miércoles, 1 de julio de 2009

EDUARDO LIZALDE


¡Buen domingo, querido lector! Usted y yo conocemos bien a Eduardo Lizalde. Ha visitado a Tampico en varias ocasiones, algunas de ellas durante los festivales literarios de Letras en el Golfo. Tres premios muy importantes lo acompañan: el Xavier Villaurrutia (1969), el Nacional de Poesía de Aguascalientes (1974) y el Nacional de Letras y lingüística (1988).

Lizalde ha frecuentado la narrativa (cuento y novela), pero es en la poesía donde ha hallado su mejor expresión: Nueva memoria del tigre reúne sus poemas de 1949 a 1991. Su imagen del mundo es enormemente veraz y sin concesiones. No es posible dudar de la versión que nos muestra. Un buen ejemplo lo tenemos en su “Bellísima”, ya un clásico de la poseía contemporánea. Escúchelo usted. Vamos a compartirlo. Escúchelo. Vale la pena conservarlo:

Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa…
yo podría tolerarla.

Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aun la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.


Su Manual de flora fantástica (Cal y arena, 1997) reúne en sensual, agresiva y elegantísima prosa, una nueva manera de contemplar ese sitio donde las lindes marcan peligrosamente los bordes de los reinos, como el animal y el vegetal, ambos en competencia por la vida, quizá con ambiciones humanas, tal vez obedientes a los dictados de una Gran Madre Antropófaga, o subsumidos en una nueva forma de la Naturaleza. Dice Lizalde: “No es éste un libro histórico, ni científico, ni antológico, sino la aventura literaria de un profano en el templo del sobrecogedor universo de la flora natural y la legendaria, que han arropado y deslumbrado la existencia de todas las artes y culturas”.

En efecto, nada más tentador: presentir los segundos inefables en los que se realiza toda mudanza: fracturas, estados, ideologías: metamorfosis imperceptibles vividas instante por instante. Apenas conscientes de su movimiento, en cuanto percibimos su latencia, ponemos en juego el ejercicio de nuestra sensorialidad más insospechada.

Esta obra de Lizalde forma filas al lado de otras inolvidables: el intranquilizador Bestiario de Cortázar (1951), el erudito Manual de zoología fantástica de Borges (1957) y el enamorado Bestiario de Arreola (1958), para sólo citar tres obras maestras que, en la narrativa contemporánea, penetran los altos dédalos de la mitología y sus abismos. Su lectura debería ser obligatoria para todo ser humano. Encontrarnos con nuestros semejantes, hermanarnos en el ser, es, a no dudar, un requisito de existencia.

Con Eduardo Lizalde cierro la revisión de los “Narradores mexicanos siglo XX” que he presentado en la “Biblioteca Rafael Ramírez Heredia” del Espacio Cultural Metropolitano. Anoche hemos leído y comentado, entre otros, el poema ofrecido a usted aquí, así como algunas piezas imprecederas de su Manual de flora fantástica.

Lo invito el sábado 4 de julio, a las 19 horas, a la última sesión de esta segunda serie: revisaremos las aportaciones de los escritores propuestos. Lo espero.

Pero, ¿me leerá la próxima semana? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
www.endulcecharla.blogspot.com
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 28 de junio de 2009)

No hay comentarios: