sábado, 31 de enero de 2009

PIEDRAS HOMBRES DIOSES


¡Buen domingo, querido lector! Don Andrés García, mi dilecto y culto amigo, me ha mostrado un libro fascinante: Piedras. Hombres. Dioses. Su autor es don Juan José Biagi Filizola. Su título, por demás certero, ubica al hombre como mediador entre los elementos de la Naturaleza y la divinidad, porque si el arte se eleva hacia las regiones del espíritu, aceptaremos que su meta mayor emigra hacia las alturas adventicias donde los dioses se hacen presentes. El señor Biagi nos dice: “la idea es que con las piedras y el mármol, los hombres desde hace miles de años han construido templos, tumbas y monumentos para materializar a sus dioses, divinizar a sus gobernantes, honrar y recordar a sus muertos”.

Piedras. Hombres. Dioses es el homenaje a una dinastía de cinco generaciones de marmolistas precursores de esta industria en México y cuya obra “en infinidad de obras artísticas diseminadas por buena parte del territorio nacional”, ha tocado “lo artístico, lo artesanal y lo industrial”. Ilustrado lujosamente, sus páginas nos obsequian un paseo por los lugares particularmente suntuosos donde el hombre ha dejado su huella perenne: Mesopotamia, Egipto, Petra, Asia, y se detiene, de manera meticulosa, en los reinos de la escultura por antonomasia: Grecia, Roma. Ante nuestros ojos: la columna de Trajano, el Panteón, el Apolo del Belvedere, la Venus cirenaica, la Venus capitolina, los espléndidos arcos de Tito, de Constantino, de Septimio Severo, y la insuperable estatua de Marco Aurelio.

Orgullosamente, México muestra su majestad: Teotihuacan, Chichén Itzá, Palenque, Bonampak, Tikal, Tula, Monte Albán, Mitla y, por supuesto, nuestras hermosísimas diosas Coyolxauqui y Coatlicue, que el Tiempo guarde.

Es ineludible un vuelo por Carrara, la mítica poseedora de riquísimos mármoles y lugar obligado de visita por escultores famosos, Miguel Ángel, entre otros. Y aquí, la palabra evocadora de su linaje: “En una propiedad llamada la Bernardina, situada en Pievepelago, provincia de Módena, existe una capilla con criptas que tienen lápidas en las que están grabados los nombres de nuestros antepasados. De allí emigró a Carrara nuestro bisabuelo, el año de 1875… De esta manera, el bisabuelo Francisco viene siendo la primera generación de la familia Biagi que trabaja el mármol”. De la segunda generación, Domingo y Dante emigraron a México en 1890 y 1899, respectivamente. En 1901 fundaron la casa Biagi Hermanos en San Luis Potosí. El 25 de junio de 1910, Giuseppe Biagi, con sólo 18 años y un equipaje de esperanza y voluntad, cruzó la mar océana rumbo a San Luis Potosí. Allí arribó el 7 de julio de 1910: “Había llegado a América, tierra de promisión.” Pero los aires revolucionarios obligaron a los Biagi a regresar a Italia donde los arraigan otros aires levantiscos: la Primera Guerra Mundial. Giuseppe regresa a nuestro San Luis hasta el 18 de septiembre de 1919. Sus tíos ya se habían establecido en Tampico, y aquí afincó sus raíces y realizó no sólo actividades artísticas, sino también políticas: fue cónsul de Italia con jurisdicción en Tamaulipas, promotor comercial entre Italia y México y trabajó intensamente para el establecimiento de una línea directa de vapores Italia-México. En 1925 fundó la fábrica de pinturas Selene. En 1934 fue nombrado caballero de la corona de Italia. En el período 1937-1938 formó parte de la directiva de la cámara Nacional de Comercio de Tampico.

Giuseppe Biagi colocó el altar mayor de la Iglesia catedral de Tampico, “en mármol blanco de Carrara, de estilo renacentista, orden compuesto, mide nueve metros de altura y cinco metros y medio en planta”. Esta obra fue proyectada por orden de la señora Doheny, y fue realizada en los talleres de Avenza, Carrara, bajo la dirección del escultor Corrado Vatteroni. La obra fue entregada el 12 de marzo de 1926.

En su taller, la familia Biagi ha dado continuidad a las distintas escuelas estéticas que se han expresado en el mármol, y ha modificado los estilos según la época y las circunstancias. Y en ese cincelar de mármoles, y en ese tallar primoroso y delicado el espíritu de las piedras magníficas, la familia Biagi ha mantenido su abolengo artístico y ha entretejido su historia en la urdimbre de nuestra tierra. Sean siempre con nosotros.

Y usted, ¿me leerá el próximo domingo?

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 1 de febrero de 2009)

GRANDEZA MEXICANA


¡Buen domingo, querido lector! Don Francisco Monterde, en su prólogo a la Grandeza mexicana, de Bernardo de Balbuena, dice que ésta es “una de las mejores obras de poesía, del siglo XVII”, impresa por primera vez en 1604, y reeditada en 1860 por Andrade y Escalante. Es uno de los poemas cuyo conocimiento debemos al siglo XX y desde ese siglo las apreciaciones fueron más justas.

Valdepeñas, provincia de Ciudad Real, cuyo paisaje evoca a La Mancha, legendosa ciudad vivida por el Quijote y, naturalmente, por Cervantes, vio nacer a Bernardo por allá de 1561 o 1562. Eran, sin duda, tiempos en que la presencia hispánica se afincaba bravamente en nuestras tierras americanas, pero ya pretendiendo un color propio, ya con una necesidad de independencia de otras ideas, de otros gobiernos, de otras aficiones. Y Bernardo, de origen ilegítimo, llega a nosotros a sus dos años de edad, bajo la desventura del abandono materno y la poca atención del paterno. Y si no nació criollo, bien mereció serlo: aquí surgió su vocación humanista y abrevó sediento en fuentes renacentistas, se enamoró de estos lares y aquí le fue creciendo una enorme necesidad de gloria, de renombre, de fama, todos cumplidos por su esfuerzo de ambicioso hombre de letras y de ideales.

Su Grandeza mexicana, epístola en tercetos endecasílabos, obedece a una intención de amor: “describir las excelencias de la Ciudad de México” –la más rica joya de la corona de España–, a la señora doña Isabel de Tovar y Guzmán, a quien conoció en la villa de San Miguel de Culiacán. Y él mismo nos informa de su caro sentimiento hacia la ciudad que le dio albergue y a la que abandonó para recibir dos nombramientos importantes: Abad Mayor de Jamaica, primero, y Obispo de Puerto Rico, después. El poema nace de sus entrañas como un deber de quien, extranjero, recibió en estas tierras honores y consideraciones sin igual. Agradecido, describe “las grandezas y admirables partes de esta insigne y poderosa Ciudad de México a quien por mil nobles respetos he sido siempre aficionado y debía hacer algún servicio”.

Pero no pensemos que cuando Balbuena elogia a nuestra ciudad lo hace sólo por agradecimiento de huésped de muchos años –ya sabemos que no todos se comportan así–, sino por un natural convencimiento ante la majestad de esta metrópoli, elogiada ya en la corte peninsular. En el “argumento” de la obra, resume sus propósitos:

De la famosa México el asiento,
origen y grandeza de edificios,
caballos, calles, trato, cumplimiento,
letras, virtudes, variedad de oficios,
regalos, ocasiones de contento,
primavera inmortal y sus indicios,
gobierno ilustre, religión, estado,
todo en este discurso está cifrado.

A fe de buen cronista y narrador, Balbuena nos ofrece versos imperecederos que dibujan el mejor cuadro de la ciudad amada y respetada: la opulenta belleza de esa primera México inmortal, patria de los primeros mexicanos. En un resumen de sólo ocho versos, el poeta ofrece las emociones primerizas, los descubrimientos asombrosos, las sensaciones novedosas del nacer de una ciudad, pero de una ciudad que cabalga entre dos continentes, dispuesta a ser una sola: Brota el jazmín, las plantas reverdecen. / En este paraíso mexicano su asiento y corte la frescura ha puesto. / Aquí, señora, el cielo de su mano parece que escogió huertos pensiles, y quiso él mismo ser el hortelano. / Todo el año es aquí mayo y abriles… / Las espumas de aljófares se erizan sobre los granos de oro… / Aquí retoza el gamo, allí el erizo de madroños y púrpura cargado.

Si, amigo lector, estamos ante la voz del corazón inflamado de un poeta que canta a la tierra que le dio Patria y cobijo y grandeza. En justo recuerdo, rindamos homenaje a Bernardo de Balbuena, poeta nuestro con la reciedumbre ya propia de los nuevos mexicanos, cuyo sitio aún hoy, a cuatrocientos años de su vida, reconocemos.

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias, lo espero.

(Columna publicada en el periódico La Razón, Tampico, Tam., el 25 de enero de 2009)

martes, 20 de enero de 2009

LAS INCORRECCIONES DEL LENGUAJE


¡Buen domingo, querido lector! Debo reconocer que me hace muy feliz recibir la solicitud de comentar en esta columna algún tema sobre obras de consulta. Un joven amigo, interesado en los diccionarios a los que deben acudir los escritores, desea que le recomiende uno de los imprescindibles. Para mí todos son imprescindibles, según el momento o el texto en el que estemos trabajando. Por ahora me referiré al que tengo a la vista: el Diccionario de incorrecciones, particularidades y curiosidades del lenguaje. Sus autores: Andrés Santamaría y Augusto Cuartas. Estoy segura de que habrá alguna edición reciente; la mía es la tercera, corregida y aumentada por Joaquín Mangada Sanz (Madrid, Paraninfo, 1975). Está dividido en dos columnas: “Se dice o se escribe” y “Debe decirse o escribirse”. Nos ofrece una riquísima lista de frases en cuyo uso erróneo es muy fácil caer por la frecuencia de su uso en todos los niveles culturales, particularmente en los medios masivos de comunicación. Permítame algunos ejemplos: la frase asuntos a tratar. Ésta es una expresión incorrecta que se dice en casi todas las reuniones de cualquier índole. El diccionario nos avisa que debe decirse: asuntos que serán tratados. En el caso de la preposición en, vea usted algunos casos de uso indebido: no terminaron el trabajo en tiempo, en lugar de decir: no terminaron el trabajo a tiempo. Escuchamos también frases como: en el lugar en que fue fundada la empresa X por En el lugar donde fue fundada la empresa X. O hablaré en favor tuyo por hablaré a favor tuyo. Pero aquí no sólo se recogen las frases que se pronuncian mal, sino también algunas voces: oponente por opositor; optener por obtener; orgullecerse por enorgullecerse; padresnuestros por padrenuestros. La relación es infinita. Como usted puede observar, se trata de la lengua de todos los días.

Pero esto no es todo lo que nos ofrece este diccionario. Abre sus páginas con una Breve historia de la Real Academia Española de la Lengua, importante información que no es sencillo hallar en las guías bibliográficas. Viene en seguida un capítulo destinado a las Reglas para el uso de las letras del abecedario castellano, manera sucinta y facilísima de acercarnos a las normas ortográficas. Luego: Cómo se deben denominar las voces de los animales: el perro ladra, la serpiente silba, la liebre chilla, el pato parpa, el oso gruñe, la cigarra chirría. En brevísimas listas se nos entregan las dudas ortográficas: Palabras que hay que escribir con doble c (cocción, interdicción, predicción); Palabras más corrientes con letras duplicadas (cooperar, poseer, preeminente reencarnar, reenganchar); Palabras que hay que escribir separadas (a bordo, a ciegas, a tiempo, de balde, en derredor, en fin, en seguida), y Palabras que deben escribirse juntas (asimismo, bienestar, contrapeso, enfrente, paracaídas, pisapapeles, ultravioleta, vaivén). Incluye los Gentilicios de algunas poblaciones españolas (de El Ferrol, ferrolano; de Salamanca, salmantino; de Valladolid, vallisoletano). Y una delicia: dieciocho páginas de Frases latinas. Aquí están las más conocidas, las que decimos a diario: ad hoc, ad infinitum, a priori, curriculum vitae, idem, homo sapiens, in fraganti, non plus ultra. Pero no son todas: se registran las frases de los grandes hombres, esas que resumen un momento que todos podemos vivir. Permítame un ejemplo: Julio César, cuando se dispone a atravesar el Rubicón para dirigirse a Roma, contra Pompeyo, dice: Alea jacta est. Y esta frase del césar por antonomasia nos hace pensar, a la debida distancia, en que nosotros también la hemos dicho, como él, cuando hemos decidido arriesgarnos: La suerte está echada. Y nos atrevemos a esperar todos los riesgos. O esta otra del mismo césar: Veni, vidi , vici, las famosas tres palabras con las que dio cuenta al Senado de la victoria que acababa de obtener sobre Farnaces, rey del Ponto. Llegué, vi y vencí. ¿No acaso nosotros también hemos enfrentado riesgos que creíamos dificilísimos, y luego, al pasar su momento, descubrimos que todo fue muy fácil?

En fin, querido amigo, éste es un libro imprescindible, no sólo por el apoyo que nos proporciona al resolver nuestras dudas gramaticales, sino por el placer que nos causa su lectura y la invitación permanente que nos hace a continuarla en otras obras. Léalo, disfrútelo, le va a encantar.

Pero ¿me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 18 de enero de 2009)

lunes, 12 de enero de 2009

FESTINA LENTE


¡Buen domingo, querido lector! ¿Cuántos errores hemos cometido al tomar una decisión apresurada? Todos recordamos la gravedad de un momento en el que nos hemos jugado el futuro frente a un abanico de vías por seguir. Sí. La vida nos presenta un permanente sendero de disyuntivas, de pruebas. Así nos sucede cuando salimos de nuestro hogar en busca de otros intereses, cuando elegimos una carrera, cuando adquirimos un inmueble, cuando iniciamos una mudanza o cuando decidimos cambiar de vida. Por la importancia de cada paso y de sus repercusiones, conviene considerar los elementos que integran cada opción, a sabiendas de que el resultado podrá afectarnos sólo unos instantes o toda nuestra vida. Elegir es renunciar, y por ello, cada afirmación o cada negación impone un estudio concienzudo, mayor o menor en tiempo, según sus circunstancias, para que la certeza y el convencimiento nos acompañen y no haya nada que lamentar por nuestros actos, por nuestras palabras o por nuestros deseos.

Nuestro sentido común puede y debe proporcionarnos algunas respuestas: si somos proclives al insomnio, lo prudente es no ingerir ningún estimulante nocturno; si nuestra digestión es difícil, no conviene cenar con demasiado entusiasmo. En estos casos, las decisiones torpes sólo nos causarían una mala noche. Hay una buena cantidad de ejemplos de esta naturaleza, entre otros: películas, visitas, paseos de los que nos hemos arrepentido casi de inmediato. En fin, todos ellos, si bien ingratos, son subsanables y la sangre no llega al río.

Pero veamos otras alternativas: un corte de pelo mal elegido habrá que padecerlo por algunas semanas mientras recuperamos la apariencia normal. La elección impensada de una carrera nos expone a trabajar, quién sabe por cuánto tiempo, en algo no deseado y a llevar un fardo de infelicidad sobre nuestros hombros. Un apurado cambio de nacionalidad nunca dejará de lastimarnos por el abandona a nuestra Patria. ¿Y una mala elección matrimonial? Claro, usted me dirá: “este ejemplo no vale, para eso están los divorcios”. Pero yo le respondería: “Alguna vez se ha divorciado?, y si ha sido así, ¿desea volver a sufrir esa experiencia?, hay otros vínculos sentimentales menos destructivos. Pero creo que hay ejemplos más graves, ¿como cuáles?, como preferir la libertad o la cárcel, como decidir entre la vida y la muerte, cómo elegir entre la infamia y el honor.

En todos estos casos, desde el menú de la cena hasta el tipo de vida o de muerte, la reflexión demanda un tiempo sereno para crear su ámbito de certezas. FESTINA LENTE!, dijo el gran Augusto. Nosotros, en castellano directo, afirmaríamos: ¡Despacio… vamos de prisa! El no meditar conlleva el error porque no permite tomar una perspectiva exacta. Festinar los hechos de nuestra vida, apresurar nuestras jornadas, revela, sin duda alguna, cierta urgencia por morir, por autocastigarnos, por huir de algo que nos tiene insatisfechos. En estos casos, ¿no cree usted que valdría la pena meditar sobre ese algo que nos impide disfrutar de cada instante?

Yo creo, querido amigo, que, sin aspirar a ser modelos de lentitud, nuestra vida, nuestra única propiedad verdadera, merece ser saboreada, como la comida, como el amor, como la lectura, como la conversación? ¿Se imagina lo que sería de nosotros si comiéramos, amáramos, leyéramos o conversáramos con el ánimo de concluir prontamente? Sí, pasaríamos por el planeta sin enterarnos de que hay día y noche y belleza y viento y arena y colores y tantas cosas magníficas que están frente a nosotros para ser admiradas bajo la norma de Augusto: FESTINA LENTE! Por fortuna, usted y yo no somos apóstatas de la vida ni pertenecemos al club de los que se arrepienten por haber desperdiciado un minuto al contemplar un crepúsculo de otoño. Al contrario, usted y yo somos de los que volvemos al siguiente día, al mismo lugar y a la misma hora, para rendir honores al Aire, al Agua, al Fuego, a la Tierra y regalarnos todos los minutos que los dioses nos quieran conceder, porque la Vida hay que vivirla sorbo a sorbo, despacio, sintiendo en nuestro ser cada una de sus moléculas. ¿Verdad que sí?

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias, lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 11 de enero de 2009)

viernes, 9 de enero de 2009

DE LA INMACULADA PUREZA


¡Buen domingo, querido lector! Estará usted de acuerdo conmigo en que hay palabras con un pesado fardo semántico en sus pobres espaldas. Dos de ellas, amaridadas, encabezan esta primera columna de nuestro joven 2009 cuyo gratísimo deber es saludar a usted cada domingo.

He indagado mucho para llegar al origen de ese inexplicable ensalzamiento a todo lo virginal, a lo impoluto, a lo inmaculado. Esta extraña devoción puede alcanzar alturas divinas. Pero no nos atrevamos a tanto y meditemos al respecto. Veamos algunos hechos… seamos casuistas y, sobre todo, pragmáticos.

¿Qué sucede cuando vamos a una biblioteca y descubrimos algunos libros intonsos que se esconden en sus entrepaños, sin siquiera haber sido tocados por una mano catalogadora?, ¿no acaso sentimos tristeza por ellos? La virginidad bibliográfica es, no cabe duda, infamante.

¿Y qué le sucede a la “chica” de “cierta edad” que, supuestamente, ya debe poseer “ciertas experiencias” pero da claras muestras de no haber pasado por ellas?, ¿no es cierto que se siente muy, pero muy incómoda ante amigos y familiares por no estar “a la altura de las circunstancias”? Esta clase de pureza, ¡vive Dios!, no es para andarla publicando y, mucho menos, para vanagloriarse de ella.

¿Y qué me dice usted del más sencillo de los casos por el que todos hemos pasado? Sí, el del joven o la señorita recién egresados de la educación superior a quienes se les niega un empleo a pesar de todos los títulos, premios y medallas que abonan su inmejorable historia académica, y sólo se les da una respuesta humillante: “no tiene experiencia”. Esta virginidad es un verdadero engorro.

¿Qué pasó, pues, con las frases avaladas por la sabiduría popular y repetidas cien veces por nuestros antepasados? ¿Recuerda?... “la experiencia hace al maestro”, “el error de ayer es el maestro de hoy”, “fabricando aprenderás a fabricar”, “la experiencia enseña a soportar con valor el infortunio”, “el que más practica, más aprende y más sabe”, “la experiencia es la madre de todas las habilidades”, “bendita mil veces la experiencias y benditos también los desengaños”, “la experiencia es el pasado que habla al presente”. Y aún más: nos podemos apoyar en los clásicos: CREED EN EL EXPERTO, ha dicho el eterno Virgilio. Y Ovidio afirma, en su inolvidable Arte de amar: ES LA EXPERIENCIA LA QUE HACE A LOS ARTISTAS. ¿Acaso ellos están equivocados?

Bien puedo llenar esta columna, y todas las necesarias, con resabios de elogios a la experiencia como madre de todo conocimiento y de todo aprendizaje. Pero, ¿por qué, en absoluta contradicción, caemos de rodillas ante lo puro, ante la tábula rasa, ante la ignorancia total?, ¿por qué no tenemos empacho en degradar y despreciar a quienes han enfrentado al mundo y no se han quedado cruzados de brazos ni muertos de miedo temiendo que la más leve mácula toque su blanco plumaje o, algo peor, esperando “que les cuenten”?

Creo entender: se trata, como siempre, de nuestra infinita capacidad para hacer elásticos algunos conceptos. Cuando hablamos de experiencias, no nos referimos a todas, sino sólo a “algunas”. Cuando hablamos de pureza, nos referimos a “cierta” pureza y no a todas las demás. Pero, caro amigo, ¿usted podría decirme en dónde podemos adquirir el catálogo de lo permitido y la relación de lo que ni siquiera podemos imaginar? Creo que a usted y a mí nos encantaría saber quién y con qué autoridad ha dictado tamañas normas y, por supuesto, quién o quiénes nombraron a ese juez como el árbitro moral de la sociedad. Le ofrezco, amigo mío, que en cuanto tenga alguna información al respecto, se la haré llegar, pero le ruego que me prometa lo mismo. ¿Verdad que hay mucho que pensar sobre esto?

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 4 de enero de 2009)

DESIDERATA 2009


¡Buen domingo, querido lector! ¿Ya meditó sesudamente sobre sus propósitos para 2009? Celebro que, al fin, se haya hecho un campito entre todos sus ineludibles compromisos laborales, familiares y sociales y se haya regalado unos momentos para ensoñar. De veras, lo felicito.

Desde mi más remoto recuerdo, he mantenido y cumplido el compromiso de escribir mi desiderata anual. Este acto, el de escribirla, no el de realizarla, me ha permitido precisar mis ideas, conciliar mis propósitos, comprender mis problemas, organizar mi vida y, naturalmente, tomar las mejores decisiones. Mi futuro, diseñado para doce meses, no incluye las actividades de índole laboral porque éstas pertenecen a un calendario de cumplimiento a plazo fijo. Tampoco tengo en cuenta los compromisos sociales en grupo: ésos ya están incluidos en el calendario. No, yo me refiero, exclusivamente, a la redacción de una lista de deseos arropada muy en mis adentros y que, por supuesto, no están registrados en mi agenda, por ejemplo: ver el cine en la pantalla grande por lo menos una vez a la semana; caminar todas las tardes por el parque ubicado a media cuadra de mi casa; revisar, sin prisa alguna, la colección de películas de algunos almacenes de la ciudad; pedirle a María Luisa Herrera Casasús que me informe sabrosamente, como sólo ella sabe hacerlo, sobre la historia de nuestra Huasteca; leer en mi jardín todas las tardes; ver el amanecer en la playa; asistir a todos los conciertos de nuestra sinfónica…

Pero le confieso, caro amigo, que nunca he tenido la menor premura en cumplir tal desiderata. No, no es una broma. No. Le debo una explicación: todos estos lujos que me propongo llevar al cabo durante el siguiente año, aunque sólo formen parte de un resumen de cuando en cuando contemplado, conforman un proyecto que me amarra a un año gozoso pleno de cosas estupendas que tanto me ilusionan, aunque sé de sobra que sucederá lo de siempre: llegará Primavera y arrasará las hojas secas y sus colores me invadirán. Y vendrá Verano y su calor me fatigará y su lluvia humedecerá hasta mis pensamientos. Y luego Otoño me regalará sus crepúsculos y me cautivará la mirada. Y, otra vez, volverá Invierno con sus prisas y recuentos… sí, con el recuento de mi lista mágica que se fue diluyendo, segundo a segundo, en cada retorno de las estaciones. Y revisaré nuevamente mi desiderata, observaré, reajustaré y reconsideraré; tacharé lo pasado de moda en mis intereses, abriré mi libreta de utopías, esas que voy anotando una ahora y otra mañana a la espera de integrarlas en mi siguiente año, y reiniciaré un prolijo enlistado… y así año con año, mientras me quede en el pensamiento un plan por empezar, porque son muchos los que bullen en mi cabeza. Sí, amigo lector, lo importante no es convertir nuestros deseos en contratos de trabajo y obsesionarnos con la realización de tales o cuales propósitos. No, lo importante es alojarlos en nuestro corazón: mientras seamos capaces de generar esas emociones, podremos estar seguros de que aún existimos en este planeta y de que aún somos aptos para vivir. Ahora que si, pian pianito, podemos ir acercándonos a algunas metas, pues esto ya sería miel sobre hojuelas. ¿No le parece?, pero sin afanarnos demasiado porque correríamos el riesgo de transformar el gozo en ansiedad. Sigamos la norma de Augusto: FESTINA LENTE!, que en buen castellano equivale a nuestro clásico: VAYAMOS DESPACIO PORQUE TENEMOS PRISA.

Lo invito, querido amigo, a escribir su desiderata, pero que sea muy meticulosa: le sugiero la inversión de unas buenas horitas que usted se tiene muy merecidas: ¡regáleselas! Me gustaría mirar cómo le brillan los ojos tan sólo con imaginarse en algunos quehaceres, o con la adquisición de ciertos objetos. Quisiera verlo sonreír mientras mira el horizonte porque en su pensamiento se han aposentado mil y mil escenas protagonizadas por usted. Sí, amigo mío, propóngase actividades no usuales, muy suyas, y sálgase de la rutina. Pero, de veras, atrévase a enumerar sus ideales: sólo con eso usted sabrá cuántos sueños le caben todavía en el alma. ¡Feliz desiderata 2009! ¡Ah!, espero que la lectura de esta columna forme parte de ella. ¿Sí? Gracias, lo espero.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx

(Columna publicada el 28 de diciembre de 2008)

TAMBIÉN LOS POETAS


¿Buen domingo, querido lector? En reciente conversación con un amigo llegó un comentario sobre el budismo y su respeto irrestricto a la Naturaleza. Sé poco o nada de budismo, pero sí de poetas que, desde una visión panteísta, buscan la harmonía. Enrique González Martínez es uno de ellos. El tema es difícil porque hablar de bondad, de respeto a nuestra Madre Naturaleza, de integración con el Universo, es algo que corre el riesgo de no ser interesante o de recibir el calificativo de anticuado. La obra de González Martínez merece ser recordada no sólo por sus memorias (El hombre del búho, 1944, y La apacible locura, 1951), verdadera delicia para quienes disfrutamos las peripecias de las dos primeras décadas del siglo XX, sino también por dos aspectos de su trabajo artístico: los temas que muestran su preocupación por la vida interior, por la belleza espiritual, por el encuentro con las formas más altas de la creación, y la potencia de su ejercicio retórico. Permítame dos ejemplos admirables. El primero nos lo revela este cuarteto:

A veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las linfas que pasan, un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.

Sabemos de sobra que la idea no es original: estamos frente al tema predilecto de Omar Khayam (“La caída de la hoja de un árbol resuena en el Universo”), pero González Martínez ha vitalizado la misma idea dotándola con una nueva gracilidad aunada al sentimiento sutilísimo que invade este delicado cuarteto apenas sostenido por la levedad de la emoción: el espíritu del poeta estremecido ante el límite de la Vida.

Y en un segundo caso, permítame, caro lector, leer con usted tres estrofas de “Cuando sepas hallar una sonrisa…”, dedicado a su gran amigo Ricardo Arenales, el inolvidable Porfirio Barba Jacob:

Cuando sepas hallar una sonrisa
en la gota sutil que se rezuma
de las porosas piedras, en la bruma,
en el sol, en el ave y en la brisa

. . . . .

sacudirá tu amor el polvo infecto
que macula el blancor de la azucena,
bendecirás las márgenes de arena
y adorarás el vuelo del insecto;ç

y besarás el garfio del espino
y el sedeño ropaje de las dalias…
y quitarás piadoso tus sandalias
por no herir a las piedras del camino.

Me es difícil imaginar siquiera la intangible presencia de un espíritu tan inefable cuya vida transcurre entre luces de delicadeza supina y de inconcebible concreción. Sólo la frase poética es capaz de sugerir tantos elementos en dos versos: y quitarás piadoso tus sandalias / por no herir a las piedras del camino. Pero, vea usted: el gran peso de la idea radica en una humilde letra: la a de no herir a. Como usted sabe, sólo usamos la preposición a cuando nos referimos a los seres vivos y, particularmente, a los humanos: “Visité a mi hermana”, decimos. Y nunca diríamos: “llevé a mi reloj con el relojero”. Pues sucede que esa pequeña a humaniza a las piedras del camino. Y usted y yo sabemos bien quiénes son las piedras del camino, esos humildes terrones polvorientos que forman parte del mundo que se pisa, que no se ve, que se evita, que no se quiere, que sólo sirven para ser pisados, aunque es inevitable recordar aquí que… hubo piedras famosas en hondas más famosas aún. Aquí el poeta ha puesto su mirada en esos pequeños seres y los ha elevado a la más alta categoría. Y es por esa idea que bulle, aparentemente irreverente, en el poema, que nosotros reparamos en ella y nos apoyamos en ella como único asidero que nos explica su belleza: todos somos uno, somos partes de un Todo, no hay ni pobres ni ricos, ni malos ni buenos, sólo somos arenillas de una gran entidad, y lastimar a alguna de ellas es lastimar una parte de nuestro propio ser. Maravilloso panteísmo el de González Martínez. Pero… éste es un tema que sólo en estas fechas se puede comentar.
.
O ¿no lo cree así? ¡Feliz Navidad, queridísimo lector!

¿Y me leerá el próximo domingo? Gracias. Aquí estaré.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(Columna publicada el 21 de diciembre de 2008)

BREVIARIOS FALACES


¡Buen domingo, querido lector! Se ha dicho, con una gran dosis de verdad, que lo bueno, si es breve, es doblemente bueno. En torno a esta idea matriz, usted y yo hemos escuchado kilómetros de oraciones tejidas con más o con menos palabras. Ahora mismo, tengo a la vista un librito en dieciseisavo, es decir, más pequeño que un libro “para bolsillo”. Su título: Sobre la Sabiduría. Su autor: H. Jackson Brown, Jr. Su colección: El Pequeño Libro-Tesoro para la Vida. En la contraportada de su camisa anuncia “otros títulos de la serie”: Sobre la Alegría, Sobre el Éxito, Sobre el matrimonio y la familia.

Oradores clásicos, grandes maestros, ilustres filósofos, distinguidos políticos han promovido y elogiado la brevedad como norma de elegancia, muestra de inteligencia y señal de claridad de pensamiento. Si sus múltiples méritos son indiscutibles, más indiscutible es el mérito de quien logra abreviar algunas gotas de sabiduría que no son más que muestras de coherencia social, política, económica, etc. que todo ser humano debería seguir para evitarse problemas y, por ende, disfrutar mejor de la vida, esto es, adaptarse. Lástima grande será siempre el que en este siglo de la tecnología tengamos confusiones graves. Escuche usted algunas de las frases que he recogido del librito dedicado a “la sabiduría”: NUNCA TOMES LO QUE NO PUEDAS USAR. Vamos a ver, querido lector, ¿usted tomaría por ociosidad (no hay otra razón, excepto la delincuencia) algo que no pudiera usar? Creo que sólo lo haría alguien con cierto desorden mental y, en todo caso, no creo que ese alguien tuviera el menor interés en el tal librito. Veamos otra frase: NO ANDES BUSCANDO PROBLEMAS. Como no sea un “consejo” destinado a un adolescente camorrista, no sé a quién vaya dirigida tal sentencia. Y otra más, indudablemente alarmante: PONTE DE PIE EN POSICIÓN DE "FIRMES" CUANDO ESCUCHES EL HIMNO NACIONAL. ¿No es éste un deber ciudadano?, ¿cuál es su relación con la sabiduría?
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Pero veamos esto de otra manera: ¿no cree usted que las frases citadas, modelo de las ciento sesenta y cuatro que presenta el librito, pueden resumirse en las normas clásicas de conducta: sé respetuoso, sé coherente, etc.? ¿Por qué necesitamos que alguien nos ofrezca en un estuche breve (breve en el formato) las normas que deberían ser el eje de nuestra vida desde que empezamos a participar de las relaciones humanas?
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En el caso del librito dedicado a “la alegría”, estas órdenes me producen cierta intranquilidad, y espero su opinión: USA ROPA INTERIOR ATREVIDA CON TU ATUENDO PARA TRABAJAR MÁS CONSERVADOR. Y qué me dice de esta otra “joya”: CÓMPRATE UN SOMBRERO VAQUERO.

Permítame, querido lector, abundar en algunos datos. El pie de imprenta del librito dedicado a “la alegría” dice: EDIVISIÓN. En su página legal informa: grupo Editorial Diana. Primera edición, junio de 1995. Quinta impresión, 1997. Título original Life’s little treasure book. Estos datos nos informan que en el lapso de dos años ha habido cinco reimpresiones. Si suponemos un tiraje convencional de dos mil ejemplares, tendríamos, ahora mismo, diez mil volúmenes en circulación. El destinado a la sabiduría dice: primera edición, junio de 1995. Sexta impresión, agosto de 1997. En este caso contaríamos, en dos años, doce mil ejemplares en el mercado.
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¿Y qué significado tiene este hecho? Me parece que sólo uno: nuestra creciente elementalidad nos está generando la incapacidad de comprender el mundo, situación que, a su vez, ha creado la necesidad de escuchar obviedades para poder integrarnos a la sociedad. Deduzco, sólo deduzco por el nombre del autor, que se trata de alguien de nacionalidad norteamericana, y bien sabemos que por aquellas “áridas regiones de la América del Norte”, en efecto, existen algunas arideces y no es extraño tocar los extremos de la simpleza. Sin embargo, me preocupa que estos ejemplos editoriales sean de consumo nacional y que sean considerados como “joyas del pensamiento” por personas cuyas supuesta cultura les permitiría tener otro nivel de lecturas. O ¿qué cree usted?, ¿tendremos que empezar por definir qué es lo que entendemos por sabiduría, por joya, por pensamiento? ¿Será necesario deslindar los conceptos cívicos de los morales y de los que competen estrictamente a la urbanidad?, ¿a ese estadio hemos llegado? ¿No cree usted que esto ya es muy grave?
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¿Pero me leerá el próximo domingo? Gracias. Lo espero siempre.

anaelenadiazalejo@prodigy.net.mx
(columna publicada el 14 de diciembre de 2008)