miércoles, 4 de marzo de 2009

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA


¡Buen domingo, querido lector! Permítame invitarlo a una lectura de textos najerianos: el próximo miércoles 4 de marzo, a las 20 horas, en la Biblioteca Jesús Quintana (Primer piso del Palacio Municipal), don Andrés García, Theo Venegas, José Lorenzo Sobrevilla y Ana Elena Díaz Alejo leeremos y comentaremos algunas de las ideas que animaron al periodista mexicano, gran renovador de las letras del último tercio del siglo xix. Periodista de oficio, poeta de estirpe, escribió hasta para cuatro periódicos diarios. Aún no eran los tiempos de la máquina de escribir, del papel en paquete, de los bolígrafos. No. En la época del Duque Job el papel se adquiría en resmas, había que doblarlo, cortarlo; preparar la tinta con la dosis de polvo adecuada y elegir varias plumillas para la tarea del día.

Gutiérrez Nájera fue jefe de redacción de El Partido Liberal, pero para ocupar ese sitio veló sus armas cubriendo distintas “fuentes” y nunca las abandonó: cronista de espectáculos (teatro, conciertos, ópera, circo), deportes, crítica de arte, política y, naturalmente, sociales. El ejercicio cotidiano de la escritura le mostró múltiples caminos hacia la plenitud de su verdadera vocación: la palabra artística. Fue un escritor profesional: vivió del oficio de escribir. Fue un escritor integral: dominó cuatro géneros: poesía, narrativa, ensayo, crónica. Fue un innovador: rompió lanzas contra los viejos moldes, hizo volver las acepciones en desuso, fundó urdimbres maravillosas, unió voces inusitadas, creó metáforas insólitas.

La importancia del Duque en la literatura nacional no corresponde exclusivamente a su señorío en el lenguaje: en sus ensayos de carácter político propuso un proyecto de nación; en los de tipo moral ofreció un agudo retrato de la sociedad finisecular; en los de crítica literaria presentó un panorama realista de los escritores “fin de siglo”. Y en su narrativa hizo palpitar, tierna y adolorida, inquieta y sensual, a su amada Ciudad de México. Difícil tarea para un periodista que debía llenar cuartillas y cuartillas, con el mozo de cada periódico esperando a la puerta de su casa por el “original”. El Duque no tuvo tiempo de segundas lecturas. No tuvo tiempo de corregir pruebas. No tuvo tiempo de forjar ese artículo o ese ensayo que se quedó en la punta de su manguillo sin lograr el deseado encuentro con su mano maestra. No tuvo tiempo de solazarse con las letras y entrar en revuelo con ellas y seducirlas y disfrutarlas y bebérselas de un solo trago. No. El Duque no tuvo tiempo. Y tampoco tuvo tiempo para ver su obra editada. Sólo meció en sus manos una edición de sus Cuentos frágiles (1883), quince textos señeros portadores de un giro nuevo en la narrativa tradicional: procedían de pequeñas ínsulas de instantes, capturadas y guardadas para moldearlas en los momentos secretos en que su pluma, urente, pudiera darles forma y tersura de diestro batihoja enamorado de un metal precioso.

“El escritor diario no puede pretender ser sublime”, afirmó José Martí, otro experto forzado de las lides periodísticas decimonónicas. Así es, todo texto cuyo destino es la publicación requiere de revisiones y de cuidados y de cotejos y de miradas y de oídos, todos importantísimos para hallar el ritmo interno de cada página. Tarea ímproba, ingrata, desgastante. ¡Cuántas veces el Duque habrá hurgado en su memoria la imagen anhelada, el ritmo apetecido, la idea huidiza que no logró apresar para llevarla a sus líneas! ¡Imposible intento! Las prensas no esperaban. Los rotativos, enemigos mortales, se erigían amenazantes para tragar en minutos, en segundos, el trabajo de un día de quimeras, de ensueños, de utopías, pero también de fatiga, de desilusión, de amargura. Y debía dejar partir aquellas planas apenas dobladas, como si enviara una hija al baile sin la flor adecuada que la cortejara. Era necesario entregar los pliegos así, de primera mano, sin siquiera una lectura de despedida. Para un artista, para un poeta, estos momentos debieron ser sisifescos. El 3 de febrero de 1895 el poeta murió en la Ciudad de México, a los treinta y cinco años.

Lo invito, querido lector, a escuchar textos najerianos. Comparta con nosotros la prosa elegante, refinada, agresiva, de Manuel Gutiérrez Nájera. Será una gran experiencia.

Me leerá el próximo domingo? Lo espero. Gracias.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 1 de marzo de 2009)

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