jueves, 4 de febrero de 2010

MISTAGOGOS


¡Buen domingo, querido lector! Todo conocimiento requiere de una iniciación, pero de una sabia iniciación. Así nos sucede en todos los aspectos de la vida, desde nuestras primeras exploraciones ante cada movimiento o ante cada color hasta nuestra intuición de las delicadas y complejas leyes del Universo. La gentilidad grecorromana, pendiente de mantener su panteón en activo, conservó en secreto el sacramento de las leyes físicas, aparentemente elementales, para que siempre fueran apreciadas en su grandeza. Sólo a sus cofrades les fue revelada la verdad esencial: su posesión significaba pertenencia. Para llegar a la sublimación de esa verdad y de sus leyes básicas, era necesario un fortalecimiento espiritual, un “estar en el secreto”, un compartir los orígenes de la hermandad con los que “sabían”. La verdad nunca ha sido un bien destinado a todos y no debía popularizarse: los ejercicios iniciáticos señalarían a quienes fueran dignos de poseerla. Para no equivocarse en la elección de los “sacerdotes”, la iniciación estaba a cargo de los mistagogos. Pasada la gentilidad, las distintas iglesias del mundo han seguido esta práctica valiéndose de catequistas, explicadores o iluminadores de todo aquello que, bien observado, no tiene más incógnita que el general espíritu de bien cuya meta es el respeto por nuestro entorno y la continuidad de la vida. Entender las mitologías sectarias es asunto fácil para quien ha recibido una sabia instrucción.


El siglo xxi ha amplificado los conceptos: los modernos mistagogos son los expertos introductores en cada una de las etapas de la humana existencia: primeramente, la madre; ella transmite a su hijo las inaugurales informaciones que darán sentido a ese parvo ser cuya vida habrá de enfrentar al mundo y sus certezas. Después, los versados en cada uno de los espacios del aprendizaje, desde las primeras letras hasta la infinitud de las ideas, desbastarán las diferentes vías de la cultura y dotarán a cada individuo de los necesarios instrumentos decodificadores. Los especialistas en los protocolos políticos allanarán los caminos de las naciones según las necesidades de los aspirantes. En los entreveros sociales se irá de la mano de los encargados de entronizar a quienes deseen participar de ellos. Así en las ciencias, así en las artes, así en la cultura en general. Cada profesión, oficio o actividad, tiene sus propios símbolos, sus signos particulares, sus códigos secretos. Nuestro planeta se rige por normas que si bien no están al alcance de todos, sí están a la disposición de quien aspire, respetuosamente, acercarse a ellas. El triunfo en la vida o el buen éxito en una carrera profesional empieza bajo el amparo de los mistagogos adecuados.


Pero hay también mistagogos silenciosos: son lo que muy pocas veces reciben el crédito o el agradecimiento que suele otorgarse a un profesional; son los que abren sus páginas y ofrendan el mundo: son los libros. Ellos nos invitan, nos llaman y nos donan tanto como nosotros queramos o podamos recibir. Los límites los marcamos nosotros. Estos mistagogos silenciosos, hoy muy amenazados por los mistagogos virtuales, son la matriz forjadora de nuestro intelecto, en la ciencia, en el arte, en la técnica. Mantengamos vivo su hogar, las bibliotecas, para que cumplan la función a la que fueron destinados. Dejemos que nos entreguen sus páginas generosas y nos obsequien su sabiduría. Ellos son los mistagogos que nos permitirán la mejor comprensión del Universo.


¿Me leerá la próxima semana? Gracias, aquí lo espero.


anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

www.endulcecharla.blogspot.com

www.LaRazon.com.mx

Radio 920 AM, 6.15, 19.45 y 21 h

www.miradio.com.mx


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 31 de enero de 2010)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Le leeré con seguridad nuevamente. Hasta entonces.