jueves, 12 de febrero de 2009

ULISES EN CASA


UNA CASA SIN GATO ES COMO UN ACUARIO SIN PECES.

¡Buen domingo, querido lector! Charles Baudelaire dijo: “El gato es mi espíritu familiar: juzga, preside, inspira todo desde la altura de su imperio, ¿por ventura es un mago?, ¿acaso es un dios?” Y los amantes de los gatos nos afiliamos con el poeta.

Esperado, deseado, Ulises ha llegado a mi hogar. Es un rubio doncel de apenas tres meses de edad. Aún no sabe que lleva con él la simiente de su estirpe y que, pronto, víctima fatal del mayor predador del planeta, será privado de ese don. Es hermoso y ya empieza a huir de su faz el mirar ingenuo que transmuta a un indemne gato niño en un ser poseedor de la más temible de todas las armas: su gracia párvula. Pronto crecerá y será señor de su entorno. Ahora, en este tiempo infantil, se ejercita pacientemente en el devaneo de sus artes. Será rey. Quien lo contemple será su esclavo. Mantendrá su independencia, su dignidad de majestad encarcelada, pero libre. Vivirá limitado por amorosas paredes hogareñas, pero amo y señor de su albedrío. Sus ronroneos marcarán el termómetro de su felicidad o de sus desagrados. Su elegancia, ese bien felino de atávico abolengo, pondrá a sus plantas a propios y extraños. Todos se despeñarán en las redes de su prisión y serán sus cautivos.

Sí, Ulises ha llegado a mi hogar para contemplar el mundo desde su perspectiva soberana en cuya cúspide mantiene sus certezas: fundamenta su dogma en la maravilla de sus ojos de “sulfato de cobre”, como los que López Velarde rememora en el rostro de una novia inalcanzada. Sí, Ulises posee ojos glaucos que pronto cobrarán los perfiles de tósigo ineluctable en la profundidad abisal de sus simas. Entiendo que, cada día, por Órdenes Supremas, la Vida le obsequiará nuevas galanuras, extraordinarios instrumentos bélicos encubiertos por alguna forma de donaire, para no hacer demasiado evidente su necesidad de adeptos, de esclavos, de servidumbre. De manera instintiva, Ulises intuye el alcance de su poderío.

Ha explorado sus nuevas posesiones: sillones y divanes han sido examinados con cuidado en espera de un sitio personal. Abatido por una voluptuosa lasitud, me concede el privilegio de presenciar el delicioso espectáculo de su “tualet”. Su lengua, ligeramente sonrosada, ha invertido treinta y dos minutos en el lento ir y venir por el boscaje de su regia pelambre para dotarla con un brillo singular, con una pulcritud insospechada, con una tersura digna de la más sumisa de las sedas. Sus pupilas, adormiladas, muestran una inminente necesidad de quietud después del anheloso ejercicio de su acicalamiento. Desde la cumbre de su especie, me mira a la distancia, y me deja saber lo que desea: relajar sus músculos, olvidarse de toda molestia cercana y abandonarse, lánguidamente, en el dulce limbo del sueño. Con un levísimo ronroneo me informa que es feliz, que nada perturba su ánimo: posee un feudo. Y yo, ingenuamente, creo que es mío, que soy su dueña. Pero no es así: yo soy quien le pertenece, soy yo quien le debe honores.

Mi Ulises, como el homérico navegante, dominará múltiples artes y realizará innumerables travesías, sólo que serán nocturnas, en nostálgica búsqueda, quizá, de su Ítaca lejana y ancestral. Y aunque será audaz como el mítico héroe frente a Polifemo, no será patrono de exploradores y de viajeros fatigados y descubridores anhelantes, como lo evocan Tennyson y D’Annunzio. No. Él, solamente, disfrutará de la vida. Exigirle más sería un esfuerzo que ningún felino estaría interesado en imaginar siquiera.

Sí, queridísimo lector, Ulises ha llegado a mi hogar. Él lo sabe: respetaré su camino, obedeceré sus deseos, satisfaré sus peticiones, vigilaré su tránsito por este mundo mientras lo compartamos, le procuraré todos los satisfactores a mi alcance, lo amaré como se debe amar a ese pequeño profeta doméstico: con humildad, con admiración, con orgullo, con obediencia. Y él sabrá que no faltaré a su confianza, que seré digna de su mirada y de su compañía.

Si, querido lector, Ulises ha llegado a mi hogar.

Y usted, ¿me leerá el próximo domingo? Gracias, lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 15 de febrero de 2009)

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