martes, 9 de junio de 2009

ROSARIO CASTELLANOS


¡Buen domingo, querido lector! Revisar las calendas es recordar a quienes hemos conocido, admirado o, quizá, amado. Mayo y junio traen en su aljaba de días nombres muy ilustres. El día 4 de mayo debimos conmemorar el nacimiento de Agustín Yáñez (1904), maestro, narrador y político; el 17 a don Alfonso Reyes (1889), el mexicano universal; el 25 a Rosario Castellanos (1925), nuestra gran maestra y novelista; el 30 a la inolvidable Pita Amor (1918). Y ya en junio, el 15 a Ramón López Velarde (1888), nuestro poeta nacional por excelencia; el 18 a Efraín Huerta (1914), el gran amante de la Ciudad de México; el 23 a Ignacio Ramírez (1818), quien desde el siglo XIX parece vigilar los procesos educativos de nuestra nación, y el 27 a Julio Torri (1889), el más refinado de los ensayistas mexicanos. ¡Toda una pléyade de escritores distinguidos!

Siguiendo la calenda presentada por el Espacio Cultural Metropolitano, en su segunda serie de conferencias dedicada a los NARRADORES MEXICANOS SIGLO XX, ayer fue leída y comentada Rosario Castellanos. En las voces de More Castillo de Valdiosera, Carlos Domingo y Ana Luisa Verduzco de Legorreta, escuchamos “Cabecita blanca”, cuento procedente de un libro ya clásico de las letras contemporáneas: Álbum de familia (1971), que con Ciudad Real (1960), y Los convidados de agosto (1964) representan tres estadios de la cultura mexicana. En el primero, la gran capital muestra un rostro en el que no se quiere reconocer su clase media; en el segundo, la pequeña ciudad de provincia, conservadora de sus mitos y sus ritos, agobia, acosa y destruye, insensiblemente, a sus propios hijos. Y en el tercero, describe, morosamente, esa inconsútil e infranqueable línea divisoria que no permite la comunicación racial.

Rosario es autora de dos novelas de gran fortuna entre los lectores y entre los aficionados al cine: Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962), ambos con el referente de su ancestral región chiapaneca. También escribió poesía, teatro y ensayo, especialmente de crítica literaria y sobre cultura femenina. Doctora en Filosofía, sirvió a la Universidad Nacional Autónoma de México como maestra en el Colegio de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras, y como Jefa de Información y Prensa, bajo el rectorado del doctor Ignacio Chávez. En 1971 fue nombrada nuestra embajadora de México en Israel. Murió en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974.

Particularmente interesada en el mundo femenino, analiza, desde distintos escorzos, los roles −quizá ninguno de ellos feliz ni afortunado− que las mujeres y los hombres han jugado de manera ancestral a veces ya de manera automática.

Su crítica literaria está enfocada hacia la obra de las escritoras, y para la mejor comprensión de su obra conviene acudir a sus ensayos de temas sociales donde nos ofrece interesantes perspectivas. De su Declaración de fe (1996) elijo dos citas: “Las mujeres en México llegan a unos límites de gusto por la autoinmolación que sobrepasan en mucho las nociones corrientes de la dignidad de la persona humana”. Y, más adelante: “México no podrá ser nunca una nación grande mientras la constituyan niños que no se deciden jamás a dejar de serlo para convertirse en hombres y mujeres con complejo de alfombra. Algo podría hacerse por medio de la educación. Pero hasta ahora la escuela se conforma con ser una prolongación del hogar. Bastaría con mostrar que en el fondo de la actitud femenina aparentemente tan noble no hay más que un atroz egoísmo”.

Pero no nos alarmemos. Éstas citas corresponden a la sociedad de hace 35 años. Ya hemos superado nuestras carencias. Ya hemos madurado. ¿No le parece?

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero. Y también lo espero en las conferencias del METRO, los sábados en la Biblioteca Rafael Ramírez Heredia, a las 19 horas. El próximo 13 leeremos y comentaremos a Carlos Fuentes. ¡Acompáñenos!
J
anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam, 31 de mayo de 2009)

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