lunes, 13 de julio de 2009

VACACIONAR


¡Buen domingo, querido lector! Está concluyendo el período de labores y, por lo consiguiente, se inicia el de vacacionar, es decir, el de celebrar esos lapsos, generalmente asociadas con los ciclos de la Naturaleza, tan necesarios en nuestra vida. El Diccionario nos ofrece cuatro acepciones:

DEL LATÍN VACATIO, VACATIONIS. 1. DESCANSO TEMPORAL DE UNA ACTIVIDAD HABITUAL, PRINCIPALMENTE DEL TRABAJO REMUNERADO. 2. TIEMPO QUE DURA LA CESACIÓN DEL TRABAJO. 3. ACCIÓN DE VACAR QUE TAMBIÉN SE DICE CUANDO UN EMPLEO O CARGO HA QUEDADO SIN PERSONA QUE LO DESEMPEÑE. ES DECIR, HA QUEDADO: VACANTE.


El significado del verbo vacar es evidente. Pero usted y yo, caro lector, sabemos bien que el diccionario no es casuista y, por ello mismo, a veces generaliza con una manga demasiado ancha y suele enviar a una especie de “cajón de sastre” varias acepciones merecedoras de un trato más cuidadoso. Ayudémosle con algunos derivados. Veamos el verbo vagar: tener el tiempo suficiente para vivir en la ociosidad (no en el ocio), andar por la vida sin determinación alguna, si bien con libertad, pero también sin orden, esas normas tradicionalmente impuestas por toda sociedad para no marginar a quienes deseen considerarse sus ciudadanos.

Así, las vacaciones tienen dos extremos: uno se refiere al descanso, al reposo dentro de una etapa especial, necesario para quien trabaja o estudia, y a cuya conclusión habrá de reintegrarse a sus compromisos estudiantiles o laborales. En el otro extremo: la vacación permanente, la vagancia irrestricta, el interminable errar. Esta actitud de vagar, de ser vagabundo, de vivir en la vagancia (holgazanería, sin oficio ni domicilio determinado), corresponde a quienes viven al margen de la sociedad, sobre todo si no ganan los honorarios suficientes para sobrevivir. Esta condición de miseria es suficiente para calificar a alguien de vago. Y permítame, amigo lector, anotar aquí una muy sutil diferencia: si el vagabundo es un millonario con la vida resuelta con creces, y el trabajo no es una actividad indispensable para su ir y venir por donde se le dé la gana, simplemente se le llama “hombre de mundo”. Desde luego, el diccionario no hace estas excepciones.


Y podríamos decir lo mismo en el caso de las palabras ocio y ociosidad. El ocio es la cesación del trabajo, la inacción o total omisión de la actividad material, pero no mental. Es decir: el ocio equivale a nuestro “tiempo libre”, el que no pertenece a ningún compromiso laboral por el que percibimos honorarios, pero también es un tiempo aplicable a una “actividad” fecunda, innovadora, productiva. También se llama ocio a toda ocupación cuyo ingrediente mayor es la imaginación, las emociones y hasta los sentimientos, como en el caso de las actividades artísticas. Para llevar a buen término la expresión del arte, el artista requiere de cierta paz propiciatoria de la concentración necesaria para atender las inquietudes, los conceptos o los temas que desea expresar.



Al contrario del ocio, la ociosidad es el vicio de no trabajar, de perder el tiempo o de gastarlo inútilmente. Así como entre vacaciones y vagancia hay una diferencia sustancial entre ocio y ociosidad hay una distancia inmensurable a pesar de que ambos tienen el significado común de “cesación de toda actividad”. El ocio es inacción física. La ociosidad es inacción física y mental.


Viene al caso recordar a los grandes sabios: Sócrates, según Diógenes Laercio, ensalzaba el ocio como la más bella de las riquezas. Y Aristóteles afirmaba: “La felicidad está en el ocio”. Por supuesto, conocedor de ciertos extremos dieciochescos, Rousseau generalizó ácidamente: “Trabajar es un deber indispensable para el hombre social. Rico o pobre, fuerte o débil, todo ciudadano ocioso es un bribón.” Estará usted de acuerdo conmigo en que preferimos a Sócrates y a Aristóteles. ¿O no?


¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

www.endulcecharla.blogspot.com


(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 05 de julio de 2009)

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