viernes, 8 de mayo de 2009

DECÁLOGOS


¡Buen domingo, querido lector! ¿Ha oído usted hablar de los “decálogos” destinados a los cuentistas? Conozco varios, pero el más famoso es el del uruguayo Horacio Quiroga. Lo publicó en 1925. Jorge Luis Borges, en 1948, escribió “Dieciséis consejos para quien quiera escribir libros”. Por su parte, el guatemalteco Augusto (Tito) Monterroso suscribió en 1978, un “Decálogo del escritor”. No son los únicos textos de este tipo: con variantes, podemos hallar desde cartas muy personales hasta manuales meticulosos, y esa multitud de textos va destinada a quienes, supuestamente, se están iniciando en el arte de la escritura artística. En todos ellos, los escritores que ya han pasado el Rubicón desean, generosamente, compartir sus experiencias para hacer el camino más fácil a quienes empiezan. No son muestrarios de recetas, sino sugerencias relativas a lo que se debe o no se debe hacer frente a la hoja en blanco. Se trata de aprender a ovillar, pintar y tejer los hilos del pequeño cuadro o del gran mural que el cuentista desee realizar. Cada decálogo (aunque el de Borges no lo es propiamente: tiene dieciséis puntos) lleva en sus propuestas el estilo de su autor, sus convencimientos, sus fobias. Permítame algunos comentarios sobre estas interesantes obras:

Quiroga, cuentista portentoso, inicia el siglo XX con unos textos devastadores: el hombre frente a la Naturaleza. Al leer su decálogo podemos comprender por qué cada una de sus palabras late poderosamente desde la profundidad de la plana. Si bien cada punto ofrece auxilios invaluables para los jóvenes escritores, el número 10 me parece especialmente importante para todo narrador: “No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”. Y ésta es la más antigua de las lecciones: desprenderse de prejuicios familiares y sociales, políticos y económicos, ataduras fatales de las plumas incipientes. Esto es: decir lo que se necesita decir: no es otra la función del escritor.

Borges señala todo lo que se debe evitar, justamente lo que él sí hace en sus textos. Ironía, no cabe duda; burla de sí mismo, tal vez; prepotencia de magister, quizá; pero en todo momento, algo queda muy claro: sólo los “grandes” pueden tener ciertos atrevimientos con la palabra, pero los que empiezan deben aprender a intimar con ella para conocer su potencialidad. Para Borges, el cuentista es simplemente “el amanuense de algo que ignora y que en su mitología se llama la Musa” y en nuestra psicología contemporánea sería “el inconsciente colectivo”

En el más puro estilo monterrosiano, el decálogo de Tito es el súmmum de las obviedades y las paradojas dichas con tal convencimiento que nos mueven a reflexión: el punto octavo dice: “Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo que emana de esas dos únicas fuentes”. Y el décimo: “Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea: pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él”.

Desde la objetividad de Quiroga, la profunda ironía de Borges y la inobjetable certeza de Monterroso, estos grandes maestros de la narrativa hispanoamericana nos entregan en sus “decálogos” breves gotas de su experiencia en la cotidiana batalla con el lenguaje.

Es inevitable referirme ahora a esa infinita y siempre creciente mirada de la crítica literaria sobre la literatura en cada uno de sus géneros y de sus rupturas, como sucede en nuestra posmodernidad. Éste es un material casi imposible de reseñar: su temática es infinita: toca todos los aspectos relativos a la estructura del discurso narrativo, a la expresión ideológica del autor, a los propósitos de renovación técnica y a todo lo que ha ido conformando la cuentística contemporánea. Desde luego, éstos no son manuales ni recomendaciones para nadie, pero sí dejan en los narradores (cuentistas o novelistas), una buena enseñanza otorgada gratuitamente por los receptores profesionales. Todas éstas son páginas siempre recomendables para quienes buscan sus respuestas en la escritura. ¿O no lo cree usted así?

¿Pero me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí lo espero.
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 3 de mayo de 2009)

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