
Pero si se sabe que en estas empresas hay un porcentaje muy considerable de ofrecimientos falaces, si se conoce que los receptores de los mensajes comerciales casi nunca han estado satisfechos con los “paquetes” adquiridos, ¿por qué se vuelve a caer en las mismas trampas? Sólo hay una respuesta: bajo estos anuncios hay órdenes de conducta dichas en secreto, y es preciso obedecerlas si se sufre o se padece una ineluctable hambre de pertenencia.
Bajo el anuncio que dice: “¡Con esta crema desaparecerán las arrugas de tu rostro!”, hay un mensaje subliminal: LOS VIEJOS NO SON BIEN VISTOS Y, PARA NO ENTRAR EN ESTA CATEGORÍA DEBES QUITARTE TODOS LOS SIGNOS DE VEJEZ. Por lo tanto, estamos ante una sociedad que no acepta a los viejos.
Bajo el anuncio que afirma: “Con este aparato bajarás de peso, de talla, de grasa y obtendrás una linda silueta”, hay otro mensajito: LOS GORDOS SON FEOS, DEBES SOMETERTE A UN TRATAMIENTO REDUCTIVO. Vivimos, pues, en una sociedad que no gusta de los gordos.
Y así, ¿cuántas órdenes cree usted que recibimos en cuanto prendemos el radio o la televisión o leemos un periódico o una revista? Observe los avisos comerciales y vea quiénes son sus destinatarios. Analice la situación. Pregúntese: ¿por qué esos deseosos de fortalezas y de tersuras están interesados en perder su aspecto maduro o viejo y se sienten obligados a pasar por jóvenes cuando ya no lo son?, ¿acaso deben cambiar su figura para ser admitidos o admirados en el grupo de sus “amistades” o de su trabajo?
Es obvio: todo producto en el mercado ha sido motivo de estudios que garantizan su venta. Pero los analistas que se ocupan de esto, ¿a quién preguntan?, ¿qué personas eligen los colores que habrán de llevarse en esta primavera o en el siguiente verano?, ¿quién ordenó que ya podemos tomar el vino que se nos dé la gana sin tener en cuenta el color de la carne que ingerimos?, ¿quiénes son los jerarcas que pontifican si debe o no debe haber gordos o flacos o viejos o arrugados?, ¿quiénes exigen que los miembros de una sociedad se conserven en perenne y anormal juventud y compitan con grupos ajenos a su realidad? ¿A quién consultan los mercadólogos? ¿Quién decide? Y sobre todo, querido lector, ¿quién está obligado a obedecer, y por qué?
Sólo sabemos que los insatisfechos y los ilusos son los compradores ideales: ellos siempre están dispuestos a acatar todas las órdenes sociales, y no sólo en cuanto a moda, sino también en cuanto a moral, y aún más, hasta en decisiones tan individuales como la preferencia de un sabor o de una melodía o de una obra artística. ¿Ésta es una actitud satisfactoria? ¿Y cuántos “paquetes” más compraremos sin reconocer las órdenes secretas? ¿Quién gana con todo esto?
¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.
anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 22 de febrero de 2009)anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
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