lunes, 14 de julio de 2008

LA BELLA DURMIENTE Y ALMODÓVAR



¡Buen domingo, querido lector! Como usted sabe, los “cuentos infantiles” clásicos han pertenecido, desde el principio de los tiempos, a la tradición oral –con algunas excepciones. En aquellas noches, tan sólo iluminadas por estrellas verdaderamente luminosas, el primer hombre inició su cadena de azoros ante la constancia puntual de ciertos fenómenos del universo. Se inician los mitos y, es seguro, jamás sabremos con fidelidad el significado de sus símbolos. El cuento, viejo género derivado de las primeras miradas, recogió el devenir de aquellos pensamientos y se convirtió en el reservorio de nuestros temores, el súmmum de nuestras fantasías. Cada época lo ha matizado con su propio lustre y lo ha precisado de manera más cabal, aunque para lograrlo haya tenido que escudriñar en los conocimientos que se han desencadenado hacia nuevos símbolos y luego creado modernos mitos.

Éste es el caso del cuento que usted y yo escuchamos primero, leímos después y, al fin, miramos en la pantalla: “La bella durmiente del bosque”. ¿Lo recuerda? Estoy segura de que ahora acuden a su memoria las imágenes de aquella versión doméstica que no debía lastimar nuestra delgada curiosidad infantil mediatizada hacia la ignorancia.

En sus orígenes, “La bella durmiente” fue un cuento más complejo en el número y disposición de sus ingredientes. El óxido moral carcomió buena parte de su historia. Las modulaciones epocales destruyeron otra. Del texto original quedaron las migajas legibles para una sociedad reprimida que sólo quería escuchar lo que no comprometiera su estatus. La conveniencia de una narrativa de pocas secuencias –más “memorizable”– o los juegos editoriales para hacer “un libro por cuento” –con mayores ganancias– han arrasado la esencia primordial del texto. Cuando llegó a usted y a mí, sólo quedaban del banquete las briznas que las olas del tiempo no habían podido aniquilar: un cierto frescor, un cierto temor a los dioses, una cierta esperanza. Sí, amigo lector, usted y yo sólo supimos que había una vez un rey y una reina que no tenían hijos; que cuando al fin recibieron a una niña, invitaron a las siete hadas del reino para que otorgaran sus dones a la princesa; que olvidaron a una vieja hada, y ésta, en venganza por el desaire, condenó a la pequeña a que, cuando fuese doncella, se pinchara el dedo con un huso y muriera; que otra hada conjuró tal desgracia sustituyendo la muerte por un sueño de cien años del que sólo la despertaría un príncipe. Y que así sucedió… Una segunda parte con nuevas aventuras entre la princesa y su suegra da lugar a otra narración con final feliz. Es evidente que se trata de pequeñas secuencias que han florecido hacia muchos caminos. Pero la que ha llegado a nuestros días es la que Charles Perrault reorganizó con base no en la tradición oral, sino en antiguas colecciones librescas, como el Pentamerone de Gianbattista Basilio (1575), gran compilador de cuentos, pero no el único. Y, ¿cuál es la diferencia? Muchísima, querido lector, muchísima. En las versiones escritas –medievales y renacentistas–, aparecen dos variantes: en la primera, el príncipe que despierta a la joven se llama Azul (¿le es familiar este nombre?), pero en la segunda hay datos más profundos: el Príncipe Azul no sólo besa a la princesa: le hace el amor (por llamarle de alguna manera), pero sin despertarla… la preña… y ella da a luz sin dejar de dormir… y luego mantiene esta “relación” en secreto hasta que el rey, su padre, muere y el príncipe toma su lugar. ¿Qué le parece el tal Azul? Esta clase de situaciones, obviamente, no podían ser recogidas por Perrault, y las eliminó de inmediato, como se solía hacer con las narraciones medievales que eran, aun a la luz de nuestros días, bastante fuertecitas –un repaso a Boccaccio nos lo confirmaría de inmediato.

Pero los mitos no pueden ser desvirtuados. En 2002 Almodóvar, el genial cineasta español, realiza el guión y dirige HABLE CON ELLA, y allí recupera la historia original. Los símbolos son claros, las pasiones están presentes, los intereses sociales se evidencian, el amor y el desamor luchan a muerte… y los temores emergen. El tema está actualizado con nuestros prejuicios y con nuestras miserias sociales, intelectuales, políticas, y luego develado por la perspectiva personal con la que el artista nos lo muestra. Bien por Almodóvar, intelectual y artista que cumple con su compromiso social, y restituye a un momento histórico su auténtica concepción del mundo.

¿Me leerá el próximo domingo? Lo espero. Gracias.


(Publicada el 13 de julio de 2008)

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