no es para todos”. Absolutamente de acuerdo, amigo Del Campo: hay que merecerse ciertos regalos, y la única manera válida para aproximarse a los límites del Conocimiento es el estudio. Cada espíritu alcanzará su propio vuelo según desarrolle sus potencias. El que se ha informado mucho, el que se ha atrevido a penetrar las aguas profundas del Saber, el que ha sido capaz de sobrevolar los espacios infinitos en busca de las grandes verdades, ése tendrá una mayor posibilidad de acercarse al Conocimiento, a la Verdad. Y digo ¡acercarse! porque, hasta hoy, no sé de nadie que haya alcanzado tales bienes. Si usted, amigo don Jorge, desea creer que esa Verdad es enviada por una fuerza divina, es usted muy dueño de ensoñarlo, pero le puedo asegurar que no hay persona sensata en el planeta que pueda aceptar que un alguien ignorante, y cuyo espíritu sólo expele asperezas, pueda, ni siquiera, interesarse por la Verdad o por el Conocimiento. Los espíritus iluminados por ciencia infusa son, definitivamente, ultramundanos y, por ende, maravillosos, es decir, no se dan a la vuelta de la esquina. Los demás tenemos que aprender a escribir leyendo y escribiendo. No hay otro camino. Mi opinión, desde luego, amigo Del Campo, sólo abarca al común de los mortales.

¿Y a usted, querido lector, lo espero la próxima semana? Gracias… aquí estaré.


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 01 de agosto de 2009)

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