domingo, 8 de noviembre de 2009

MIGUEL HERNÁNDEZ


¡Buen domingo, querido lector! Me llamo barro aunque Miguel me llame, ha dicho el poeta de Alicante; el que muere victimado en la cárcel; el que asume el dolor del pueblo como suyo propio; el pastor; el lector de Góngora; el enamorado de los Siglos de Oro; el maravilloso sonetista; el “alumno de bolsillo pobre”; el que camina a diario hasta las escuelas del Ave María, anexas al Colegio de Santo Domingo, de la Compañía de Jesús; el brillante alumno formado por los Padres de la Compañía; el que escribe una elegía a la muerte de su amigo Ramón Sijé (compañero del alma, compañero); el que viaja siempre en vagón de tercera, como Antonio Machado; el amigo de García Lorca, de Alberti, de Aleixandre, de Neruda; el autor de El rayo que no cesa; el padre que no puede disfrutar a sus hijos; el soldado del Quinto Regimiento de Milicias Populares; él, la voz combativa de Viento del pueblo; el que recorre los frentes del Sur; el que asiste a la toma del Santuario de la Virgen de la Cabeza; el que se ocupa de los Servicios de Altavoz del Frente; el que recita ante los soldados en los campamentos y en las trincheras; el que participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales; el que representa a España en el Quinto Festival de Teatro Soviético, en Moscú; el que al ser derrotado el ejército republicano es detenido por la Guardia Civil de Rosal de la Frontera; el prisionero de las cárceles de Huelva, de Sevilla, de la calle de Torrijos, en Madrid; el que lleva consigo un rimero de poemas; el condenado a pena de muerte; el que recibe la condonación de la pena máxima por otra de treinta años; el que vive horas amargas en la cárcel de Palencia donde adquiere una neumonía; el que es llevado al penal de Ocaña donde la bronquitis lo victima, y luego al Reformatorio de Adultos de Alicante donde el tifo corroe su ya pobre cuerpo y la tisis se instala en él. Sí, Miguel Hernández, el que nació para el dolor y para el luto, Miguel, el que amó a su pueblo, Miguel, el que nunca dejó de sufrir, Miguel, el que descansó al fin en la madrugada del 28 de marzo de 1942, después de tres años de agobios, a los 32 años.


Me llamo barro aunque Miguel me llame. Sí, eso fue Miguel Hernández, carne y sangre del pueblo, barro de su estirpe. Nació inundado del paisaje alicantino en su natal Orihuela; allí bebió el amor a la Naturaleza, entendió su raíz profundísima enclavada en la tierra y madre de la poesía, asumió los sentimientos colectivos desde las dulzuras de los inicios del amor hasta los más altos poemas de exaltación heroica.


Oigamos la propia palabra del poeta en su dedicatoria de Viento del pueblo (1937) al poeta Vicente Aleixandre:


LOS POETAS SOMOS VIENTO DEL PUEBLO: NACEMOS PARA PASAR SOPLANDO A TRAVÉS DE SUS POROS Y CONDUCIR SUS OJOSS Y SUS SENTIMIENTOS HACIA LAS CUMBRES MÁS HERMOSAS. HOY, ESTE HOY DE PASIÓN, DE VIDA, DE MUERTE, NOS EMPUJA DE UN IMPONENTE MODO A TI, A MÍ, A VARIOS, HACIA EL PUEBLO, EL PUEBLO ESPERA A LOS POETAS CON LA OREJA Y EL ALMA TENDIDA AL PIE DE CADA SIGLO.


Sí, caro lector, grave responsabilidad la del poeta. Miguel Hernández cumplió ante su patria, ante su época, ante su circunstancia. Su compromiso, su pasión y su voz lo ubican entre los más altos poetas de la lengua castellana.


anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

www.endulcecharla.blogspot.com

Radio 920 AM, 6.15, 19.45 y 21 h


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 18 de octubre de 2009)


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