miércoles, 10 de diciembre de 2008

PORFIRIO BARBA JACOB


¡Buen domingo, querido lector! Estoy de plácemes. Al fin he hallado (y digo hallado porque sí la he buscado) la Poesía completa de Porfirio Barba Jacob, el taciturno colombiano que vivió en la Ciudad de México donde murió en 1942. Se trata de la primera reimpresión que el Fondo de Cultura Económica (Colombia) hace de su edición de 2006. Pertenece a la colección Tierra Firme. El prólogo, la recopilación y las notas son del gran novelista y filólogo Fernando Vallejo, a quien usted recordará indudablemente por dos obras inolvidables: la biografía de otro gran poeta colombiano: José Asunción Silva (¿recuerda sus “nocturnos”), y el volumen indispensable en la mesa de trabajo de todo escritor: Logoi. Una gramática del lenguaje literario (FCE, 1983. Col. Lengua y Estudios Literarios), libro maravilloso del que me declaro deudora. Me quejo de la parquedad del prólogo porque me hubiera gustado escuchar más a Vallejo, el más cercano de sus lectores. A cambio, he disfrutado de setenta y cinco páginas de deliciosísimas notas fundamentales sobre su poesía, que, siguiendo el ejemplo de Guillén con su amada Cuba, ¡me he bebido de un trago!

El verdadero nombre de Barba Jacob fue Miguel Ángel Osorio, pero también escribió con los seudónimos de Maín Ximénez y Ricardo Arenales. Recorrió América y fue dejando en cada país huellas imperecederas en periódicos, revistas, diarios, amigos. Como todo poeta, Barba Jacob deseó publicar su obra y, desde luego, pensó en el título. Fueron varios: El corazón iluminado, El jardín de las afrentas, Rosas Negras, La diadema, Guirnaldas de la noche, La vida profunda, Antorchas contra el viento y Poemas intemporales, entre otros tantos que, al fin, nunca cobraron realidad. Inconforme con su propio trabajo, su propósito editorial sólo fue uno de tantos sueños de poeta. El libro idealizado reuniría –dice Vallejo– sus treinta años de trabajo artístico. Durante su vida se hicieron tres recopilaciones de sus versos, siempre por iniciativa ajena: en Guatemala, en México y en Colombia. La edición mexicana, que me enorgullece poseer, es de 1957 y la realizó la Cía. General de Ediciones con el título de Poemas intemporales. Este volumen fue reunido por sus amigos “con base en los papeles que dejó Barba Jacob al morir”.

El poeta, siempre dispuesto a modificar imágenes y metáforas, palabras y versos y conceptos, vivió en un hacer perpetuo que no lograba concluir nunca. ¿Perfeccionismo?, ¿dudas?, ¿renovación de ideas? Todo puede ser, pero esa actitud dañó la posible realización de una obra más concreta, más asible. Vallejo ha recogido su obra y la ha ordenado cronológicamente para que los amantes de su poesía la disfrutemos y apreciemos en ella su evolución estética, estilística y temática. Así mismo nos deja ver la difícil tarea de fijar los textos, especialmente porque no tuvo a la mano un apoyo documental que lo auxiliara con certeza, y nos transmite esa sensación de evanescencia ante el enorme reto de no precisar lo que hubiera querido editar el poeta, quizá porque el mismo poeta no lo sabía. No es un caso único, si bien el de Barba Jacob sí tocó extremos perturbadores, sobre todo para el aspecto editorial.

De su “Canción de la vida profunda” (Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles…), el poema que le dio celebridad, y que fue escrito en La Habana en 1915, tampoco estuvo muy satisfecho y, naturalmente, fue victimado con interminables correcciones.

¿Cómo agradecer esta labor de rescate cultural que hace Vallejo? Sólo conozco una manera: leyendo la obra del poeta que, gracias a esta edición, conservará por siempre un sitio en el mapa literario de nuestro Continente, y degustando las notas que nos han permitido acercarnos al origen de cada texto para comprender mejor al artista. Por favor, amigo mío, no deje de rendir este mínimo homenaje a Barba Jacob y a su editor. Mire que se lo han ganado por su amor a Colombia y a Nuestra América.

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero
(Columna publicada el 7 de diciembre de 2008)
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