martes, 1 de diciembre de 2009

CALENDARIOS Y ALMANAQUES

¡Buen domingo, querido lector! Hace ciento dieciséis años Manuel Gutiérrez Nájera, próximo ya el final de 1893, lamentaba el gran interés de la sociedad por los calendarios, y el olvido absoluto de los almanaques:


En las capitales de Europa, en los Estados Unidos y tal vez en la Argentina […] este mes tan cariñoso, tan simpático y, en algunos países, tan frío, que se llama diciembre, es el de los almanaques lujosos y el de los libros nuevos y elegantes; es el mes de las grandes ediciones; es el agosto de las librerías. Cada periódico ilustrado exhibe en las vitrinas su ejemplar de Noël, de Navidad; la casa Hetzel en París, y muchas otras casas en París y en Londres y en Madrid y en Bruselas y en Nueva York y en todas partes, publican libros para regalos, para las damas, para los niños, para los pobres, para la mitad del mundo y para la otra mitad y un poco más; los autores de nombradía se juntan y da cada uno un cuento, una poesía, un dibujo, una página de música, una escena de drama inédito, un pensamiento para contribuir a la formación de un florilegio o cosa parecida, que se imprime con primorosa delicadeza; abundan los almanaques más caprichosos, más extravagantes, más exquisitos, más artísticos, y tal parece que el buen público se apresura a hacer su provisión de libros para las veladas largas del invierno; tal parece que siente la necesidad de ser caritativo y pródigo con los que ama, dándoles cosas bellas para que las lean o las vean y las admiren.


Y es verdad, entre nosotros el calendario es útil y hasta necesario: lo hemos convertido en nuestra agenda. Pero el almanaque es inmensamente sospechoso: no ofrece “nada útil”. Pero empecemos por comentar cuáles son esas diferencias


El Diccionario nos dice, en su primera acepción: el calendario es un “sistema de representación del paso de los días, agrupados en unidades superiores, como semanas, meses, años, etc.” Pero sólo eso: el registro del paso del tiempo.


¿Y el almanaque? Bueno pues el almanaque es, además de calendario, “una publicación anual que recoge datos, noticias o escritos de diverso carácter: almanaque de teatros, político, gastronómico, etc.” Y es aquí donde entra la queja najeriana relativa a nuestra falta de interés por estos delicados bombones para el espíritu. En efecto, los europeos gustan de asociar el tiempo con ciertas actividades gozosas y memorables de esos gratísimos sucesos vividos por una comunidad, y, sobre todo, leer reflexiones relativas a ese pasado que fue presente. Y esto es lo que no nos gusta a los mexicanos, pero no hay una buena razón para explicarlo: tenemos una historia magnífica y gloriosa, si bien hemos padecido nuestra porción de desdichas inevitables.


¿No cree usted, caro lector, que bien podríamos seguir los buenos ejemplos y aficionarnos a los almanaques, es decir, a la remembranza, a la delicia de la reflexión, a la planificación del futuro, aunque sea sólo una vez al año? ¿No le gustaría recibir en el fin de “un año más”, algunos buenos deseos muy galanos envueltos en prosa elegante y gallarda y, por supuesto, breve? ¿No cree que vale la pena rejuvenecer ciertas viejas costumbres y entrar en la elegancia de las ideas?


¿Lo espero el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

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Radio 920 AM, 6.15, 19.45 y 21 h

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(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 22 de noviembre de 2009)

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