¡Buen domingo, querido lector! ¿Ha hecho usted un conteo de las palabras huéspedes alojadas por nuestra lengua y que, después de visitarnos, les impedimos que se vayan de nuestro ya tan empobrecido vocabulario? No, no crea usted que es porque las amamos. No. Es porque no amamos a nuestra lengua. Y me temo que tampoco amamos a nuestra Patria. Vea usted, nos encanta hablar del “jálogüin”, y permítame escribir estas palabras fonéticamente porque deseo, con verdadero entusiasmo, que alguna de las personas acostumbradas a tener demasiados huéspedes en su habla cotidiana me lea hoy. Lo sé bien: esas personas sólo saben pronunciar las voces extranjeras, pero no saben escribirlas. Es decir, estamos ante el caso de una penetración lingüística absolutamente oral, no proveniente de la instrucción en lengua inglesa, sino de lo oído aquí y allá y luego repetido irresponsablemente. Dicho esto, volvamos al “jálogüin”, pero agreguémosle los consabidos y repetidos “o key”, “ba bay”, “yes” y, a veces, hasta “yes mai diar”; no se diga aquello de “of cors”, shur”, “nais” y hasta “¡o mai got!”.
El habla, es decir, el ejercicio de nuestra lengua aplicado cotidianamente por nosotros como individuos y como partícipes de una comunidad, es un inevitable reflejo de nuestra cultura: de nuestra historia. Usted y yo, amigo lector, hemos sido testigos del gran interés en negar esa historia. Así lo vemos en los programas escolares, en la música fomentada en las instituciones educativas de todos los niveles, en la música de ambientación en los medios televisivos y radiofónicos. Y, por supuesto, en los anuncios de casas comerciales: los salones de belleza prefieren llamarse Beauty Salon, y las cafeterías, Peter’s, como si esos modos lingüísticos las dotaran de un refinamiento que no encuentran en nuestra lengua. Y usted y yo, amigo mío, ¿cuántas veces hemos comentado que hacemos nuestras compras en “eich i bi”, aunque veamos con claridad supina un letrero espectacular que dice muy, pero muy claramente: H E B. ¿No sería más digno pronunciar “ache e be”? ¿Por qué entregarnos de manera tan entusiasta a cualquier jirón extranjero?
Pero volvamos al meollo de la cuestión: el desamor. ¿Tan mal nos ha tratado
Pero hay algo más grave: con verdadera fruición buscamos en nuestro pasado un abolengo europeo, pero no me refiero al inevitablemente padecido a causa de
¿Y me leerá el próximo domingo? Muchas gracias. Aquí lo espero.
anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
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