martes, 14 de octubre de 2008

CRONISTAS

¡Buen domingo querido lector! Hoy 12 de Octubre el calendario dice: Día de la Raza. Y se refiere a esa nueva raza que nace de la unión de dos historias, de dos culturas, de dos sangres derramadas y madres del México de hoy. Es el día de 1492 en que la mar salobre trae a mexicanas tierras al Navegante Ilustre. ¡La Pinta! ¡La Niña! ¡La Santa María! ¡Sus velámenes señeros hendiendo nuestro Golfo! ¡El Descubridor descendiendo de la Santa María, su nave capitana, y plantando sus blasones en nuestras vírgenes arenas! Sí, todos los mexicanos de hoy, los mestizos de ambas razas, vivimos en aquel seno sagrado el horizonte inolvidable de ese otoño con los cielos tintos en sanguina y bermellón. El Aguerrido Genovés, ahíto de fatiga y desesperanza, logra avizorar un nuevo mundo. Todo está por venir. La Muerte, la Gloria, la Envidia, la Indisciplina, el Hambre, la Batalla, el Futuro. Todo está frente a él: descubrir conquistar, fundar, grandes metas de héroes y de santos, como Teresa, la doctora de Ávila, como Felipe de Jesús, el intrépido mexicano. Pero los instrumentos del Gran Cartógrafo pronto serán sustituidos. Ha llegado la hora de preparar las armas para tomar posesión del botín.

No simpatizo con la Conquista ni con los ominosos años coloniales. Creo en los hechos ineluctables y en la crónica, rama de las letras que logró pulsar los graves momentos plasmados por la certera visión de quienes habrían de participar en el juicio de la Historia. Bernal Díaz del Castillo, el soldado que acompañó al Conquistador, recoge en sus memorias −redactadas en sus años viejos en Guatemala− cada gota de los instantes sufridos y nos los entrega, desmenuzados, en cromáticos pliegos animados por los fatales instantes en que nuestra nación indígena se desarticula. Pero de la sangre derramada, Bernal recupera nuestro paisaje magnífico, nuestra riqueza codiciada, nuestra maravillosa arquitectura, nuestra espléndida gastronomía, nuestra ética y nuestra estética en el estertor de ese pasado que aún recorre orgullosamente nuestras arterias.

¿En qué consisten las historias narradas por Bernal? Invocarlo es sobrevolar sobre casi quinientos años y admirar la oriflama de una techumbre laminada en oro, extasiarse ante el centelleo exquisito de sus trajes policromos y escuchar el harmonioso canto de sus voces agoreras.

Ésa es la función de los cronistas: detener el tiempo; participar del minuto reseñado; involucrarse en cada latido de una ciudad, de un estado, de una república y, pendientes de cada hilo vital, comprehender el mundo, contextualizarlo, explicárselo para luego explicarlo a quienes un día sólo tendrán sus palabras como referente apodíctico para interpretarlo.

El cronista nato es el amante fiel de una urbe, es su enamorado perpetuo: se envuelve en ella y se arropa con su aliento, conoce palmo a palmo sus emociones, recorre gozosamente sus sentimientos, padece en sus propios huesos cada instante trágico y llora de alegría ante cada triunfo. Cada acto estelar, cada inauguración portentosa, es una victoria personal. Cada desdicha, cada fractura, es un infortunio propio. El cronista es el único que puede predecir su futuro: ella es su hija, es su madre, es su hermana, es su amada.

La mirada polifacética de Bernal −mirada de cronista− intuyó en las tierras sometidas la nobleza agraviada; bebió en la sangre del sacrificio su propia sangre de batallador; sufrió en la lumbre de sus heridas el sacro pedernal de los primeros defensores de nuestro Continente; admiró en la épica grandeza de sus reyes la belleza heroica del valor y la hidalguía; escuchó en sus cantos los míticos recuerdos vallisoletanos de su nativa Medina del Campo; amó a sus propios hijos en los hijos de la tierra mexica y fue el primero en solicitar para ellos la anulación de la esclavitud, máximo ejemplo de su amor de cronista.

Leer las páginas inmortales de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es deber de todo mexicano. Nadie más habló con mayor conocimiento de aquel aciago período. Nadie más recordó la Conquista como pasión de los mártires. Nadie más perpetuó agónicamente los hechos ofensores de nuestra amada México de 1519 a 1521, trienio fatal de nuestra historia. Nadie, nadie más, sólo Bernal Díaz del Castillo, modelo de cronistas, de palabra directa y poética, agresiva y dulce, informada y volandera. ¡Nadie más! ¡Nadie más! ¡Hagamos homenaje a Bernal! ¡Leamos su obra! ¡Para nosotros la escribió!

¿Y usted, me leerá la próxima semana? Gracias. Lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

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