viernes, 8 de mayo de 2009

CUMPLEAÑOS


¡Buen domingo, querido lector! ¡Qué palabra! ¡Cumpleaños! En ella sola se acumulan, como pliegues del tiempo, esos aros maravillosos que otorga a las creaturas arbóreas Nuestra Madre Naturaleza para señalar, con imperecedero marchamo, los instantes sucedidos en su paisaje. ¿Cuánto de ese tiempo hemos vivido, verdaderamente?, ¿cuánto ha sido tan sólo una lamentable continuidad de minutos y, por ello mismo, de experiencias sin sus consecuentes obligaciones?

Cumplir años no sólo es festejar las horas transcurridas; también es reconocer nuestros yerros, corregir nuestras equivocaciones, renovar nuestra escarcela de fuerzas gastadas. Es un momento que nos invita a hacer nuevos planes, a crear proyectos atrevidos, a reconsiderar nuestras posiciones, a posibilitar ideas extraordinarias, a responsabilizarnos de nuestro devenir. Es indudable: cada año que pasa es, en nuestra historia individual, el resumen de una cadena de acontecimientos –certidumbres y dudas– que han coadyuvado en la conformación de la persona, física o moral, que somos hasta este instante.

La modestia, esa fortaleza de ánimo que exige una cierta dosis de humildad y de falta de engreimiento o de vanidad, según afirma el Diccionario, a veces nos impide registrar nuestros buenos éxitos o, increíblemente, nuestros errores. Hace falta ser fuerte, en muchos sentidos, para admitir que hemos triunfado o que hemos fracasado. Saber que hemos obtenido muy gratas experiencias, que hemos sido dichosos, que hemos recibido la aceptación de nuestro trabajo, y no se cuánto más, también nos exige detenernos en las faltas cometidas y aceptar que no siempre nos hemos portado bien. En fin, que lo importante es asumir nuestras responsabilidades y reflexionar sobre ellas para el futuro inmediato.

En nuestro cumpleaños será inevitable hacer el recuento de quienes se han ido de nuestra memoria y no volverán a ella. Pasaremos lista de presencia a quienes han partido para siempre, pero continuarán viviendo en nuestro ánimo. Forjaremos el inventario de nuevas realidades. Haremos el balance de nuestras deudas, las auténticas, las terribles, las deudas de amor, esas inevitables cargas adquiridas día con día con nosotros mismos y con cada átomo que nos rodea.

La lección será nuestro corolario: intuir los mejores caminos para llegar a nuestras metas; examinar los objetivos que nos hemos demandado; identificar más hábilmente nuestras fallas ante la justicia; admirar el trabajo y la devoción y la bienandanza de nuestros amigos; amar generosamente nuestro entorno… Y nos propondremos mantener la fe en nuestras convicciones para que lo que hemos hecho bien podamos hacerlo mejor. Y este nuevo bagaje, lejos de abatir nuestros hombros, aligerará nuestro pasar por el mundo. ¿O no lo cree usted así?

Permítame, caro lector, felicitar cordialmente a La Razón, mi casa de trabajo periodístico, que ha dado abrigo a esta columna durante los mismos años de su existencia. Cumplimos cinco años de vida, y esperamos seguir contando con la amabilidad de su mirada. ¡Felicitaciones, licenciado Héctor Garcés! ¡Felicitaciones, maestro Hugo Martínez! ¡Felicitaciones, ingeniera Beatriz Durán!, mis amigos más cercanos en esta comprometedora y maravillosa rama de la escritura.

Y, por supuesto, lo espero el próximo domingo. Gracias. Aquí estaré.
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anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 26 de abril de 2009)

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