lunes, 23 de febrero de 2009

ÓRDENES SECRETAS

¡Buen domingo, querido lector! Estoy convencida: los avisos comerciales que las estaciones de radio y de televisión, los periódicos y las revistas nos hacen llegar cada día son los voceros supremos de las normas éticas y estéticas rectoras de nuestra sociedad. Pero desconozco su génesis. ¿Qué autoridad las dicta y las convierte en dogmas? Permítame precisar: imagine un anuncio que asegura la desaparición de las regiones adiposas del cuerpo en cuanto se les aplique cierta crema: en una o dos semanas se bajará mínimamente un par de tallas, la piel perderá la celulitis, y la lozanía, enérgica y galopante, regresará de inmediato con el consiguiente júbilo del usuario ansioso de ver cómo sus contemporáneos no lo reconocen, gracias a la pila de lustros que creerá haberse quitado de encima. Si estas promesas caen en terreno fértil: mujeres y hombres urgidos de primavera, las ventas serán inmediatas. Así como este anuncio, veremos otros donde las arrugas faciales huirán avergonzadas; volverá el pelo a relucir en las respetables calvas; se tonificarán los músculos que ya descansaban flácidamente; crecerán los chaparritos; se poseerá la lengua inglesa en un diplomado finsemanero; se cocinará como un auténtico chef gracias a un aparato mágico; se relajará el cuerpo necesitado de quietud, de paz y se logrará entrar en el nirvana. Los pedidos serán múltiples.

Pero si se sabe que en estas empresas hay un porcentaje muy considerable de ofrecimientos falaces, si se conoce que los receptores de los mensajes comerciales casi nunca han estado satisfechos con los “paquetes” adquiridos, ¿por qué se vuelve a caer en las mismas trampas? Sólo hay una respuesta: bajo estos anuncios hay órdenes de conducta dichas en secreto, y es preciso obedecerlas si se sufre o se padece una ineluctable hambre de pertenencia.

Bajo el anuncio que dice: “¡Con esta crema desaparecerán las arrugas de tu rostro!”, hay un mensaje subliminal: LOS VIEJOS NO SON BIEN VISTOS Y, PARA NO ENTRAR EN ESTA CATEGORÍA DEBES QUITARTE TODOS LOS SIGNOS DE VEJEZ. Por lo tanto, estamos ante una sociedad que no acepta a los viejos.

Bajo el anuncio que afirma: “Con este aparato bajarás de peso, de talla, de grasa y obtendrás una linda silueta”, hay otro mensajito: LOS GORDOS SON FEOS, DEBES SOMETERTE A UN TRATAMIENTO REDUCTIVO. Vivimos, pues, en una sociedad que no gusta de los gordos.

Y así, ¿cuántas órdenes cree usted que recibimos en cuanto prendemos el radio o la televisión o leemos un periódico o una revista? Observe los avisos comerciales y vea quiénes son sus destinatarios. Analice la situación. Pregúntese: ¿por qué esos deseosos de fortalezas y de tersuras están interesados en perder su aspecto maduro o viejo y se sienten obligados a pasar por jóvenes cuando ya no lo son?, ¿acaso deben cambiar su figura para ser admitidos o admirados en el grupo de sus “amistades” o de su trabajo?

Es obvio: todo producto en el mercado ha sido motivo de estudios que garantizan su venta. Pero los analistas que se ocupan de esto, ¿a quién preguntan?, ¿qué personas eligen los colores que habrán de llevarse en esta primavera o en el siguiente verano?, ¿quién ordenó que ya podemos tomar el vino que se nos dé la gana sin tener en cuenta el color de la carne que ingerimos?, ¿quiénes son los jerarcas que pontifican si debe o no debe haber gordos o flacos o viejos o arrugados?, ¿quiénes exigen que los miembros de una sociedad se conserven en perenne y anormal juventud y compitan con grupos ajenos a su realidad? ¿A quién consultan los mercadólogos? ¿Quién decide? Y sobre todo, querido lector, ¿quién está obligado a obedecer, y por qué?

Sólo sabemos que los insatisfechos y los ilusos son los compradores ideales: ellos siempre están dispuestos a acatar todas las órdenes sociales, y no sólo en cuanto a moda, sino también en cuanto a moral, y aún más, hasta en decisiones tan individuales como la preferencia de un sabor o de una melodía o de una obra artística. ¿Ésta es una actitud satisfactoria? ¿Y cuántos “paquetes” más compraremos sin reconocer las órdenes secretas? ¿Quién gana con todo esto?

¿Me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 22 de febrero de 2009)

jueves, 12 de febrero de 2009

ULISES EN CASA


UNA CASA SIN GATO ES COMO UN ACUARIO SIN PECES.

¡Buen domingo, querido lector! Charles Baudelaire dijo: “El gato es mi espíritu familiar: juzga, preside, inspira todo desde la altura de su imperio, ¿por ventura es un mago?, ¿acaso es un dios?” Y los amantes de los gatos nos afiliamos con el poeta.

Esperado, deseado, Ulises ha llegado a mi hogar. Es un rubio doncel de apenas tres meses de edad. Aún no sabe que lleva con él la simiente de su estirpe y que, pronto, víctima fatal del mayor predador del planeta, será privado de ese don. Es hermoso y ya empieza a huir de su faz el mirar ingenuo que transmuta a un indemne gato niño en un ser poseedor de la más temible de todas las armas: su gracia párvula. Pronto crecerá y será señor de su entorno. Ahora, en este tiempo infantil, se ejercita pacientemente en el devaneo de sus artes. Será rey. Quien lo contemple será su esclavo. Mantendrá su independencia, su dignidad de majestad encarcelada, pero libre. Vivirá limitado por amorosas paredes hogareñas, pero amo y señor de su albedrío. Sus ronroneos marcarán el termómetro de su felicidad o de sus desagrados. Su elegancia, ese bien felino de atávico abolengo, pondrá a sus plantas a propios y extraños. Todos se despeñarán en las redes de su prisión y serán sus cautivos.

Sí, Ulises ha llegado a mi hogar para contemplar el mundo desde su perspectiva soberana en cuya cúspide mantiene sus certezas: fundamenta su dogma en la maravilla de sus ojos de “sulfato de cobre”, como los que López Velarde rememora en el rostro de una novia inalcanzada. Sí, Ulises posee ojos glaucos que pronto cobrarán los perfiles de tósigo ineluctable en la profundidad abisal de sus simas. Entiendo que, cada día, por Órdenes Supremas, la Vida le obsequiará nuevas galanuras, extraordinarios instrumentos bélicos encubiertos por alguna forma de donaire, para no hacer demasiado evidente su necesidad de adeptos, de esclavos, de servidumbre. De manera instintiva, Ulises intuye el alcance de su poderío.

Ha explorado sus nuevas posesiones: sillones y divanes han sido examinados con cuidado en espera de un sitio personal. Abatido por una voluptuosa lasitud, me concede el privilegio de presenciar el delicioso espectáculo de su “tualet”. Su lengua, ligeramente sonrosada, ha invertido treinta y dos minutos en el lento ir y venir por el boscaje de su regia pelambre para dotarla con un brillo singular, con una pulcritud insospechada, con una tersura digna de la más sumisa de las sedas. Sus pupilas, adormiladas, muestran una inminente necesidad de quietud después del anheloso ejercicio de su acicalamiento. Desde la cumbre de su especie, me mira a la distancia, y me deja saber lo que desea: relajar sus músculos, olvidarse de toda molestia cercana y abandonarse, lánguidamente, en el dulce limbo del sueño. Con un levísimo ronroneo me informa que es feliz, que nada perturba su ánimo: posee un feudo. Y yo, ingenuamente, creo que es mío, que soy su dueña. Pero no es así: yo soy quien le pertenece, soy yo quien le debe honores.

Mi Ulises, como el homérico navegante, dominará múltiples artes y realizará innumerables travesías, sólo que serán nocturnas, en nostálgica búsqueda, quizá, de su Ítaca lejana y ancestral. Y aunque será audaz como el mítico héroe frente a Polifemo, no será patrono de exploradores y de viajeros fatigados y descubridores anhelantes, como lo evocan Tennyson y D’Annunzio. No. Él, solamente, disfrutará de la vida. Exigirle más sería un esfuerzo que ningún felino estaría interesado en imaginar siquiera.

Sí, queridísimo lector, Ulises ha llegado a mi hogar. Él lo sabe: respetaré su camino, obedeceré sus deseos, satisfaré sus peticiones, vigilaré su tránsito por este mundo mientras lo compartamos, le procuraré todos los satisfactores a mi alcance, lo amaré como se debe amar a ese pequeño profeta doméstico: con humildad, con admiración, con orgullo, con obediencia. Y él sabrá que no faltaré a su confianza, que seré digna de su mirada y de su compañía.

Si, querido lector, Ulises ha llegado a mi hogar.

Y usted, ¿me leerá el próximo domingo? Gracias, lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 15 de febrero de 2009)

LAS VOCES DEL BARRO


¡Buen domingo, querido lector! ¡Esculpir! Retirar de la piedra virgen todo elemento extraño hasta que emerja de ella sólo un sonido, sólo una mirada, sólo un sabor, sólo una textura. Convertir el polvo en materia viva. Labor de dioses. El oficio nos remite a Pigmalión y a su muchacha de marfil, imagen rediviva de la esencia femenina, pero sin sus riesgos, sin sus daños. El escultor ruega a Venus le dé una compañera semejante a la creada por él. La diosa lo compensa: su pétrea dama es humanizada por la diosa. Éste es el mito más bello del Arte. Y es inevitable recordarlo cuando acudimos a una exposición donde las piedras han sido elevadas a rangos artísticos, ciertamente, pero también a la dignidad de un oficio que modela, que cincela, que libera emociones yacentes en el polvo aglutinado del más sagrado de los orígenes.

Salvador Mitre presenta en la Casa de la Cultura de Tampico una exposición intitulada “HUEHUETL”. Sesenta ancianos dialogan frente a nosotros. Sus cuchicheos, atrapados en la nobleza de la cerámica, son audibles para quien los aperciba con la imperturbabilidad de quien los moldeó. Sus miradas ya no se detienen en la inmediatez de la existencia: sólo perciben espacios, instantes, distancias. Sus sentidos descubren el buqué de cada momento. Son historia en sus múltiples ramas. Sólo puede palparlos la atmósfera evanescente de los mensajes mudos. Sus cuerpos alongados y magros reposan en esteras imperceptibles. Algunos, acompañados por canastos de labor doméstica, no quieren desprenderse del humus y se arraigan a sus tareas ancestrales. No son grupos parleros, sino reuniones graves cuya charla conduce temas de una evidente importancia: quizá el destino, quizá el orden, quizá el hombre mismo. Otros prefieren la soledad, madre amiga que les confiere el don de saber el porqué de los sucesos, de comprender las pequeñas y las grandes razones, de poseer el mundo.

Atinadamente, al centro del salón fue colocada una banca frente a los sesenta ancianos. Es necesaria. Allí, en su reposo, se escucha a esos actores forjados en la cerámica, aunque no se les vea; se aprende de sus ojos eternos aunque una ceguera luminosa los custodie; se participa

de su gran diálogo con la Vida y con la Muerte, aunque no se les haga la cortesía de visitarlos; se comparte su presencia, aunque el silencio invada la estancia. Pero allí también, después de unos segundos, acogeremos su palabra, esa señal emanada de una vírgula etérea, eterna, inmortal.

Tres estelas reposan frente a ellos desde su atávico origen: majestuosos testigos que enmarcan el Espacio.

Desde hace casi diez años Salvador Mitre es un artista de tiempo completo. Se realiza en la escultura con maestría y con amor: para ella vive y ella es su manera de estar en la vida. Sus días, mañaneros y disciplinados, son eminentemente activos: participa de los quehaceres culturales del puerto, se acerca a otras expresiones del arte, hace amigos, escucha música, ama a sus gatos. Sus proyectos, más escultóricos que pictóricos, bullen en su mente, crean zonas cromáticas sostenidas por piedras dóciles entre sus manos.

Conversar con Salvador Mitre es recibir una lección de fortaleza de espíritu. La serenidad que le es propia, y que ha transmitido a su obra, lo acompaña a contemplar su entorno desde el bien que lo rodea. Su charla recorre distintos matices: música, pintura, hogar, viajes, materiales de trabajo, economía familiar, recuerdos de horas idas, y todas esas memorias conformadoras de la historia de un escultor que puede ver su pasar cotidiano desde la baranda de los proyectos accesibles, de la conciencia plena de su ser personal y estético.

Lo invito, querido lector, a visitar esta exposición. Estará abierta hasta el día 15 de febrero. Y no lo olvide: desde la banca central puede escuchar muchas voces.

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero.
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 8 de febrero de 2009)